
John Icart, el ebanista de confianza de Donald Trump para su club privado de Mar-a-Lago, es el principal responsable de los acabados dorados en las paredes, la chimenea, las mesas, las sillas, los marcos y demás objetos decorativos del despacho oval de la Casa Blanca. Pero la oficina más famosa del mundo no es el único lugar en el que Trump ha dejado su ostentosa huella, que simboliza también su autoritaria y personalista forma de hacer política.
Ahora dos enormes banderas americanas ondean a lado y lado del edificio sobre dos mástiles de más de 30 metros de altura, el retrato de su intento de asesinato en Butler (Pensilvania) ha reemplazado el del expresidente Barack Obama y el césped del Jardín Rosado, que se instaló hace más de un siglo, ha sido reemplazado por un pavimento de piedra blanca de Indiana, donde ha colocado mesas y sombrillas idénticas a las que utiliza en el patio de su resort privado de Palm Beach (Florida).
El presidente construirá un enorme salón de baile junto al ala este valorado en 200 millones de dólares
El viernes, inauguró el patio con una cena para personas influyentes en Washington, en lo que bautizó como el Club del Jardín Rosado. Fue la primera velada de muchas, en las que admitirá a congresistas, senadores y “personas que puedan traer paz y éxito a nuestro país”. Es decir, políticos, empresarios y dignatarios que se alineen con su radical transformación política. Trump quiere replicar las cenas que organiza en su mansión de Mar-a-Lago, donde a menudo pasa las noches con socios del club y otras personas VIP, que se acercan a su mesa y le rinden pleitesía.
Su intención era inaugurar el Club del Jardín Rosado con la veintena de magnates tecnológicos a quienes invitó el jueves a un acto sobre inteligencia artificial, pero la lluvia no lo permitió. Ejecutivos como Bill Gates (Microsoft), Mark Zuckerberg (Meta), Tim Cook (Apple) o Sam Altman (OpenAI) finalmente cenaron en el comedor de Estado, al interior de la Casa Blanca, y se fundieron en elogios al presidente Trump, a quien alabaron por su “liderazgo”, en unas imágenes que se han hecho virales en las redes sociales por lo que representan: la concentración de riqueza y poder.
Sin embargo, el hombre más rico del mundo y antiguo miembro de la Administración Trump, Elon Musk, no estuvo en la lista de invitados, y eso que su último modelo de inteligencia artificial, Grok 4, se ha situado entre los más potentes del mercado.
Pese a todos los cambios que ha realizado Trump en siete meses, la remodelación más ambiciosa todavía está por llegar. El presidente ha anunciado que construirá un salón de baile de 8.000 metros cuadrados, valorado en 200 millones de dólares, junto al ala este de la Casa Blanca. El salón, que por los prototipos publicados se asemejará al Grand Ballroom de Mar-a-Lago, será la primera modificación estructural del edificio ejecutivo desde que se añadió el Balcón Truman en 1948.
Trump considera este proyecto su adición estrella y justifica su construcción por su trayectoria como promotor, que lo convierte en “una de las personas que más sabe de edificios”. El mandatario ha dicho que pretende terminar el salón de baile antes de finalizar su mandato, en enero del 2029.
Pero el gobernador de California, Gavin Newsom, principal candidato demócrata en las próximas elecciones presidenciales, cree que todas estas renovaciones reflejan la intención del presidente de perpetuarse en el cargo: “¿Quién se gasta 200 millones en una sala de baile y después se larga?”, se preguntó. “No creo que esté bromeando sobre el 2028”, afirmó, en referencia a su voluntad de presentarse a los comicios a pesar de que la Constitución le prohíbe un tercer mandato.