El Este se rompe

El alcalde de Varsovia no ha conseguido emular al alcalde de Bucarest. En Polonia, el europeísmo acaba de perder un set que puede ser decisivo.  El cosmopolita Rafał Trzaskowski fue derrotado este pasado domingo en las elecciones presidenciales por el nacionalista Karol Nawrocki. Una derrota por la mínima, no por ello menos dolorosa. La extrema derecha sigue escalando posiciones desde el estuario de Lisboa al río Vístula. Dentro de dos años puede estar en riesgo el gobierno centrista de Donald Tusk, la gran esperanza de Bruselas en el Este. Donald Trump ha ganado las elecciones en Polonia. Vamos a ver por qué.

Cada vez que se vota en la Europa del Este hay un drama. Hace quince días, el profesor de matemáticas Nicusor Dan, alcalde de Burcarest, logró ganar contra pronóstico las presidenciales rumanas, cuando todas las encuestas daban como probable vencedor al candidato de la extrema derecha nacionalista George Simion, devoto seguidor de Trump, que contaba con el apoyo de personajes muy próximos a Rusia. Estamos hablando de un contexto muy crítico. El nuevo poder norteamericano no simpatiza con el europeísmo del profesor Dan, formado académicamente en Francia, pero no se atrevió a invitar a Simion a la Casa Blanca. Ningún miembro de la Administración Trump viajó a Bucarest para pedir apoyo para el irredentismo rumano que sueña con anexionar Moldavia.

Con Polonia las cosas han sido distintas. Nawrocki fue invitado el pasado 2 de mayo a la Casa Blanca y Trump le dijo: “¡Ganarás!”. La semana pasada, la Secretaria de Seguridad Nacional del gobierno de los Estados Unidos, Kristi Noem, la ministra que suele fotografiarse encabezando redades policiales, aterrizaba en Varsovia para prometer el máximo apoyo militar a Polonia si ganaba el candidato protegido por Washington. Desde hacía semanas circulaban por el país intensos rumores sobre una gradual retirada de fuerzas militares de Estados Unidos. “Si eligen a un líder que colabore con el presidente Trump, el pueblo polaco tendrá un aliado fuerte. Continuarán contando con la presencia militar estadounidense, y contarán con equipos de fabricación estadounidense de alta calidad”, dijo Noem. Más claro, el agua. Polonia destina en estos momentos el 5% de su PIB a defensa, cuenta con el mayor ejército de la Europa del Este, ha fortificado la frontera con Bielorrusia, acoge a más de un millón de refugiados ucranianos, es obligado canal de paso para la ayuda militar occidental a Ucrania, interviene de manera silente en la guerra (algún día sabremos si oficiales polacos colaboraron en el sabotaje de los gasoductos Nord Stream) y teme un ataque de Rusia. Siempre teme un ataque de Rusia. No hay día en el que Polonia no recuerde que su historia es la de un acordeón. Si alemanes y rusos aprietan al mismo tiempo se queda sin fuelle. En 1939 Polonia estuvo a punto de desaparecer.

Nawrocki con Noem en Varsovia

Nawrocki con Noem en Varsovia

Propias

Cada vez que se vota en el Este de Europa es un drama, porque hay muchas disyuntivas superpuestas: europeísmo o soberanismo, extrema derecha o derecha más o menos liberal, nacionalismo o cosmopolitismo, el campo contra las grandes ciudades, tradicionalismo o liberalidad, derechos para el colectivo LGTBI o focalización de la ira social en los ‘diferentes’; dureza con los inmigrantes o dureza extrema contra los inmigrantes, irredentismo o conformidad con las fronteras existentes, enfrentamiento con Rusia o alianza con Rusia.

