Nicolas Sarkozy había prometido ir a Lourdes al salir de prisión y lo cumplió. Estuvo en el célebre santuario pirenaico con su esposa, Carla Bruni, se bañó en piscinas a 12 grados centígrados y asistió a misa. La gente lo aplaudió y le dio ánimos.
Fue el propio expresidente francés quien lo explicó en una entrevista con Le Figaro , mientras otros medios han publicado extractos de Journal d’un prisionnier (Diario de un preso), que sale a la venta este miércoles. Parece una perfecta estrategia de promoción para que el lanzamiento sea un éxito.
Sarkozy, gran comunicador, sacó provecho de su amarga experiencia carcelaria, que plasmó a mano, en cuartillas. Su abogado las llevaba luego a la secretaria del ex jefe de Estado para que las pasara a limpio. El recluso 320.535 –el número que le asignaron– describió con detalle el lugar, el ambiente y su propio estado de ánimo, así como sus encuentros y las visitas. Lo que más le impactó al principio fue la ausencia de colores. “El gris lo dominaba todo, lo devoraba todo”, escribe. Las primeras noches fueron duras, por los gritos y amenazas. Oyó frases como “¡Vengaremos a Gadafi!”.
Antes de entrar en La Santé, Macron ofreció a Sarkozy otras prisiones que fueran más seguras
El exmandatario, condenado a cinco años de prisión por asociación de malhechores y por haber intentado obtener financiación ilegal del dictador libio para sufragar la campaña presidencial del 2007, solo permaneció veinte días en la cárcel parisina de La Santé. Ahora se halla en libertad bajo control judicial. En marzo del 2026 se celebrará el juicio de apelación.
Pese a hablar de la “pesadilla” sufrida, es más que evidente que el recluso 320535 recibió un trato diferente. De entrada, afirma que todo el mundo lo llamaba “presidente”. No cualquier preso recibe cada día, a las 18.30 h, la visita del director del centro para interesarse por su estado. Otra ventaja fueron sus charlas con el capellán de la cárcel los tres domingos en que estuvo privado de libertad. Fueron diálogos que le procuraron paz interior y estimularon su espiritualidad y su deseo de oración. “¿Y si la plegaria fuese el camino para resistir? –apuntó Sarkozy en su cuartilla–. Decidí emprenderlo tan a menudo como fuese necesario”.

En el libro, de 213 páginas, Sarkozy da cuenta de su audiencia con el actual presidente, Emmanuel Macron, poco antes de entrar en la cárcel. La relación entre ambos había sido muy buena, pero se enfrió considerablemente a raíz de la disolución de la Asamblea Nacional, en junio del 2024, que Sarkozy criticó con severidad, y de la inhibición del Elíseo cuando le retiraron la Legión de Honor, un golpe que le dolió. En la reunión entre ambos, Macron aconsejó a Sarkozy que aceptara cambiar de cárcel. Pensaba que no estaría seguro en La Santé y le propuso otros dos centros a una hora de París. El futuro recluso declinó la oferta.
El expresidente podía ver a su familia cada dos días, y el director lo visitaba cada tarde para ver si estaba bien
Como ya había trascendido a la prensa, en Journal d’un prisionnier Sarkozy confirma que se alimentó básicamente de yogures y barras energéticas. Le daba miedo comer el menú general. Alternó la escritura, en su celda de 12 metros cuadrados, con el deporte, pese al dolor de espalda. Recibió llamadas telefónicas, si bien no se le permitió conservar su móvil. Cada dos días era visitado por la familia, algo que puede interpretarse como un privilegio. El ilustre expresidiario, de 70 años, destaca en varias ocasiones la fortaleza de su mujer y sus hijos para sobrellevar la situación.
El libro no escapa a la polémica política. Sarkozy, pese a todo lo sucedido, es aún considerado una figura influyente de la derecha. En el libro se refiere, agradecido, a la llamada de Marine Le Pen cuando lo condenaron, y asegura que, en el futuro, la derecha debe reconstruirse, sin las exclusiones ni los vetos del pasado, una vieja reivindicación de la extrema derecha. El expresidente se resiste, por tanto, a salir de escena, alimenta su propia leyenda y quiere guiar todavía el rumbo de sus correligionarios.
