España destina actualmente 19.773 millones de euros a su defensa. Esto supone el 1,28% de su PIB. A lo largo de este año esta cifra se incrementará en 6.000 millones a través de los presupuestos generales del Estado, si los hubiese. Si el Gobierno por segundo año consecutivo no logra aprobarlos, se buscará algún vericueto para elevar la inversión en armas a 25.000 millones. Y así, ejercicio tras ejercicio, para terminar la legislatura con 36.560 millones. Y a partir del 2029 la cantidad destinada a seguridad superará los 50.000 millones, que pasará a ser un gasto estructural, como la sanidad, y cada vez será mayor.
¿Y todo este gasto para qué? Si tenemos armas será para usarlas. Según la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, “Europa se tiene que preparar para la guerra”. Pero ¿qué guerra? Según los expertos militares, el mundo está abocado a la tercera guerra mundial, que se localizará en el Pacífico dentro de dos décadas. Si esto es verdad, cosa que dudo, estamos condenando a nuestro hijos y nietos a ser carne de cañón. ¿Es ese el futuro que nos espera?
Desconfianza mutua
Rusia quiere garantías de que Occidente no les ataque. Lo contrario de lo que dice la UE. Podría ser un malentendido, pero gastarse tanto dinero por desconfianza no es razonable
Y ante tal panorama, Europa se tiene que apuntar al bando chino o al norteamericano. Este planteamiento es un auténtico disparate, porque en vez de entrar en una escalada militar podríamos trabajar para la paz, y en vez de rearmarnos podríamos hacer lo contrario, desarmarnos. Con tanto dinero seguro que podríamos construir un mundo mejor.
La otra hipótesis, a la que probablemente se refiere doña Von der Leyen, es que Europa va a entrar en guerra con Rusia. La tesis que se maneja en las altas esferas para convertir la inversión en el rearme en algo prioritario es la siguiente: EE.UU., una vez que se termine la guerra de Ucrania, se retirará de la OTAN y desmantelará sus bases en el Viejo Continente. Ya no sería necesaria su vigilancia porque ni hay comunistas ni URSS ni Pacto de Varsovia. Por tanto, sería un gasto inútil. Se trata del final de la guerra fría. Por tanto, después de medio siglo, Donald Trump coincide con la izquierda radical, especialmente con Podemos y Sumar, cuando reivindican “OTAN no, bases fuera”. Todos de acuerdo menos el PSOE de Pedro Sánchez, que se ha hecho más belicista que nadie y en esto coincide con la derecha y con la extrema derecha. Sin embargo, ni el PP ni Vox están dispuestos a votar con él en el Parlamento un incremento del gasto en armas. El guirigay es aún mayor si escuchamos a los eurócratas. Según dicen, cuando los yanquis se vuelvan a su casa, el malvado Putin volverá a atacar a Ucrania, Polonia, Estonia, Lituania y Letonia. Pero esto no encaja. Según la sabiduría popular, “gato escaldado huye del agua fría”. Los rusos, en términos humanos y económicos, han perdido esta guerra. Se calcula que han tenido 800.000 víctimas y de estos, 200.000 muertos. Su economía, que no es mucho más grande que la de España, ha quedado devastada y su ejército está desmoralizado. Algo similar les pasó con los talibanes de Afganistán.

Lo que tiene más sentido es que no se fían de los europeos, que al fin y al cabo les ha intentado invadir con Napoleón y con Hitler y ahora con la OTAN expandiéndose hacia el Este. Todo su afán es que Trump le dé garantías para que Occidente no les ataque. Lo contrario de lo que dice la UE. Todo puede ser un malentendido, pero gastarse tanto dinero porque unos desconfían de otros no es razonable. ¿Y si terminamos de una vez por todas con la guerra fría y dedicamos esos recursos para reconstruir Ucrania?