El alcalde de Bucarest es europeísta, cosmopolita, afrancesado, habla tres idiomas, liberal, cauto en la política de costumbres, y poco amigo de Rusia. Ganó hace quince días,  por muy poco, gracias al voto urbano y al decisivo apoyo de la minoría nacional húngara (más de un millón de personas) que no se fía del nacionalismo rumano, aunque Simion viaje a Budapest para hacerle la pelota a Víktor Orbán. El alcalde de Varsovia es europeísta, cosmopolita, estudió en París y Oxford, habla cinco idiomas, escribe ensayos con Jürgen Habermas, es liberal, muy liberal, muy explícito en su apoyo a la minoría LGTBI, muy poco amigo de Rusia… y ha tenido enfrente al Gobierno de los Estados Unidos. Un memorialista apoyado por la Casa Blanca ha derrotado al alcalde-intelectual de Varsovia. Ubicada entre Alemania y Rusia, Polonia siempre ha interesado mucho a Estados Unidos. También a Inglaterra. El gran ideólogo de la segunda fase de la Guerra Fría fue el politólogo Zbigniew Brzezinski, nacido en Varsovia en 1928, consejero de Seguridad Nacional con el presidente Jimmy Carter.

El europeísmo ha perdido y el primer ministro polaco Donald Tusk queda ahora en salmuera. Ayer mismo comunicó que se someterá a una moción de confianza. Necesitaba que su candidato ganase la presidencia de la República para liberarse del poder de veto que viene ejerciendo el partido Ley y Justicia (PiS), puesto que el presidente saliente, Andrzej Duda, también pertenece a esa formación, con gran arraigo en el medio rural. El PiS parecía de capa caída y ha recuperado fuerza con un candidato con apariencia de ‘outsider’. Nawoerzki es el antiguo director del Instituto de la Memoria Nacional. Aficionado al boxeo, antiguo guardia de seguridad, hincha del Danzig.

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El primer ministro polaco pedirá una moción de confianza

El presidente de Rumanía representa al país en los Consejos Europeos y en las cumbres de la OTAN. El presidente de Polonia no tiene esa prerrogativa, pero puede vetar decisiones del Ejecutivo, iniciar procesos legislativos, firmar acuerdos internacionales y es el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. El PiS puede comerse a la Coalición Cívica de Tusk en menos de dos años si mancomuna sus esfuerzos con la otra formación de extrema derecha que ha surgido en Polonia, el movimiento Konferencja, con un electorado más joven y urbano, seducido por propuestas libertarias.

El debilitamiento político de Tusk podría afectar de lleno a la política europea, mientras Alemania se dispone al rearme. El actual eje Francia-Alemania-Polonia va a necesitar más a Italia y España, países con gobiernos aparentemente antagónicos. Una futura cooperación entre la derecha clásica y los socialistas en Portugal –no les queda otra alternativa- también adquirirá valor en el mercado europeo. Cada jornada electoral en Europa tiende hoy al drama y la tensión está escalando. En España lo sabemos bien. La victoria de Trump en Polonia no es un dato menor.

Después de un fuerte apogeo nacional en el siglo XVII (Mancomunidad de las Dos Naciones con Lituania), Polonia quedó prácticamente borrada del mapa, repartida entre Rusia, Prusia y la Austria de los Habsburgo. Reaparece como estado nacional en 1918 después de la Primera Guerra Mundial gracias a la derrota de las potencias centrales, el hundimiento de la Rusia zarista y el llamamiento del presidente estadounidense Woodrow Wilson en favor de la “autodeterminación de los pueblos”. En la cripta de la catedral de Cracovia, en la que Karol Wojtyla ejerció como arzobispo, se halla la tumba del general Józef Piłsudski, creador de la Polonia moderna. Pilsudski tuvo un sueño: Intermarium. Międzymorze, en polaco. Entre mares. Una confederación de territorios del Este europeo, pilotada por Polonia, del mar Báltico al mar Negro, del puerto de Tallin (Estonia) al puerto de Odessa (Ucrania). La vieja mancomunidad polaco-lituana ampliada con todos los países bálticos, una parte de Bielorrusia y otra buena parte de Ucrania. Una potente confederación pensada para sujetar a la Unión Soviética y frenar el expansionismo alemán. Una versión ampliada de Intermarium incluía Hungría, Chequía, Eslovaquia, Rumanía y Yugoslavia.

