El absentismo

El nivel de absentismo laboral en España está creciendo y alcanzando niveles récord, habiendo superado ya el 7% de media, lo que permite pensar que en no pocos sectores se sitúa de forma permanente en los dos dígitos. Una realidad que evidencian las estadísticas y que manifiestan continuamente los empresarios, muy preocupados no solo por el absentismo sino, también, por la gran dificultad en incorporar personal que pueda llegar a comprometerse con sus compañías.

Ante ello, abundan lecturas simplistas, entre otras las que apuntan a unas nuevas generaciones que se lo han encontrado todo hecho y no entienden de esfuerzo, o a que los médicos dan la baja laboral con excesiva facilidad; en sentido contrario, se señala lo razonable de rechazar unas condiciones laborales pésimas o la escasa concienciación del espectacular auge de patologías mentales que empuja los niveles de absentismo al alza.

La vinculación con el trabajo está mutando; algo profundo se ha roto

Pero la realidad, mucho más compleja, debería llevarnos a considerar la relación de la persona con el mundo laboral en general, más allá de fijarnos exclusivamente en el absentismo en las ocupaciones de menor cualificación. Además, este desenganche se produce en un escenario de una enorme incertidumbre y en una sociedad individualista, en la que se va deshilachando esa consistente red de solidaridad que, en su momento, representaba la familia. Así, lo razonable sería que las personas, cada vez más solas ante su propio destino, se aferraran como nunca al trabajo. Pero no es así, y no porque sin trabajar se pueda subsistir correctamente; lo máximo a lo que se puede aspirar es a un malvivir hacinado en una lóbrega habitación de alquiler.

Para aproximarnos a la relación de la persona con el mundo laboral deberíamos atender también a diversos fenómenos. Así, entre otros, la gran renuncia tras la pandemia, en que millones de personas en diversos países abandonaron voluntariamente sus puestos de trabajo; lo difícil que resulta convencer a personas en situación de exclusión para que participen en programas de inserción laboral, pues tienen ya asumido que nada les librará de su marginalidad; el aumento en el número de directivos que renuncian a buenos salarios para trabajar en entidades sin ánimo de lucro; la cada vez más temprana edad en que pequeños y medianos empresarios ceden sus compañías; o cómo los empleados de la banca o grandes empresas ansían la llegada de un ERE para abandonar sus empleos.

La vinculación con el trabajo está mutando de manera acelerada. Las razones no son sencillas. Algo profundo se ha roto. Recomponerlo no será nada sencillo, aún menos si nos anclamos en razonamientos simplistas e interesados de parte. Sin trabajo decente, la persona no se realiza y de profundizar en el desencuentro, se complicará más la gestión de muchas pequeñas y medianas empresas productivas, que bastante mérito tienen sobreviviendo en este mundo global y desconcertado.

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