
Una vez más, la relación entre India y Pakistán vuelve a tensarse. Estos dos vecinos, con décadas de historia compartida —y casi nunca amistosa—, viven en una montaña rusa diplomática donde cualquier paso en falso se interpreta como una provocación. Lo que empieza como un incidente, acaba alimentando horas y horas de tertulias encendidas en los medios de ambos países. Porque, aquí, el drama no solo se vive, también se televisa.
Esta vez, el detonante ha sido el atentado de Pulwama. India acusa a grupos radicales paquistaníes de estar detrás, mientras que Pakistán lo niega rotundamente. Hasta ahora, no se han presentado pruebas que vinculen directamente al país con el ataque, pero eso no ha impedido que las tensiones suban varios grados. Durante semanas, ambos gobiernos mantuvieron un perfil bajo. Pero ayer, India lanzó la llamada “Operación Sindoor”. ¿Una gran ofensiva? No exactamente. Fue más bien una acción medida, diseñada para calmar las exigencias internas que pedían una respuesta fuerte, sin llegar a escalar el conflicto. Los objetivos elegidos —principalmente en Cachemira— no fueron bases militares, sino infraestructuras vinculadas, según India, con grupos extremistas. Todo indica que el ejército indio quería dar un golpe simbólico, pero evitar el incendio.
La relación sigue siendo volátil como siempre, pero hay señales de contención
Desde el primer momento, Islamabad ha negado cualquier implicación. Aunque el historial del país con ciertos grupos radicales genera desconfianza, hay motivos para pensar que esta vez no tenía mucho que ganar con un atentado así. Primero, porque su tono sectario complica aún más la ya frágil imagen internacional de Pakistán. Y segundo, porque el Gobierno paquistaní atraviesa un momento delicado: necesita estabilidad interna y credibilidad frente a inversores y acreedores. Un conflicto con India ahora mismo sería un tiro en el pie.
Nacionalismo sin control
Mientras tanto, en Nueva Delhi, la clase política camina con cautela. El atentado ha encendido los ánimos, pero también ha puesto nerviosos a quienes observan cómo la retórica agresiva de algunos comentaristas ha reavivado el nacionalismo hindú más fanático. Narendra Modi, que ha sabido usar ese nacionalismo como una herramienta política, puede encontrarse con que el fuego que ayudó a encender ahora es difícil de controlar.
Redes sociales, televisión y discursos inflamados han caldeado el ambiente en ambos países, especialmente entre las generaciones más jóvenes. En India, la edad media es de 28 años; en Pakistán, apenas 20. Muchos de ellos no han vivido ninguna guerra entre los dos países. En cambio, crecieron viendo películas que glorifican los conflictos y donde el “enemigo” del otro lado de la frontera era parte del guion.
¿Y ahora qué?
La relación sigue siendo tan volátil como siempre. Pero, a pesar del ruido, hay señales de contención. Ninguno de los dos países ha cerrado embajadas ni cortado canales diplomáticos. Ambas capitales parecen, al menos por ahora, decididas a mantener abiertas las vías políticas.
Porque entre guerras frías, cálculos políticos y generaciones hiperconectadas, el vecindario sigue tenso… pero nadie, al menos de momento, parece querer encender la mecha.