El precio de mañana

Hay quien dice que endeudarse es vivir de antemano con tiempo prestado del futuro. Otros lo ven como la palanca imprescindible para transformar el presente, y hay quienes lo consideran un peligro tan grande que lo quieren lejos. En el fondo todos tienen parte de razón porque la deuda es una herramienta que puede crear y destruir con la misma intensidad. A menudo se juzga la bondad de la deuda sólo evaluando el tipo de interés: ¿es una hipoteca barata? , ¿el préstamo tiene un interés por debajo del aumento de precios? Pero el coste de la deuda va mucho más allá de su coste financiero. Cuando asumimos deuda nos limitamos las opciones a futuro, reducimos nuestro margen de error. Una familia con una hipoteca asfixiante, una startup atrapada por un préstamo puente o un gobierno con el déficit desbocado comparten el mismo problema: cada euro futuro ya está comprometido antes de ser ganado. La deuda, mal gestionada, valla puertas y obliga a priorizar los pagos de su retorno por delante de la innovación, los servicios esenciales o cualquier imprevisto. Al mismo tiempo, el acceso a la deuda es la herramienta que impulsa grandes hitos que serían imposibles sin él. La mayoría de empresas no existirían sin acceso al crédito. No tendríamos grandes infraestructuras como puertos, aeropuertos, ni hospitales de referencia. Tampoco se habrían celebrado los Juegos de Barcelona 92, ni se estaría construyendo el nuevo Camp Nou.

Bien utilizada, la deuda hace realidad una inversión que genera una riqueza futura muy superior al coste de los intereses. El problema no es endeudarse, sino hacerlo para objetivos que no lo valen o en momentos en los que no salen las cuentas. Es decir, la línea roja aparece cuando la deuda deja de ser una decisión estratégica y se convierte en un hábito o una temeridad. Si una empresa se acostumbra a cubrir las necesidades financieras con préstamos, pierde disciplina operativa, se vuelve adicta al crédito. Si se endeuda asumiendo un riesgo de impago demasiado elevado, se asoma a la bancarrota. Y si una administración financia con déficit sus desajustes económicos estructurales, transfiere la factura de su incompetencia a las generaciones futuras. La deuda puede ser el motor que hace posible el progreso, pero también el humo que esconde una profunda irresponsabilidad.

Planificación

Mantener superávits en tiempo de bonanza no es dogmatismo, es construir el cojín para cuando llegan los porrazos

Por eso, mantener superávits en tiempo de bonanza no es dogmatismo, es construir el cojín para cuando llegan los porrazos. Pasa en las empresas donde los negocios con más historia han sobrevivido a las vicisitudes de casi un milenio gracias a tener liquidez disponible y cero o muy poca deuda. Y pasa en las administraciones públicas, que necesitan margen fiscal para responder a crisis sanitarias, cambios tecnológicos o transformaciones sociales. Lo importante, pues, es preservar la capacidad de endeudarse cuando realmente hace falta. Porque endeudarse es ejercer la libertad de decidir hoy a costa de la libertad de mañana. La clave es saber cuánto futuro estamos dispuestos a hipotecar, con qué finalidad y, sobre todo, si su valor será superior a las limitaciones que la deuda nos impondrá. Y eso sirve para personas, empresas y administraciones.

Lluís Juncà Enginyer i Business Angel

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