Europa bajo las alas de un ángel

Walter Benjamin tenía un ángel redentor y catastrofista para explicar lo que nos sucede, el ciclo de progreso y destrucción que impulsan las grandes potencias y que atenaza a una Europa aletargada y cautiva del ayer.

El ángel de la historia tiene los ojos bien abiertos y las alas extendidas. A sus pies se acumulan las ruinas del pasado. Él las ve y querría despertar a los muertos y recomponerlas, pero no puede entretenerse porque sopla un huracán que le empuja sin remedio hacia el futuro.

El filósofo Walter Benjamin veía el cuadro Angelus Novus de Paul Klee y pensaba que ese espíritu celeste encerraba el misterio de la historia, la maldición del hombre condenado a destruir todo lo que edifica. El progreso, según explicaba Benjamin, es el huracán que impone su fuerza al ángel compasivo obligándole a alzar el vuelo.

El pensador adquirió el cuadro en 1920. Era su bien más preciado y lo llevó casi siempre consigo. Antes de partir de París para el que sería su destino final en Portbou, lo guardó en una maleta que Georges Bataille depositó en la Biblioteca Nacional de Francia. Hoy pertenece al museo de Israel, en Jerusalén, y vuela sobre Gaza y también sobre Ucrania, sobre el Kremlin y la Casa Blanca, sobre la destrucción que abre paso a no sabemos qué.

Unos creen que a un futuro mejor, sin duda mesiánico, una tierra prometida de supremacía racial, religión verdadera y valores, sobre todo, financieros. Otros, sin embargo, temen que ya no estemos a tiempo de salvar la universalidad de la condición humana, la igualdad en la diversidad, la inclusión del otro como conclusión de una esencia común y no como un adorno folclórico.

Angelus Novus, 1920. Found in the collection of Israel Museum, Jerusalem. (Photo by Fine Art Images/Heritage Images/Getty Images)

El ‘Angelus Novus’ de Paul Klee, la posesión más querida de Walter Benjamin 

Heritage Images / Getty

Europa se parece mucho al ángel catastrofista y recurrente de Walter Benjamin. Intenta reparar el pasado, pero no puede resistir el huracán de la codicia y el belicismo, falso progreso que destruirá lo conseguido.

La Unión Europea debería haber modificado el ADN nacionalista, colonialista e imperialista de los estados europeos que dominaron el mundo entre los siglos XV y XX. Durante un tiempo, sobre todo en los años de la guerra fría y los posteriores a la caída del muro de Berlín, parecía que lo conseguía. Aquella efervescencia europeísta se ve hoy, sin embargo, como un espejismo y una irresponsabilidad. Sin las bases militares estadounidenses, la arquitectura comunitaria no hubiera resistido. Europa no pudo poner paz en los Balcanes y hoy está de nuevo atenazada en Ucrania, a merced de Washington y Moscú, armándose para una confrontación con el Kremlin que se antoja eterna.

El fracaso de la UE con Rusia marca el límite del comercio como cura a las heridas del siglo XX

El fracaso de incorporar a la Rusia postsoviética muestra el límite del comercio como actividad regenerativa. La Unión Europa pensó que el mercado común y la prosperidad compartida restañaría las heridas del pasado. La riqueza acumulada marcaba el rumbo de un progreso lineal.

¿Qué ha ido mal? ¿Por qué las autoridades europeas están a merced de Trump, Putin y Xi? También de Erdogán y Modi. ¿Por qué los líderes europeos se comportan como viajantes de comercio con un muestrario anticuado? Visitan China y la India, y mantienen contactos más o menos discretos con Washington y Moscú, en una clara posición de inferioridad cuando son dueños del mercado más importante del mundo.

Europa no tiene ni las armas ni la testosterona que tanto abundan en las capitales autoritarias –Washington y Jerusalén incluidas–, y esta feminidad es un alivio. Pero la Unión se ha quedado sin aire para seguir adelante. Nadie asume la hoja de ruta que diseñaron Letta y Draghi. Es la única salida viable para frenar a la ultraderecha y devolver el sentido al proyecto comunitario. Francia y Alemania, sin embargo, carecen de los liderazgos capaces de imponer una visión conjunta y de futuro.

Francia veranea en brazos del chovinismo. La república sucumbe ante el peso de la tradición más excluyente y menos laica.

Alemania piensa en ella, como hace desde el austericidio del 2008. No hay nada en la política del canciller Merz que sirva para que la Unión Europea gane fuerza económica y financiera. Nada, tampoco, para aumentar su capacidad disuasoria.

¿Por qué? ¿Por qué mientras el mundo se prepara para años muy complicados Europa parece dormida? ¿Qué ha pasado con el dinamismo que superó la pandemia, con los fondos Next Generation y la transición verde? ¿Cómo es posible que haya asumido el castigo comercial que le ha impuesto Trump?

La historia ha enseñado a los europeos de hoy que deben claudicar ante los poderosos

Puede que la historia haya enseñado a los europeos contemporáneos que no hay manera más inteligente de sobrevivir que suplicando y claudicando ante los poderosos. De alguna manera, en la búsqueda obligatoria del consenso –frustrante porque envalentona a los impertinentes– prevalece el espíritu de Munich, el acuerdo de 1938 para calmar las ambiciones territoriales del Tercer Reich. La guerra, al fin y al cabo, la ganaron los americanos, los rusos y los británicos, no los europeos .

Europa, hechizada todavía por el espíritu muniqués y traumatizada por los horrores del siglo XX, esconde la cabeza bajo las alas del ángel de Benjamin. Mientras el mundo acapara oro –la onza se vende más cara que nunca– ella se deja llevar.

No hay señal de peor augurio que el oro por las nubes. Indica una profunda desconfianza en el sistema financiero internacional que se aguanta sobre el dólar y la solidez de la economía estadounidense.

El oro, las guerras y los populismos parecen dar la razón a Benjamin y su Angelus Novus . Los años de hierro han comenzado. Europa confiaba en que no volverían y tal vez aún esté a tiempo de espantarlos si se agarra fuerte a las ruinas del pasado y se mantiene impasible ante el huracán del progreso.

También te puede interesar