
Un bono de 80.000 euros para las familias sirias que regresen a su país. Programas para aumentar las deportaciones de migrantes en situación irregular. Transformación forzada de los barrios para evitar “sociedades paralelas”. Un acuerdo con Kosovo para alquilar celdas en su prisión para enviar a los extranjeros que han cometido crímenes.
Estas políticas no las está implementando un Gobierno de ultraderecha europeo. No son una idea de Giorgia Meloni en Italia ni de la francesa Marine Le Pen. Son obra de uno de los pocos ejecutivos socialdemócratas que siguen en pie en Europa. El de Dinamarca, país que acaba de inaugurar su semestre como presidente rotatorio del Consejo de la UE.
Lo hizo el jueves pasado con una cena de gala, presidida por los reyes Federico y María de Dinamarca, con el ucraniano Volodímir Zelenski entre los invitados, además de los presidentes de la Comisión y el Consejo Europeo, Ursula von der Leyen y António Costa, y de todo el colegio de comisarios. En el moderno Ayuntamiento de la ciudad de Arhus, entre elegantes vinos franceses y platos de cocina contemporánea local, la primera ministra, Mette Frederiksen, quiso atizar el discurso contra la inmigración.
“Muchos vienen aquí para trabajar y contribuir. Pero otros no. Y en toda Europa vemos las consecuencias. Delincuencia. Radicalización. Y terrorismo. Hemos construido algunas de las mejores sociedades que jamás hayan existido. Pero no podemos aceptar a cualquiera que quiera venir”, aseguró la premier, repitiendo frente a las autoridades europeas las mismas duras palabras que utiliza en el Parlamento de su país.
Copenhague quiere acelerar la implementación de las duras medidas de la UE para las deportaciones
Dinamarca se ha marcado apuntalar el rearme de Europa como la principal prioridad de su presidencia, pero en segundo lugar quiere también aprovechar esta plataforma para implementar las recetas de la Comisión Europea para acelerar las deportaciones. Hace meses que Von der Leyen ha asumido el modelo de Meloni. La Comisión ya ha dejado la puerta abierta a los estados para crear centros de retorno en terceros países fuera de la UE y también ha relajado los criterios para deportar a los migrantes a terceros países considerados seguros.
Dinamarca quiere terminar este trabajo. Como el Reino Unido, este país ya intentó hace tiempo externalizar la gestión migratoria en Ruanda, sin éxito. La iniciativa albanesa de Meloni también ha sido frenada por la justicia. Pero esto no frena a los socialdemócratas daneses, que vinculan los migrantes de ciertos orígenes –señalan directamente a los africanos y de Oriente Medio– con el crimen.
“Son muy difíciles de integrar. Especialmente las mujeres, que tienen una tasa de empleo muy inferior a las danesas. Tenemos un alto número de convictos, cuatro o cinco veces más alto que la media danesa”, denunciaba en un encuentro con periodistas europeos el ministro de Inmigración e Integración, Kaare Dybvad, encargado desde ahora de conducir estos debates en el Consejo Europeo.
Dybvad no cree que su partido tenga nada que ver con Meloni –con quien Frederiksen se lleva estupendamente–, sino que defiende que su discurso es totalmente compatible con los valores socialdemócratas. “Sabemos que tenemos un acercamiento diferente a otros partidos europeos, pero nosotros creemos que la carga de la migración va contra la clase trabajadora. Los partidos que son más realistas funcionan mejor: mira el Partido Socialista francés”, justificaba el ministro. Poco a poco estas posturas están calando en otras fuerzas progresistas. En Alemania, fue el socialdemócrata Olaf Scholz quien instauró controles en todas las fronteras. El británico Keir Starmer también fue blanco de críticas por decir que su país se estaba convirtiendo en una “isla de extranjeros”.
La primera ministra relaciona la migración con la delincuencia en el discurso inaugural del semestre danés
El rechazo danés llega desde la crisis migratoria europea del 2015, cuando el partido danés contra la inmigración era el segundo en el Parlamento. Desde que los socialdemócratas han asumido sus recetas, les han ganado la partida. Sin embargo, Dinamarca, lejos de ser un país fronterizo, ni siquiera tiene altos números de migrantes. El año pasado, sin contar con los ucranianos, solo concedieron 800 permisos de asilo para un país de seis millones de habitantes. Ahora se han propuesto llevar estas duras recetas al resto del continente.