Derrota y deshonor

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A Winston Churchill se le atribuyen numerosas citas, muchas de ellas apócrifas. Entre las ciertas, está la sentencia con que censuró los Acuerdos de Munich, firmados en 1938 por las potencias democráticas europeas con Hitler, donde cedieron a las exigencias del líder nazi: “Se les dio a elegir entre la guerra y el deshonor. Eligieron el deshonor y tendrán la guerra”. Parafraseando al líder británico, el diputado macronista David Amiel, muy crítico con la línea del conservador Michel Barnier al frente del Gobierno francés, había advertido contra la tentación de pactar con la extrema derecha: “Si intentamos trazar perspectivas basadas en lo que sería aceptable o no para el RN [Reagrupamiento Nacional], tendremos a la vez el deshonor y la derrota”.

La derrota, en efecto, estaba a la vuelta de la esquina. El miércoles, a pesar de las concesiones hechas por Barnier a Marine Le Pen en el proyecto de ley de financiación de la Seguridad Social, el RN sumó sus votos a los de la izquierda en la moción de censura que tumbó al Ejecutivo. El bregado negociador del Brexit no consiguió esta vez salir airoso y se convirtió en el jefe de gobierno más efímero de la V República –exactamente 91 días-, englutido por el endemoniado escenario político surgido de las elecciones anticipadas convocadas en junio por el presidente Emmanuel Macron.

Anoche, Macron descartó dimitir y repartió culpas a diestro y siniestro, acusando a unos y a otros de irresponsabilidad y de abonar un “frente antirrepublicano”. En los últimos días había sido particularmente duro con el Partido Socialista y su predecesor, François Hollande, que se sumó a la censura (¿venganza tardía sobre el ministro de Economía que le traicionó en 2017?). No hubo ningún atisbo de autocrítica. Sin embargo, el principal culpable de la inestabilidad política que atenaza a Francia no es otro que el propio presidente, por su suicida decisión de disolver la Asamblea Nacional, y por el errático y contradictorio rumbo que ha seguido después. Si derrota hay –el deshonor, cada cual juzgará-, no es de Michel Barnier, sino de Emmanuel Macron.

La prima de riesgo francesa ha superado incluso a la de Grecia

El Parlamento surgido de las elecciones de junio, donde ningún bloque cuenta con mayoría absoluta –la izquierda reúne 193 diputados, los macronistas 166 y la ultraderecha 142- hace muy difícil la gobernabilidad. Tanto más cuanto que los dos extremos del arco parlamentario pueden formar un frente de rechazo –como se ha visto- para derribar al gobierno de turno. Pese a que la izquierda coaligada en el Nuevo Frente Popular fue la que obtuvo mayor número de escaños en la Cámara baja, Macron rehusó encargarle el gobierno y optó por nombrar primer ministro a un hombre procedente de la derecha (Los Republicanos, cuarta fuerza política) con el apoyo de la coalición macronista. Esa opción bloqueó todo acercamiento al PS y dejó al gobierno de Barnier en manos de la benevolencia del Reagrupamiento Nacional. Que ha durado bien poco.

La caída del gobierno Barnier agrava la inestabilidad política de Francia en un momento particularmente delicado para Europa, con Alemania –el otro gran motor de la UE- en horas bajas y en pleno periodo preelectoral, y con el inminente retorno de Donald Trump a la Casa Blanca. Y sobre todo para la propia Francia, enfrentada a fuertes tensiones sociales y políticas, y en una situación financiera complicada, con un déficit público desbocado (6,1%) y una deuda que roza los 3 billones de euros. La prima de riesgo ha llegado a alcanzar los 90 puntos básicos, ¡por encima de la de Grecia!

Justamente ha sido la cura de austeridad que pretendía imponer Barnier la que ha precipitado la caída de su gobierno, el RN erigiéndose en protector de los intereses de los ciudadanos de a pie (su última demanda, rechazada, era la revalorización de las pensiones en proporción a la inflación). A falta de mayoría suficiente para aprobar la ley de financiación de la SS y los Presupuestos del Estado para 2025, el primer ministro recurrió al artículo 49.3 de la Constitución, que permite aprobar una ley sin el voto del Parlamento a cambio de comprometer la responsabilidad del Gobierno a través de una moción de censura. Es una apuesta drástica: si el Ejecutivo la gana, la ley es aprobada; si pierde, no es solo rechazada la ley sino que cae el primer ministro y todo su gabinete.

