
Una familia de turistas rusos —padre, madre y dos hijos— entra en una pequeña habitación: “Esta es la cama del Papa”, dice la audioguía, que ofrece muchos detalles. “Aquí murieron Pío XII y Pablo VI. El último en dormir en ella fue Benedicto XVI”. Una pareja italiana se sorprende: “¿Y León, dónde dormirá?”. Buena pregunta, aún sin respuesta.
Castel Gandolfo está en plena efervescencia. “Se vuelve a respirar el encanto de la espera”, dice el alcalde, Alberto De Angelis. El pontífice está a punto de regresar a esta histórica localidad de veraneo, de 8.500 habitantes, a unos 25 kilómetros de Roma, con vistas al lago Albano, que desde el siglo XVII acoge a los jefes de la Iglesia. Es un lugar muy querido por Juan Pablo II y por Benedicto XVI, que venía aquí para escapar del clima turbio de la curia romana (“aquí hay gente buena…”, solía repetir), pero no por Francisco, que lo abandonó por completo, despertando cierto malestar entre los vecinos.
Los vecinos esperan revivir el esplendor del pasado, pero nadie sabe aún dónde residirá el pontífice
León XIV, en cambio, que hoy cumple un mes de pontificado, ya estuvo aquí la semana pasada, en una visita informal de unas horas, suficiente para entusiasmar a los castellanos, como se conoce a los habitantes del pueblo. “Después de 12 años, la gente ha vuelto a exclamar: ¡ha llegado!, como se hace aquí desde hace siglos, con esa mezcla de orgullo y asombro”, continúa el alcalde, sentado en su despacho del ayuntamiento. Todos en Castel Gandolfo han tenido alguna relación con los pontífices: los trabajadores de los palacios y jardines, los niños de las escuelas vaticanas (antes gratuitas), los mayordomos. “Siempre nos hemos sentido un poco privilegiados respecto a los pueblos vecinos”, dice el exalcalde Salvatore Meconi mientras toma un café frente al ayuntamiento.
En medio de la plaza, frente al Palacio Apostólico, hay decenas de responsables de seguridad del Estado italiano y del Vaticano (gendarmería y Guardia Suiza) estudiando los planes de protección. Es señal de que falta poco. “En julio estará aquí”, dice un hombre frente a la oficina de correos, que alberga el primer buzón postal del mundo.
Antes, había un método para saber si el Papa estaba por llegar: “Se veían las nubes de polvo levantadas por su comitiva, allá donde termina la llanura”, cuenta Alessandra De Vivo, culta guía turística local, señalando el horizonte hacia Roma. Hoy, las señales son otras: los técnicos de TV2000, el canal de la Conferencia Episcopal Italiana, están evaluando dónde colocar las cámaras, porque desde aquí retransmitirán la misa diaria durante todo el verano, desde la iglesia proyectada por Gian Lorenzo Bernini y dedicada a San Tomás de Villanueva. “Un español, y sobre todo agustino, como León”, apunta el párroco, don Taddeo.
Falta la fecha, pero no la certeza: la época austera y algo triste ha terminado. Jorge Mario Bergoglio estuvo aquí al inicio de su pontificado, y volvió para la tradicional misa del 15 de agosto, que celebró en la plaza en lugar de en el interior del templo. Pero después, nadie lo volvió a ver. Francisco, contrario por principio a la idea de que un pontífice pueda irse de vacaciones, quiso sin embargo dejar algo: abrió los jardines y el palacio apostólico al turismo y fundó una granja llamada Laudato si’ (lema de san Francisco de Asís). La gestión es algo confusa, con tres administraciones distintas, pero el flujo de turistas es constante. “Antes venían miles de peregrinos que desaparecían media hora después del Ángelus; ahora el nivel de visitantes es más alto”, explica Luciano Mariani Pagnanelli, testigo privilegiado del lugar y dueño del restaurante más importante del pueblo. Todo eso es cierto —dice el alcalde— “pero nosotros pedimos que se quede aquí, y no solo en verano”.
Lo que los funcionarios vaticanos llegados desde Roma no revelan es dónde se instalará su sucesor. Actualmente se puede visitar prácticamente todo el apartamento papal —“excepto el baño”, precisa uno de los guardianes—. Están las salas donde se recibía a las delegaciones, la pequeña oficina donde el pontífice recibió a Charles De Gaulle, Helmut Kohl e incluso a Federico Fellini. También quedan rastros del paso de muchos visitantes: las pantuflas de Clemente XII, el trono de Inocencio X y hasta algunos Mercedes de Juan Pablo II.
Las soluciones no faltan: se podría cerrar el palacio a las visitas, como se hace con la Capilla Sixtina durante el cónclave, o usar otras propiedades de la Santa Sede en el pueblo, incluso los jardines que rodean el palacio. Cada castellano tiene su propia teoría. “Se irá al Palazzo Barberini”, apuesta Maurizio Carosi, figura histórica del lugar, que desde su bar en la plaza lo ha visto todo en los últimos 60 años. “Pero aquí, en el Palacio Apostólico, también están las habitaciones que usaba el hermano de Benedicto XVI cuando venía a visitarlo”.
En el ayuntamiento hay cierta agitación: “Si llegan 30.000 personas para un Ángelus, debemos estar preparados —concluye el alcalde De Angelis—. Yo tengo que separar la parte emotiva de la organizativa”. Primer objetivo: encontrarle una cama a León.