Euforia y buen humor en las calles de la capital de Siria para celebrar un año sin dictadura

El reloj del régimen del clan Asad se paró a las seis y 18 de la mañana del 8 diciembre de hace un año: el minuto final de una dictadura de cinco décadas que tardó sólo 11 días en detonar. Los rebeldes tomaron sin oposición una capital, Damasco, en la que los soldados del Ejército abandonaron sus armas y tanques, mientras Bashar huía de su país en un avión solitario con destino a Moscú.

Ahora, el instante mágico adorna camisetas y sudaderas de una nueva Siria que desea, más que nada, olvidar la opresión. No queda rastro de la efigie del dictador, antes omnipresente en los comercios de la ciudad. En su lugar, decenas de miles de banderas verdes, blancas y rojas inundan las calles. Los rebeldes de la Organización para la Liberación de Levante (HTS, según sus siglas en árabe), antes vinculados a Al Nusra -rama siria de Al Qaeda- ahora desfilan por las principales avenidas. Una lista infinita con nombres de desaparecidos en cárceles del régimen llena una pancarta inmensa en Mezzeh, una de las barriadas del oeste de Damasco.

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A girl holds a Syrian flag during celebrations of the first anniversary of the ousting of the Bashar Assad regime in Damascus, Syria, early Saturday, Dec. 6, 2025. (AP Photo/Omar Sanadiki)

“No puedes imaginar el sentimiento. Quince años de revolución, llorando, guardando todo dentro, en silencio”, dice Ola, una siria que aprovechará los dos días de fiesta nacional para celebrar la desintegración del régimen: “El día en que el régimen cayó fue hermoso. Aquella noche no dormimos en absoluto. Salimos a las calles a gritar Allahu Akbar (Alá es el más grande)”.

Pero no en todo el barrio comparten la euforia. Parte de la comunidad alauita, a la que pertenecía el clan Asad, vive con miedo a las represalias del nuevo régimen. “Mi sobrino está ahora en prisión. La razón: porque era un soldado”, dice Nizam, una vecina alauita que accede a hablar con La Vanguardia . “Somos una comunidad pobre (…), no una élite como dicen muchos”, remata.

“Los jóvenes se alistaban al Ejército no porque el presidente fuera alauita, suní o cristiano; lo hacían porque no tenían otra forma de tener un salario”, explica en un cruce concurrido de la zona.

“Desde que cayó el régimen, mis compañeros de colegio me insultan a todas horas por ser alauita”, dice un niño, antes de ser silenciado por un comerciante, extremadamente incómodo por la presencia de periodistas.

Las minorías se debaten entre la alegría por el fin del brutal régimen y el nuevo islamismo conservador

Las minorías del extenso crisol religioso sirio se debaten entre la alegría por el fin de la corrupción y la brutalidad de la dictadura y el conservadurismo islámico del nuevo gobierno. Mariam, una cristiana de la ciudad antigua de Damasco, que oculta su nombre, asegura que la euforia se extinguió “tres meses después del ascenso de los rebeldes, con las matanzas en Latakia”.

En un episodio de violencia sectaria, el nuevo Ejército lanzó una ofensiva en marzo contra los alauitas fieles al régimen, que derivó en matanzas de civiles, con más de mil muertos en menos de una semana. La comunidad drusa en Sueida, respaldada parcialmente por Israel, también sufrió ataques en julio por parte de las fuerzas gubernamentales. “Admito que las cosas están mejor, pero temo que nos vayan expulsando poco a poco”, dice Mariam.

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Miles de personas se juntaron en Damasco en el primer aniversario de la caía de la dinastía de los Al Asad

Edgar Gutiérrez / EFE

A pesar de las tensiones sectarias, que han dejado al menos 10.000 víctimas en el último año, según datos del Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH), la mayoría de la población reconoce mejoras, por el momento tímidas, en su día a día.

La guerra civil y las sanciones impuestas al régimen ahogaron la precaria economía siria. El gobierno de Ahmed el Shaara, que ha abandonado el turbante y el fusil por el traje y corbata, ha abierto el país al mundo. El líder sirio se pasea por despachos del Golfo y hasta por la Casa Blanca tratando de encontrar un nuevo modelo financiero que sustituya a la autarquía asadista. Espera llegar a acuerdos con Qatar y Arabia Saudí para reconstruir la mitad del país, convertido en ruinas en más de una décadas de bombardeos.

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FILE - Syrian interim President Ahmad al-Sharaa waves as he enters a polling station where electoral college members are voting in a parliamentary election in Damascus, Syria, Oct. 5, 2025. (AP Photo/Omar Sanadiki, File)

Las mejoras, hasta ahora, son sutiles. Hoy en día, productos turcos, libaneses y jordanos llenan por primera vez las estanterías de las tiendas. En el centro de la capital, unos obreros instalan luces LEDs en la acera. “Estábamos acostumbrados a tener dos horas de electricidad al día. Ahora tenemos cuatro, ya somos prácticamente Dubái”, bromea Anmar, de madre cristiana y padre suní.

Corea, junto a la multitud, la canción más emblemática de la rebelión: “Levanta tu cabeza, eres un sirio libre”. “Antes teníamos canciones nacionalistas con Bashar, pero las odiabámos; ahora que está en Moscú, las utilizamos en todo tipo de memes”.

Hace un año, insultar al ‘rais’ podía costar la vida; ahora los sirios han aprendido a bromear en libertad

Hace un año, insultar al rais sirio podía costar la pena de cárcel, torturas y muerte casi asegurada. Muchos sirios tardaron días en adaptarse a insultar con libertad. Ahora, el humor se ha convertido en una herramienta más de los sirios para dejar atrás el pasado.

“Bromeamos sobre bombardeos, yihadismo, Bashar, religiones; para mí eso es la libertad”. Con una sonrisa, Anmar augura que “el dinero ya llegará, lo más importante es que el miedo se ha evaporado”.

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