Intermarium, el sueño del nacionalismo polaco

Intermarium, el sueño del nacionalismo polaco

LA VANGUARDIA

Hablar hoy de Intermarium puede parecer una fantasía y en buena parte lo es, pero si prestamos atención a la guerra de Ucrania no es difícil visualizarla. Polonia ha sido la gran animadora del ‘occidentalismo’ ucraniano. La Rusia neozarista de Vladímir Putin intenta recuperar ‘espacio vital’, busca la reconquista de algunos territorios, pretende controlar gobiernos a distancia y traza alianzas que puedan contribuir a la fragmentación de la Unión Europea, vista desde Moscú como un gran proyecto alemán. Estados Unidos también juega a debilitar a la UE, ahora descaradamente. Esa es la gran novedad: el giro de Estados Unidos. Polonia vuelve a ser pieza clave. En otoño habrá elecciones legislativas en la República Checa, en las que el europeísmo también puede perder. Y dentro de un año vendrá la gran prueba de Hungría.

Hungría es hoy la otra pieza clave en el Este. El embajador español Juan González-Barba, antiguo secretario de Estado para la Unión Europea, un brillante diplomático con excelentes conocimientos históricos, sostiene que el destino de la UE se juega en Hungría, en la antigua provincia romana de la Panonia, en la gran llanura central europea poblada por los magiares, en la cual el Reino de Hungría alcanzó su máxima amplitud. Esa Gran Hungría fue mutilada al concluir la Primera Guerra Mundial con el reparto territorial establecido en el tratado del Trianon (1919), epílogo del tratado de Versalles. Hungría perdió dos tercios de su territorio y a más de la mitad de su población, de carácter multiétnico, no todos eran húngaros. El sentimiento de humillación aún perdura y el nuevo nacionalismo húngaro lo está avivando. “No nos engañemos, el propósito central de Orbán es deshacer Trianon, recuperar los territorios que pueda, y fortalecer a las minorías nacionales húngaras en Rumanía, Ucrania, Eslovaquia, Serbia, Croacia, Eslovenia y Austria, países que en 1919 anexionaron territorios húngaros”, me comentaba González-Barba hace unos días en Madrid.

La protección de las minorías nacionales húngaras en los países vecinos es una de las grandes prioridades del régimen de Budapest. El nacionalista rumano Simion viajó recientemente a Hungría para congraciarse con Orbán, pero la minoría nacional húngara en Rumanía no se fió y apoyó mayoritariamente al candidato liberal en las presidenciales. Orbán juega pacientemente sus cartas. Amenaza con irse de la Unión Europea, mantiene excelentes relaciones con Rusia, venera a Trump, se ha asociado el movimiento Maga, financia el Insituto Danubio que hace de puente entre la fundación estadounidense Heritage (inspiradora de parte del programa de Trump), fundaciones europeas de extrema derecha y círculos del nacionalismo ruso. Dirige estratégicamente la plataforma Patriotas por Europa, tercer grupo en el Parlamento Europeo, al que se adhirió Vox pronto hará un año.

Orbán es en estos momentos el gran ‘broker’ del trumpismo en Europa. Según cuál sea el pacto final en Ucrania, podemos ver a Hungría pidiendo la devolución de la Transcarpatia, región del sudoeste de Ucrania, parte del reino de Hungría desde el siglo XI, anexionada por la Unión Soviética en 1918. Dentro de un año, Órban se jugará el puesto de primer ministro en unas elecciones de alto voltaje con la oposición, ahora liderada por Péter Magyar, antiguo miembro del partido gubernamental, un nacionalista húngaro que ahora denuncia la corrupción y defiende una mayor proximidad a Bruselas.

En el Este de Europa, el ‘mundo de ayer’ está cada vez más presente. Las fracturas del pasado fueron congeladas después de la Segunda Guerra Mundial y ahora reaparecen con mucha fuerza ante el interés común de Estados Unidos y Rusia de debilitar a la Unión Europea. El momento es crítico y el griterío que se escucha estos días en España algo tiene que ver con el cuadro danubiano, aunque no lo parezca.

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