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La líder del Reagrupamiento Nacional (RN), Marine Le Pen, hablando desde la tribuna de la Asamblea Nacional durante el debate de la moción de censura 

Nathan Laine / Bloomberg

El recurso al 49.3 ha sido frecuente y, en los últimos años, los sucesivos gobiernos de Macron lo convirtieron incluso en algo banal. ¡Hasta la reforma de las pensiones se aprobó así! Pero si antes era relativamente fácil superar una moción de censura –en la historia de la V república solo había triunfado una, en 1962-, ahora ya no es así.

Macron deberá designar en las próximas horas o días un nuevo primer ministro, que podría ser esta vez alguien perteneciente a su órbita política. Puestos a lidiar con un Parlamento en contra, puede pensar, mejor hacerlo con alguien de confianza al frente de Matignon. Porque lo cierto es que Michel Barnier, pese a representar a un partido con una escasa presencia parlamentaria y deber su cargo al presidente, ha actuado en completa desconexión con el Elíseo. Los problemas, en cualquier caso, van a seguir siendo los mismos. Y no parece que haya ninguna perspectiva de cambio antes del próximo verano, plazo constitucional para volver a convocar elecciones legislativas.

En abril de 2019, el fuego estuvo a punto de destruir la catedral de Notre Dame de París. Fue un golpe tremendo para una sociedad que se encontraba desmoralizada. Mañana, tras cinco años de laboriosos y arduos trabajos de reconstrucción, la basílica será inaugurada de nuevo para abrir sus puertas definitivamente al público el domingo. Será un gran día de fiesta. Para Macron, que tenía la oportunidad de tratar de recuperar su imagen ante los franceses, será sin duda una jornada agridulce.

  • Agitación en Rumanía. El Tribunal Constitucional rumano certificó el pasado lunes la victoria del neofascista –prorruso y antieuropeo- Colin Georgescu en la primera vuelta de las elecciones presidenciales celebrada el 24 de noviembre, sobre cuya limpieza se habían suscitado serias sospechas por la posible injerencia rusa. Georgescu, que obtuvo el 26% de los votos, se enfrentará en la segunda vuelta, este próximo domingo, a la conservadora Elena Lasconi. Entre ambas fechas, los rumanos acudieron el día 1 otra vez las urnas para elegir al nuevo Parlamento, quedando en cabeza el Partido Socialdemócrata (PSD). Los grupos euroescépticos y de extrema derecha experimentaron una notable progresión, pero sus votos sumados no superaron el 32%.

  • Georgia se descuelga. Miles de manifestantes están saliendo a diario a las calles de Georgia en protesta por la decisión del primer ministro, Irakli Kobajidze, de suspender las negociaciones para la adhesión a la Unión Europea hasta el 2028. La policía, que reprime las protestas con contundencia, ha detenido ya a varios cientos de personas. La victoria electoral de Kobajidze (del partido Sueño Georgiano, que sostiene posiciones prorrusas), el pasado 26 de octubre, fue contestada por la oposición, que la consideró fraudulenta. Georgia solicitó el ingreso en la UE en marzo del 2022 y obtuvo el estatus de país candidato en diciembre del 2023, pero Bruselas ha puesto en cuestión en repetidas ocasiones las tendencias autoritarias del partido gubernamental.
  • Relevo en Bruselas. “En este mundo globalizado, la única forma de ser realmente patriota, de tener soberanía, es construir una Europa común”. Con estas palabras arrancó el ex primer ministro portugués António Costa su primer día como presidente del Consejo Europeo, cargo en el que sucede al belga Charles Michel. La toma de posesión de Costa se produjo dos días después de que la nueva Comisión Europea presidida por Ursula von der Leyen recibiera el aval del Parlamento Europeo. Eso sí, con una corta mayoría: 370 votos a favor, por 282 en contra y 36 abstenciones. El PP español votó en contra del nuevo ejecutivo comunitario –sin embargo, mayoritariamente conservador- para expresar su rechazo a la presencia de la socialista Teresa Ribera, confirmando una vez más que su política europea está supeditada a su agenda interior.

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