La mitad de la población no sabe cómo será su vida dentro de un año porque desconoce cuáles serán sus ingresos, según el Banco de España. Es una expresión más de una desigualdad que corroe el sistema liberal y alimenta la extrema derecha.

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La mitad de los ciudadanos no sabe qué hará con su alma el año que viene. En términos económicos, para la mitad de la población es muy difícil saber cuáles serán sus ingresos el año siguiente. Esa idea del riesgo es importante para los que hacen la política económica (calcular cuánto va a gastar toda esa gente, qué decisiones pueden tomar). Pero también lo es culturalmente. ¿De qué manera se vive si tienes dificultades para saber qué harás el año siguiente? ¿Cómo tienen la autoestima?
Para los funcionarios es fácil predecir cuáles serán sus ingresos dentro de un año. Para muchos jóvenes, en cambio, es muy difícil. Hoy vendes una promoción de queso colombiano frente a un súper, mañana aparatos para filtrar agua del grifo en un centro comercial, al día siguiente corres al Zara a comprarte un traje porque harás de azafata en un congreso y al otro estás en el Bonpreu vendiendo salmón en un carrito decorado con la bandera de Noruega. No paras de hacer cosas, pero carecen de significado. Menos para hacerte una idea de cuál será tu futuro inmediato.
Ese parámetro se conoce como desigualdad de riesgo y lo expuso con todo detalle Laura Hospido, economista del Banco de España, en la tercera jornada del Círculo de Economía de Barcelona. Fue una mañana dedicada a analizar los achaques del sistema liberal nacido de la globalización. El invitado estrella era Branko Milanovic, economista de referencia internacional para el estudio de la desigualdad.
Milanovic fue inmisericorde. Europa está pagando el precio de las políticas neoliberales de los noventa, dijo. La hiperglobalización de aquellos años ha beneficiado a Asia. Los países asiáticos han crecido, crecen y crecerán más que lo que puedan hacer los europeos. En cierto modo, estamos ante el reverso de lo que ocurrió en los siglos XIX y primer tercio del XX. Entonces los imperialismos europeos fueron implacables con lo que eran colonias y países pobres. Hoy, una vez perdido el monopolio industrial occidental, son ellos los que recortan distancias y así será al menos otras dos generaciones. Los europeos, por el contrario, avanzan arrastrando los pies. El economista dijo que en términos de desigualdad los europeos se iban a parecer en un futuro a los países latinoamericanos. No fue como para entusiasmarse.
La desigualdad que tiene que ver con el respeto y la dignidad es tanto o más corrosiva que la económica
Milanovic tiene una inquietante virtud. No mueve un músculo de la cara cuando cuenta historias terribles a auditorios como los del Círculo. Según explicó, en el nuevo capitalismo, el ideal meritocrático ha llevado a la elite (ese 10% superior en la escala social) a trabajar. En España eso lo hace una cuarta parte de esa elite, precisó. Es decir, son personas privilegiadas por patrimonio y porque tienen grandes salarios. Trabajan duro, e incluso trabajan más que los más pobres. Y eso, añade el economista, les hace creerse merecedores de la situación que tienen y tener una visión negativa de las personas que consideran deplorables. Esa desconexión entre la elite y todos los demás, concluyó, no es buena políticamente.
Usó el término deplorable (alguien que merece la repulsa o el odio de los demás por su comportamiento), el mismo que utilizó Hillary Clinton para caracterizar a los votantes del primer Donald Trump, en el 2016. La candidata demócrata no estuvo acertada: los deplorables se lanzaron en masa a votar a Trump.
La desigualdad es un misterio. Thomas Piketty, otro economista que ha estudiado la desigualdad en la historia, explica que la diferencia entre ricos y pobres era mucho peor hace cien años. Y todavía peor doscientos años atrás. Pero eso no evita que se hable cada vez más de la desigualdad y que esta siga corroyendo los mecanismos de cohesión en las democracias.
Una posible respuesta a este misterio puede estar en lo que cuenta el filósofo Michael J. Sandel en una conversación que mantiene con Piketty en el libro Igualdad. Qué es y por qué importa . Para Sandel, es más corrosiva y perjudicial la desigualdad que tienequever con el respeto, la dignidad y el reconocimiento social que la desigualdad económica y salarial.
La realidad de una elite desconectada del resto de la población no es buena políticamente
Debe de ser terrible que alguien intuya que le miran por encima del hombro, que aquello en lo que trabaja (o maltrabaja) no le importa a nadie. Que se sienta abandonado por el sistema y se convierta sin saberlo en uno de esos deplorables, para acabar metido en el saco de votos de una extrema derecha que, como Trump, tan bien ha sabido utilizar todo ese resentimiento a su favor.
Los cien primeros días de Donald Trump en la Casa Blanca han supuesto una ruptura con el mundo del que venimos. El presidente de EE.UU. está dinamitando el sistema liberal, que es también el mundo que ha sido gobernado por esa elite que ahora se muestra desconcertada. Cuando la gente se pregunta si se puede volver atrás en el tiempo, si al final todo pudiera ser un accidente de la historia, lo primero que hay que admitir es que resultaría paradójico volver al mundo del que veníamos. Porque es el mundo que ha creado monstruos como Trump. Solo con un sistema liberal en el que capital y trabajo alcancen un nuevo equilibrio eso sería posible. Y para ello habría que aceptar, como hizo John Maynard Keynes en 1933, que el capitalismo individualista ha sido un fracaso. Y reinventar ese sistema y las instituciones que lo sostienen como hizo su generación en 1944.