
Afinales de julio de 2025, en lo más profundo de la maquinaria burocrática del Pentágono en Arlington, Virginia, el Ejército de EE.UU. firmó discretamente la cesión de una pieza crítica de su soberanía. El contrato de 10.000 millones de dólares con Palantir Technologies —uno de los mayores en la historia de departamento— fue presentado como una cuestión de eficiencia administrativa, consolidando 75 acuerdos de adquisición separados en un único paquete. Pero tras el lenguaje tecnocrático se escondía algo mucho más profundo: el software de Palantir pasaba a ser, por defecto, el sistema operativo para la inteligencia en el campo de batalla, la logística y los sistemas de personal. Lo que parecía una simplificación burocrática era, en realidad, una entrega estratégica de funciones militares fundamentales a una firma privada cuyo fundador, Peter Thiel, ha declarado abiertamente que “la libertad y la democracia ya no son compatibles”.
Esta cesión supone que las decisiones sobre objetivos, movimiento de tropas e inteligencia se toman cada vez más mediante algoritmos que no son controlados por el mando militar, sino por un consejo de administración que responde ante los accionistas. El Ejército no solo compró software: cedió soberanía operativa a una plataforma sin la cual ya no puede funcionar.
Se está configurando en Washington una nueva formación que plantea el desafío más sofisticado que ha recibido la gobernanza democrática en la era digital: es el Complejo Tecnológico Autoritario. Es más rápido, más ideológico y más privado que cualquier modelo militar-industrial anterior. Silicon Valley ya no solo construye aplicaciones: está construyendo imperios.
Con la tecnología patriótica por bandera, una coalición de empresas, financiadores e ideólogos diseña una infraestructura planetaria de vigilancia, de coerción y de gobernanza sin rendición de cuentas. No es una metáfora. Es un sistema estratificado —plataformas en la nube, modelos de IA, redes financieras y de drones, sistemas orbitales— que conforma una infraestructura tecnopolítica integrada de control, lo que yo llamo la Pila Autoritaria . En su cúspide se hallan los exponentes más derechistas de Silicon Valley —Thiel, Musk, Andreessen, Sacks, Luckey y Karp—, cuyas inversiones se alinean con un proyecto político: la reconversión de la soberanía en un modelo de activos privados.
A diferencia del autoritarismo tradicional, que depende de la movilización masiva y de la violencia estatal, este sistema opera mediante infraestructura tecnológica y coordinación financiera, haciendo que la resistencia no solo parezca difícil, sino arquitectónicamente obsoleta.
El nuevo complejo tecnológico autoritario de Silicon Valley no fabrica ya aplicaciones: está construyendo imperios
Hacia mediados de 2025, las señales de alerta proliferaban en Europa. En Roma, los funcionarios de defensa italianos se prestaron a integrar Starlink, de Elon Musk, en las comunicaciones militares. En Berlín, Rheinmetall y Anduril —empresa emergente de defensa de California respaldada por la red de Thiel— expandieron su joint venture para desplegar enjambres de drones autónomos para la OTAN. El impulso de Palantir en la policía alemana provocó una fuerte resistencia, pero Baviera firmó nuevos contratos por valor de 25 millones para ampliar el sistema a nivel nacional.
Ninguna de estas decisiones provocó un debate parlamentario significativo. Pocas llegaron a las portadas. Sin embargo, tomadas en conjunto, revelan la externalización sistemática de la soberanía europea a empresas tecnológicas estadounidenses respaldadas por los inversores más ideológicos de Silicon Valley. Los gobiernos europeos persiguen la autonomía estratégica justo en el momento en que sus infraestructuras críticas están siendo reconfiguradas para depender de plataformas estadounidenses cuyos ejecutivos socavan activamente la democracia europea. Es una paradoja con implicaciones devastadoras: perseguir la independencia mientras se cede el control con cada contrato firmado.
Las infraestructuras críticas del Estado están siendo reemplazadas y reinstaladas en cinco dominios estratégicos –información de la población, suministro monetario, defensa, comunicaciones orbitales y energía —que constituyen los fundamentos mismos del control democrático.
Todo comienza con el control del sistema operativo. El contrato de 10.000 millones de dólares del Ejército hizo explícito lo que los más informados ya sabían: Palantir se ha convertido en el sistema operativo de facto del gobierno de EE.UU. Su rastro aparece detrás de la gestión del campo de batalla, de la logística, de los sistemas de personal y del análisis de inteligencia. El Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) de Trump usa la plataforma Foundry de Palantir —originalmente desarrollada para la contrainsurgencia en Irak— para automatizar la elaboración del presupuesto federal, la elegibilidad para asistencia social, los reembolsos sanitarios y los beneficios para veteranos, todos ellos canalizados a través de procesos algorítmicos que codifican decisiones eminentemente políticas.
