El Dalái Lama anunciará este miércoles dónde buscar a su futura reencarnación

Corren malos tiempos para el exilio tibetano en India, encabezado por el Dalái Lama. No se trata solo del reloj biológico de Tenzin Gyatso, sino del acusado declive numérico de la comunidad que siguió sus pasos, tras su huida del palacio de Potala, en 1959. En este contexto sombrío, se espera con expectación el mensaje del líder budista, anunciado para este miércoles, cuatro días antes de su 90 aniversario. No son pocos los que esperan una pista sobre la identidad de su futura reencarnación o, por lo menos, dónde buscarla.

El mensaje será difundido por vídeo, pero no se sabe si ya ha sido grabado. Desde hoy y hasta entonces, el Dalái Lama estará rodeado de un centenar de monjes budistas eminentes, llegados de varios países. Con ellos deberá discutir aspectos relacionados con la delicada transmisión del poder en su secta Gelugpa y podría trasladar instrucciones sobre sus exequias y sobre procedimientos de búsqueda de su reencarnación. 

Su cumpleaños, este domingo, contará con una sorpresa a medias. Un coro de cuatrocientos niños tibetanos le cantará en su lengua y en inglés, una canción de cumpleaños compuesta expresamente en Bollywood. La imagen dará una idea muy distorsionada de la realidad demográfica del exilio tibetano en India, que ha quedado reducido a la mitad en menos de quince años. Esta diáspora, que aspiraba a estar cerca del Dalái Lama -y en muchos casos a proseguir viaje hacia Occidente- tocó techo hacia 1992, dos décadas después del fin de la lucha armada. 

El secesionismo tibetano, protegido por Washington y Nueva Delhi, jugó su última carta en 2008, intentando movilizar al mundo contra los Juegos Olímpicos de Pekín. Desde entonces, las llegadas de tibetanos a India -generalmente, vía Nepal- se han reducido a un simple goteo. Y en India, su principal refugio, la comunidad ha pasado de 150.000 personas a menos de la mitad. 

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Por lo menos desde 2020, el número de exiliados tibetanos que regresan a China es presumiblemente superior al de tibetanos que cruzan a India. Se trata, en todo caso, de cifras modestas. La mayoría de los tibetanos instalados en India -en muchos casos, de segunda y tercera generación- prefieren hacer las maletas rumbo a Bélgica o Alemania. 

Educados en el nacionalismo e irredentismo tibetano más sinófobo, en escuelas financiadas por USAID, pocos se atreven a volver a China, donde viven 7 millones de los 7,7 millones de tibetanos, la mitad en la Región Autónoma de Tíbet y el resto, mayoritariamente, en las diez prefecturas tibetanas autónomas repartidas por varias provincias (como Qinghai, donde nació el actual dalái lama), dos condados autónomos y varias ciudades autónomas. El número de tibetanos en China aumenta tanto en números absolutos como en porcentaje de la población total (aun así, una gota de agua). Pero el uso de la lengua propia estaría retrocediendo, según fuentes del exilio. 

En cualquier caso, Xi Jinping ya no es la única bestia negra del exilio anticomunista tibetano. Ahora también lo es Donald Trump, porque su arremetida contra USAID es un atentado directo contra la viabilidad de lo que llaman “gobierno tibetano en el exilio” y las demás instituciones educativas, políticas y asistenciales que orbitan a su alrededor. Hasta la mitad de su presupuesto depende de la citada agencia de cooperación del gobierno estadounidense, ahora sujeta a recortes draconianos.

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El Ejército Popular de Liberación entró en Tíbet en 1951, cuando el Dalái Lama todavía era un adolescente, para no marcharse. El lugar de su futura reencarnación es ahora materia de estado o, mejor dicho, de estados 

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USAID, por ejemplo, pagó casi íntegramente el nuevo centro de acogida de exiliados cercano a McLeod Ganj y Dharamsala, en 2012, que opera como centro de capacitación profesional. Sin embargo, se ha quedado sin prácticamente nadie a quien atender, debido al fin de la emigración tibetana a India, tierra de la predicación de Buda y del Dalái Lama.  

Si en el momento álgido llegaban a Dharamsala unos 2.500 inmigrantes tibetanos al año (según algunas fuentes, hasta 3.000 e incluso 3.500), la cifra se redujo en 2020 a cinco. El año pasado fueron ocho y ninguno de ellos era un niño en edad escolar. 

