
La plaza de los Mártires funcionó durante los 15 años de guerra civil libanesa (1975-1990) como frente entre los dos Beiruts: el este, controlado por las milicias falangistas; y el oeste, donde suníes, chiíes y palestinos se atrincheraban. Un acuerdo de paz y varios conflictos después, el lugar se ha convertido en una gran explanada de hormigón con vistas al puerto, donde permanece la estatua de los caídos en la guerra, acribillada por las balas de ambos bandos.
Este escenario, junto a la principal mezquita e iglesia de la capital, fue escogido por el Papa León XIV para celebrar un encuentro ecuménico con presencia de los principales líderes del extenso crisol religioso que posee el pequeño país levantino. A pesar de contar con menos de seis millones de habitantes, el país árabe cuenta con 18 credos oficiales. Se cree que los cristianos maronitas representan un 30% de la población, aunque no hay censo confesional oficial desde el siglo pasado.
“Líbano, al acoger diferentes religiones, es un recordatorio poderoso de que el miedo, la desconfianza y los prejuicios no tienen la última palabra. Y de que la unidad, la reconciliación y la paz son posibles”, aseguró el pontífice estadounidense, nombrado el pasado mayo tras la muerte de Francisco.
El líder de los católicos compartió debate con el vicepresidente de Consejo Supremo Chií, Ali el Jatib, una figura de gran importancia y respetada para los seguidores de Hizbulah. “Estamos felices de darle la bienvenida al Líbano en nombre de la comunidad chií, y apreciamos su visita a nuestro país y sus posiciones durante este período tan difícil”, aseguró.
El “Partido de Dios” libró una guerra contra Israel el pasado año que dejó el sur de Líbano arrasado por los bombardeos. El Ejército israelí, que amenaza con una segunda ronda de conflicto abierto, atacó una de estas localidades de la frontera durante la visita del Papa.
“Todos esperamos que su visita contribuya a reforzar la frágil unidad nacional de este país devastado por la agresión israelí en curso”, añadió Jatib. “No somos amantes de las armas, y ponemos la causa del Líbano en sus manos, con la esperanza de que el mundo ayude a nuestro país a salir de esta situación”, dijo, en referencia a las demandas por parte de Washington y Tel Aviv a la desmilitarización de Hizbulah.
León XIV, sin mencionar a Israel, llamó a los representantes religiosos en Líbano a ser “constructores de paz, a enfrentar la intolerancia, superar la violencia y desterrar la exclusión, iluminando el camino hacia la justicia y la concordia para todos”.
Un centenar de civiles, pertenecientes a diferentes organizaciones interreligiosas, asistieron con emoción al acto. Para Joumana, maronita y profesora de 44 años, “la visita del Papa es un signo de esperanza para el pueblo libanés después de todo lo que hemos pasado. Es realmente una señal de esperanza”. Según ella, “Líbano es un ejemplo para el mundo entero: en un país tan pequeño conviven demasiadas confesiones religiosas, y reunirlas en ocasiones como esta es esencial”.
Sin embargo, fuera de la plaza de los mártires, el país continúa con divisiones marcadas. Los pueblos de origen, el nombre y la vestimenta siguen marcando las interacciones de todos los libaneses. “No hay un sólo Líbano”, dice Joanna, también de origen maronita. “Durante el día, todos se mezclan, hablan, discuten; sólo cuando cae la noche y vuelves a tu barrio suní, chií, maronita, se ven las verdaderas fronteras de este lugar”, sentencia.