Si Palantir es la columna vertebral de datos del Estado autoritario, Anduril es su sistema de mando de guerra autónoma. Su plataforma Lattice conecta transmisiones satelitales, datos de radar e imágenes del campo de batalla en una sola red operativa, permitiendo que las misiones militares se planifiquen y ejecuten de forma automática. La compañía afirma que sus sistemas pueden operar en nivel 5 de autonomía ; es decir: identificar objetivos, atacar y regresar sin intervención humana.
Europa debería tomar nota de cómo la red de Peter Thiel está privatizando la soberanía americana
En julio de 2025, el secretario de Defensa, Pete Hegseth, anunció la iniciativa Desarrollo del dominio militar estadounidense con drones , para lograr la integración total de sistemas de armas autónomas en 2027. Anduril fue cofundada por Palmer Luckey (creador de Oculus) y Trae Stephens (socio de Founders Fund y ex de Palantir). Hoy la empresa tiene más de 22.000 millones de dólares en contratos de defensa. Su valoración de 30.500 millones refleja no solo éxito comercial, sino su creciente control de la infraestructura militar básica.
Starshield, la constelación militar clasificada de SpaceX, representa la privatización de las comunicaciones de órbita baja, lo que alguna vez fue dominio exclusivo del Estado. Pese a que se presenta como una “infraestructura soberana”, sigue siendo propiedad y está controlada por la empresa privada de Musk. En el Pentágono se explora el uso de Starship como plataforma logística capaz de mover tropas y material a cualquier lugar de la Tierra en menos de una hora. Cuando las comunicaciones de la OTAN en el frente dependen de una infraestructura controlada por un hombre que apoya abiertamente la extrema derecha europea, la autonomía en cuestión de defensa es más bien una ficción teatral.
Para que funcionen los centros de datos que alimentan los análisis de Palantir, los sistemas autónomos de Anduril y los algoritmos de IA de la Pila hace falta una energía continuada y de alta densidad que solo la nuclear avanzada puede proporcionar a gran escala. Tecnológicas privadas como AWS GovCloud y Microsoft Azure for Government —en asociación con OpenAI, Meta y Anthropic— están ahora integradas en operaciones militares y de inteligencia clasificadas. Estas plataformas funcionan cada vez más como infraestructura “soberana”, donde soberanía significa estar al margen del control público y atar a los gobiernos a infraestructuras privadas.
Para entender la velocidad de este proceso hay que seguir el rastro de las personas. J.D. Vance, ahora vicepresidente, ascendió al poder después de que Peter Thiel aportara 15 millones de dólares a su campaña para el Senado de 2022 —la mayor donación individual en la historia del Senado—. Michael Kratsios, exjefe de gabinete de Thiel, ahora dirige la Oficina de Política Científica y Tecnológica de la Casa Blanca. Michael Obadal, un ejecutivo de Anduril, fue nombrado subsecretario del Ejército mientras aún poseía hasta un millón de dólares en acciones de Anduril… lo más llamativo es el destacamento 201 del Pentágono, que incorpora directamente a ejecutivos de Silicon Valley en rangos militares.
Por otra parte, cuando se sigue el dinero, el patrón emerge. El caso de Founders Fund, el buque insignia de 17.000 millones de dólares de Thiel, sirve para comprender la arquitectura del proceso. En junio de 2025, lideró la ronda de financiación de Anduril con una inversión de 1.000 millones de dólares y una valoración de 30.500 millones. Como primer inversor institucional, tanto en Palantir como en SpaceX, Founders Fund se posicionó pronto en los dominios de la inteligencia y de lo orbital. Pero, a diferencia del capital de riesgo tradicional, opera mediante control estratégico directo. Trae Stephens actúa simultáneamente como socio del fondo y presidente de Anduril. Delian Asparouhov divide su tiempo entre el fondo y la presidencia de Varda Space Industries, centrada en la manufactura orbital y la futura infraestructura espacial. Scott Nolan dirige General Matter mientras mantiene su rol en el fondo. Esto no es gestión pasiva del capital, sino una gobernanza activa sobre empresas que están remodelando la capacidad del Estado.
Los tecnoautoritarios han pasado de cuestionar la democracia a construir su reemplazo: ya no necesitan convencer al votante
Cuando tu cliente no puede marcharse porque te has convertido en su sistema operativo, has alcanzado el poder.