El mayor control fronterizo en el lado chino, con medios tecnológicos avanzados, y las reticencias de sucesivos gobiernos marxistas en Nepal solo explican en parte el cierre del grifo. La realidad es que en India no hay trabajo -como repiten los tibetanos- y pocos emigran a un país más pobre que el suyo. Comunidades tibetanas muy antiguas en el nordeste de India, como las de Shillong y Kalimpong (donde el año pasado murió el hermano del Dalái Lama que ejerció de contacto con la CIA) reconocen la merma de efectivos. 

Pero desde Dharamsala -la Miami tibetana- en lugar de hacer autocrítica, optan por culpar a la inmensa mayoría de tibetanos que nunca salieron de Tíbet. “Antes tenían cinco o seis hijos y siempre había alguno destinado a la vida monástica y que quería estar cerca del Dalái Lama. Ahora solo tienen dos o tres, hijas incluidas”. 

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La transmigración del alma de Tenzin Gyatso es, ahora mismo, una de las mayores preocupaciones geopolíticas a ambos lados del Himalaya. El plan divino podría no estar reñido con una cuidadosa planificación humana. El anciano lama, como es natural, ya no estará en este mundo cuando otros monjes de su secta Gelugpa (del Sombrero Amarillo) partan en busca de señales de la reencarnación, normalmente al cabo de por lo menos un año desde su fallecimiento. 

El funcionario a cargo del “oráculo de Estado” de McLeod Ganj -la adivinación es parte consustancial del budismo tibetano- reconoce que es anómalo discutir una reencarnación en vida. “Pero de lo que se trata es de asegurar la continuidad de la institución”. 

Esta tiene casi seiscientos años de historia. Pero Pekín nunca rehúye los argumentos históricos. Al contrario. El gobierno comunista dice ser, precisamente, el garante de “que el XV dalái lama sea escogido del mismo modo que lo fue el actual”.  Sus argumentos se quedan algo cojos, porque si bien es cierto que la mayoría de los daláis lamas de los últimos siglos fueron ratificados en Pekín (en la denominada Urna Dorada), Xi Jinping no es propiamente el emperador de China. 

Pero tampoco lo era el generalísimo Chiang Kai-shek, cuya administración dio por buena la selección del niño Lhamo Thondup -luego Tenzin Gyatso- eximiéndolo de la Urna Dorada. El padre de Taiwán, por cierto, también consideraba que Tíbet formaba parte íntegra de China. De su República de China. 

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El Dalai Lama en otra ceremonia en McLeod Ganj, el 7 de mayo. El año pasado fuer operado de la rodilla en EE.UU. y su salud no es la que era, aunque con su proverbial humor diga que vivirá 110 años

– / AFP

El Dalái Lama ha dicho en alguna ocasión que podría reencarnarse tanto en un niño como en una niña y que podría ser en India. Se supone que en Arunachal Pradesh (Zangnan o Tíbet del Sur para Pekín) y más concretamente en Tawang, donde hay un monasterio tibetano histórico y de donde ya salió un Dalái Lama. En previsión de la jugada, China lleva años oficializando topónimos del lugar en tibetano y chino. La última hornada, de 27, hace un mes y medio. 

Pero el futuro Dalái Lama también podría ser rastreado a miles de kilómetros del Himalaya. Por ejemplo, entre el numeroso exilio tibetano en Karnátaka, cerca de Bangalore. O más cerca de Delhi, en Dehradun o en la propia Dharamsala. Sea como sea, no será el único. 

El XIV Dalái Lama -el actual- fue “identificado” cuando tenía dos años. Algo parecido podría suceder en el futuro. Eso significa veinte años por delante de  interinidad, en los que Pekín tendrá la sartén por el mango y en los que además impulsará a su propio Dalái Lama, como ya hizo con el Panchen Lama. 

El círculo del Dalái Lama también forzará las convenciones a su manera. Tradicionalmente, el Panchen Lama confirma al Dalái Lama (y viceversa), pero esta vez no será posible. El Panchen Lama bendecido por Tenzin Gyatso “desapareció” hace treinta años en China, junto a sus padres. Un motivo de peso para que la transmigración del alma escoja la vertiente sur del Himalaya. La camarilla de Dharamsala tiene muchos motivos para temer un Dalái Lama escogido por Pekín. Tantos como Pekín para temer un Dalái Lama procedente de un entorno bendecido e instruido por Washington y Nueva Delhi. 

