
El cónclave tiene tres días para escapar del asedio. El fotomontaje con el que Donald Trump intenta abiertamente influir en la elección del sucesor de Francisco (y de Pedro) no ha recibido comentarios oficiales por parte de la Santa Sede. “No tenemos nada que decir”, respondió el portavoz de la sala de prensa, Matteo Bruni, ante las repetidas preguntas de los periodistas.
Quienes sí quisieron responder fueron los obispos de Nueva York: “No hay nada inteligente ni gracioso en esta imagen, señor presidente. Acabamos de sepultar a nuestro amado papa Francisco y los cardenales están a punto de entrar en un solemne cónclave para elegir a un nuevo sucesor de San Pedro. No se burle de nosotros”, se lee en una publicación difundida en las cuentas oficiales de las redes sociales.
Los obispos norteamericanos acusan a Trump: “No hay nada gracioso en esta imagen”
Desde la sede vacante, en todo caso, se ostenta cierta tranquilidad. También porque, como se señala, cuando dentro de solo tres días los cardenales entren en la Capilla Sixtina, antes del extra omnes pronunciarán un juramento con la mano sobre el Evangelio: “Prometo y juro observar fiel y escrupulosamente, y mantener el secreto absoluto y perpetuo sobre todo lo que, directa o indirectamente, se refiera a las operaciones relativas a la elección del sumo pontífice y sobre todo lo que, por razón de mi cargo, llegue a mi conocimiento”.
Pero más allá del secreto, hay otro compromiso que debe asumirse solemnemente: la independencia y autonomía de la Iglesia. El juramento, de hecho, contiene este pasaje: “Prometemos, nos obligamos y juramos observar exacta y fielmente todas las normas contenidas en la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis”.
En el artículo 80 de este texto, redactado por Juan Pablo II en 1996 y parcialmente modificado por Francisco, se lee: “Prohíbo a todos y cada uno de los cardenales electores, presentes y futuros (…) recibir, bajo ningún pretexto, de parte de cualquier autoridad civil, el encargo de proponer el veto o la llamada exclusiva, incluso bajo la forma de simple deseo”. Palabras escritas hace casi treinta años, que parecen adaptarse muy bien a la realidad de estos días.
Los cardenales deberán jurar que rechazarán toda forma de injerencia de estados extranjeros
Algunos medios cercanos al Gobierno de Giorgia Meloni han acusado de injerencia al presidente Emmanuel Macron, quien reunió a los cardenales franceses durante los días de las exequias del papa Francisco.
El cardenal de Ajaccio, François Xavier Bustillo, navarro con pasaporte francés, explicó en declaraciones a la cadena católica KTO: “Los intercambios y los encuentros son importantes, pero eso no significa realizar un acto político ni estar sujetos a condicionamientos”. Respecto a los rumores sobre un posible respaldo al arzobispo de Marsella, Jean-Marc Aveline, Bustillo lo negó categóricamente: “En un contexto de laicidad, no es el presidente de la República quien dice a los cardenales qué hacer o a quién votar. Son encuentros de amistad, de respeto, sin ningún condicionamiento. Por tanto, no entiendo por qué ha habido polémicas. Somos libres y responsables”. La verdadera cuestión sigue siendo la ofensiva que llega desde América del Norte. Sin embargo, alrededor de la plaza de San Pedro se respira inquietud. Sus efectos se verán a partir de las próximas sesiones generales.
Después de una larga fase de táctica previa y de discursos que algunos han calificado de algo abstractos, aunque de buen nivel teológico, muchos desean que el debate avance hacia cuestiones concretas. Cada vez son más los cardenales que piden intervenir, hasta el punto de que, a partir de mañana, además de la sesión matutina diaria, se ha añadido otra por la tarde.
Entre los temas tratados en la congregación general de ayer –informó Bruni–, además del agradecido recuerdo del magisterio del papa Francisco, se subrayó que “los procesos iniciados durante su pontificado” deben continuar y “ser preservados”. También se recordó el esfuerzo del “pontífice por la causa de la paz y el valor de la educación como herramienta de transformación y esperanza”, así como el “deseo de que el próximo papa tenga un espíritu profético, capaz de guiar a una Iglesia que no se encierre en sí misma, sino que sepa salir y llevar luz a un mundo marcado por la desesperación”.
En resumen, el efecto Trump corre el riesgo de convertirse en un bumerán para los tradicionalistas. La convicción generalizada, sin embargo, es que las presiones sobre el cónclave no terminarán con los intentos, más o menos explícitos, de estas horas. No es casualidad que las medidas de aislamiento de los cardenales, a partir del miércoles, sean las más estrictas de la historia e incluyan todos los dispositivos tecnológicos. El mismo aislamiento se aplicará a los cinco electricistas y ascensoristas, cinco técnicos de climatización y dos floristas, que prestarán juramento y trabajarán a tiempo completo, pernoctando en el Vaticano y sin contacto con sus familias.
La Santa Sede guarda silencio, pero aumenta la inquietud por las maniobras externas
En la congregación del lunes podría intervenir también el cardenal Robert Francis Prevost, un nombre cada vez más en alza, aunque siempre con discreción. La prueba de que el prefecto del Dicasterio para los Obispos es observado con cierta atención es también que han comenzado a circular intentos de desacreditarlo. En las últimas horas, por ejemplo, algunos portales de la extrema derecha han comenzado a divulgar supuestos expedientes que lo vincularían con casos de encubrimiento de abusos.
Señales claras de que, en los próximos días, toneladas de fango están a punto de llegar a las puertas de la Capilla Sixtina.