Aquí es donde las apuestas se vuelven existenciales, no solo para la democracia estadounidense, sino para la misma soberanía europea. Veamos. El ejército alemán depende cada vez más de los sistemas autónomos de Anduril a través de las alianzas con la firma Rheinmetall para crear “variantes europeas” de los misiles Barracuda y los aviones autónomos Fury . La dependencia de Estados Unidos no desaparece: los sistemas europeos funcionan con Lattice , reciben actualizaciones continuas de los servidores de California y operan dentro de los parámetros definidos en Silicon Valley.
Los responsables de defensa alemanes han planteado reducir la dependencia de proveedores externos como Starlink y desarrollar sistemas satelitales soberanos. Mientras tanto, Elon Musk intervenía pública y repetidamente en la política alemana: en enero de 2025 transmitió en directo una conversación con la líder de la AfD, Alice Weidel, ante una audiencia de más de 200.000 personas, afirmando que “solo la AfD puede salvar Alemania”, aunque este partido está sometido a vigilancia por sus postulados extremistas.
Reino Unido corre el riesgo de caer en una trampa aún más profunda. El sistema nacional de salud opera sobre la plataforma de datos de Palantir, valorada en 330 millones de libras, que procesa decenas de millones de registros de pacientes. La alianza defensiva de 1.500 millones que convierte a Gran Bretaña en un centro neurálgico para los sistemas de IA militar de Palantir agrava aún más la dependencia
Cada nuevo contrato agranda la trampa. Cuando Palantir se vuelve indispensable para las operaciones de gobierno, cuando la OTAN adopta como estándar los drones de Anduril, cuando las instalaciones nucleares alimentan los sistemas de IA que dirigen todo lo demás, el cambio es irreversible. Lo que surge no es una operativa empresarial tradicional, sino una transformación fundamental de la soberanía: de la autoridad política ejercida a través de instituciones democráticas se pasa al control técnico ejercido por agentes privados. Mientras Bruselas debate sobre “soberanía digital”, los ministerios europeos firman contratos que transfieren funciones gubernamentales centrales a esa Pila Autoritaria. Cada nueva dependencia restringe la autonomía política futura mientras incrusta la lógica antidemocrática en la infraestructura del gobierno.
Mientras Bruselas debate la soberanía tecnológica, sus estados firman contratos que ceden funciones a la Pila Autoritaria
La transformación política de Silicon Valley en la era Trump 2.0 consolida a quienes Evgeny Morozov denomina los “oligarcas-intelectuales”: capitalistas de riesgo que actúan como los intelectuales orgánicos del capital del siglo XXI. No solo teorizan, sino que evangelizan sobre nuevas formas de soberanía. A diferencia de los intelectuales de la era industrial de Gramsci, que generaban adhesión a las estructuras ya existentes, estas nuevas figuras difunden su evangelio mediante la financiación de capital riesgo, las becas y la colocación de personas afines en posiciones estratégicas, diseñando una gobernanza postdemocrática a través de la infraestructura tecnológica que hace que la supervisión tradicional quede obsoleta.
Lo que nació como una evasión libertaria se ha transformado en una apropiación autoritaria. La misma red que alguna vez defendió el seasteading y las criptomonedas para escapar de la autoridad estatal ahora coloca a sus miembros en los niveles más altos del gobierno. Al no haber podido construir instituciones paralelas, estos actores han descubierto que resulta más eficaz convertirse ellos mismos en la infraestructura del Estado. El ejemplo más claro proviene de las finanzas. Su jugada en el mundo cripto siempre fue ir a contracorriente: comprar Bitcoin cuando nadie lo hacía, vender en máximos y recomprar tras el desplome. Pues bien, han aplicado el mismo cronograma a la política: abrazar al Estado cuando Silicon Valley predicaba la huida y promover el nacionalismo conservador cuando las élites tecnológicas aún celebraban el globalismo. Ahora, bajo la Ley GENIUS de Trump, las stablecoins se reclasifican como “infraestructura de seguridad nacional”, otorgando a los emisores privados poderes cuasi de bancos centrales.
Para ejercer el poder no basta con ganar elecciones: hay que ganar contratos. Cada ciclo de adquisiciones reduce la elección democrática hasta que la elección misma se vuelve técnicamente limitada por infraestructuras construidas para servir a los inversores, no a los ciudadanos.
Los tecnoautoritarios lo saben. Por eso han pasado de cuestionar la democracia a construir su reemplazo. No necesitan convencer al votante, sino controlar la infraestructura estatal más crítica. La democracia persiste como una interfaz heredada, mantenida solo por motivos de estabilidad mientras es sistemáticamente vaciada y reemplazada. La derecha tecnológica autoritaria de Silicon Valley no teoriza sobre este mundo: ya lo está construyendo.