Supuesto “Tíbet del Sur”

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Joe Biden no fue un amigo de China, pero con Donald Trump el choque está siendo todavía más frontal. El Tíbet agotó ya su condición de ariete, para la que los islamistas uigures presentan muchas más cualidades. El mismo Dalái Lama renunció hace años a la independencia, en favor de una autonomía mejorada y respeto a la lengua, cultura y religión tibetanas. Pero el Partido Comunista de China (PCCh)  no perdió ocasión de tildarlo de “tigre disfrazado de cordero”. 

El desencuentro era y es total. Menos por Dios que por la tierra. El palacio de Potala en Lasa y los monasterios eran los grandes terratenientes de Tíbet, antes de que el PCCh ganara la guerra civil china y entrara en la meseta más alta del mundo. La mitad de los tibetanos eran hasta entonces siervos de los abades, como en la Edad Media. Ahora bien, en la China comunista, la tierra  pasó a ser propiedad del Estado, hasta hoy. 

La Revolución Cultural pudo doler más en Tíbet porque venía de fuera, pero fue igual de iconoclasta, bárbara e inmisericorde en toda China. El budismo, finalmente, llegó a Tíbet mucho más tarde que al resto de China, donde también forma parte del  fondo cultural, aunque con menor peso que los valores confucianos. Un antiguo “primer ministro” del autoproclamado “gobierno tibetano en el exilio”, Samdhong Rinpoché, de aspecto imperturbable, perdía la compostura con la caracterización del viejo Tíbet como una teocracia. ”¡Teocracia!¿Cómo podemos ser una teocracia si en el budismo no hay Dios?”, le decía a este corresponsal, hace más de quince años, en el fantasmal complejo “gubernamental” de McLeod Ganj. 

Aunque el actor Richard Gere vuelva esta semana a la vecina Dharamsala a felicitar al Dalái Lama, su entorno tiene motivos para la inquietud. La supuesta amistad de casi una década entre Donald Trump y el primer ministro indio, Narendra Modi, empieza a presentar fisuras. Y si las dos orillas se separan, los primeros en caer pueden ser los exiliados políticos tibetanos. 

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El monte Kailash, sagrado para cuatro religiones indias y “morada de Shiva”, en Tíbet

Getty Images/iStockphoto

El reciente almuerzo en la Casa Blanca del jefe de las Fuerzas Armadas de Pakistán, general Asim Munir (en lugar del primer ministro o el presidente) fue un auténtico bofetón a India, a los dos meses de una tremenda escaramuza. Cuando todavía escocía la amenaza de aranceles estadounidenses del 27%.

China lee las hojas de té y la semana pasada mandó dos mensajes fuertes de reconciliación a India, que aumentan los nervios en McLeod Ganj. El Asesor Nacional de Seguridad indio, Ajit Doval, se reunió con el ministro de Exteriores, Wang Yi, en Pekín, un día antes de que se encontraran los ministros de Defensa de ambos países.

Pero mucho más importante para el hombre de la calle y no digamos para el votante de Modi, fue la reapertura, tras seis años, de la peregrinación de indios al lago tibetano de Manasarovar, al pie del intacto monte Kailash, mítica morada de los dioses Shiva, Párvati y su retoño Ganesh (el de cabeza de elefante). Es difícil sobrevalorar la importancia sentimental de este dato, coincidiendo además con los encuentros de alto nivel citados.

Nada de eso impedirá que India mande al cumpleaños de Dharamsala a por lo menos un ministro, Kiren Rijiju. El único, precisamente, originario de Arunachal Pradesh. Y también ese día está previsto que el Dalái Lama hable durante media hora.

“Habrá algún tipo de marco en el que podamos hablar de la continuidad de la institución del Dalái Lama”, adelantó este, sobre su próxima declaración, en el mayor encuentro religioso en Dharamsala desde antes de la pandemia. En un libro en inglés aparecido en marzo, firmado por el Dalái Lama -aunque no necesariamente de su autoría- este habría afirmado que se reencarnará “en el mundo libre”. Pekín replicó: «Se reencarnará en China». 

“Velamos por la encarnación del Dalái Lama, no solo por la supervivencia de Tíbet como cultura, religión y nación distintas, sino también por el bienestar de toda la humanidad”, aclara finalmente el oráculo oficial, Thupten Ngodup, experto en misterios inescrutables. 

(Arriba, foto de una peregrina hindú en Manasarovar, Región Autónoma de Tíbet, China, la semana pasada, en la primera tanda autorizada de turistas indios -treinta y tantos- desde 2019)

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