
Golpeados por el efectismo del trumpismo, así en la política como en la economía, crece el número de quienes asumen los códigos de este nuevo paradigma ultraliberal, aderezado de conducta de acosador maleducado, convencidos de que el mundo está en sus manos, no solo a la derecha extrema, porque también contamina otros espacios de este segmentado espectro partidista. Solo les falta un uniforme.
Contexto histórico que recuerda a aquel pasado en blanco y negro, así en España como en el resto de Europa, pero que incorpora otro paradigma, el digital, para sacudir con acelerada habilidad los malestares que movilizan a las masas en este accidentado siglo XXI, provocando la destrucción de los consensos que posibilitaron acabar de escribir la milenaria historia europea con sangre y tragedia. Vean si no cómo otros déspotas como Vladimir Putin hace tiempo que han viajado en el tiempo: la guerra de Ucrania es el mejor ejemplo.
El trumpismo, que es resultado de décadas de deconstrucción a conciencia del modelo de democracia liberal, ansía instalarse como ideología dominante con los espectaculares recursos, tecnológicos y económicos, que lo acompañan. Impregnando todas las esferas sociales, desde la alta política a los medios de comunicación (sigan como ejemplo el caso de Pilar Alegría) e incluso la producción intelectual (también en las universidades).

Estudiantes en la Universidad de Harvard, ahora en el punto de mira de la administración Trump por negarse a acatar las injerencias en su libertad académica
Frente a la evidencia de este objetivo, que busca al fin ser un “nuevo sistema” que altere todos los resortes institucionales y que, además, no se oculta, solo queda como respuesta revolucionaria la moderación, como bien apunta el profesor Joan Romero, frente a una ideología que intenta ser “total”. Porque es desde la moderación, que implica unidad de acción, voluntad de acuerdo, solidaridad y reflexión ante el cambio radical que el trumpismo propone, desde donde se puede construir una alternativa que permita recuperar el debate anulado por los precursores de un modelo social que abraza el exabrupto y humilla a la retórica.
En España el trumpismo gana por la debilidad de los consensos entre los demócratas
Aliarse con la moderación es la solución que, a modo de argamasa, está posibilitando una respuesta inteligente de la Europa democrática, porque moderación no supone renunciar a la contundencia en la respuesta: es lo contrario. No sucede lo mismo en España, donde la facilidad con la que se producen fracturas en el espacio democrático otorga a los trumpistas ventaja, y lo saben, y debilita la capacidad de restablecer consensos para abordar la seguridad y la economía y para ofrecer algo de certidumbre en mitad de tanta inseguridad y desorientación, como prioridades para recomponer nuestro futuro. Pero se equivocan quienes no lo entienden, porque nada hay ahora más rebelde que declararse moderado y recomponerse recuperando los mecanismos de la buena política, la que busca cohesionar la sociedad y no fracturarla. Justo lo que los trumpistas detestan, porque saben que así serán derrotados.