
Como a los malos estudiantes antes de los exámenes, a la UE se le acumulan los trabajos sin resolver. No sólo encontrar los 800.000 millones de euros/año que demanda Draghi para no perder comba en la batalla con China y EE.UU. Ni tampoco los otros 300.000 millones anuales necesarios para la defensa (Burilkob y Wolff, Bruegel 21 de febrero). Ni, por descontado, el iniciar una mayor redistribución de las políticas económicas liberales, si de verdad se quiere hacer frente a la ultraderecha. Ni, por último, el abordar la nueva lucha contra el cambio climático, en línea con el Clean Industrial Deal (de 26 de febrero) de Teresa Ribera, vicepresidenta de la Comisión, un acuerdo que enfatiza más la competitividad que el clima.
Y aunque podríamos continuar con los deberes pendientes, hay un ámbito en el que parece se está avanzado, y donde se suceden las iniciativas: la reordenación militar en Europa. Son ejemplos de ello la propuesta francesa de ubicar su arsenal nuclear en el centro de la defensa europea; o el posible acuerdo franco-británico para enviar tropas a Ucrania si ello fuera preciso para la paz; o, finalmente, las primeras señales de lo que implicará aumentar el gasto en defensa (el laborista Starmer ha cortado la ayuda exterior argumentando su ineludible necesidad). En ese aspecto, quizás lo más relevante sea que un dirigente de la CDU, el futuro canciller Friedrich Mertz, postule que hay que independizarse de EE.UU. De ser cierto ello, sería algo más que un viraje parcial de la política alemana y de la UE: modificaría radicalmente el consenso existente desde la II Guerra Mundial, y de la que las bases americanas en su país constituyen un evidente recordatorio.
Ante la avalancha Trump, se extiende la idea de una corrección radical del rumbo de la UE
Pero ¡ay!, no es esta la primera vez que se escuchan discursos parecidos en situaciones similares. Lo afirmado por Mertz se parece, en demasía, a aquellas sorpresivas declaraciones de Angela Merkel de mayo de 2017 cuando, tras los choques con el primer Trump, afirmó que “los europeos debemos tomar el futuro en nuestras manos”. Desde entonces, ¿se ha avanzado? En absoluto: como siempre en Europa, patada hacia delante y a esperar que la tormenta escampe.
La UE lo tenía difícil antes del choque trumpista 2.0: desde el Brexit se habían sucedido las propuestas de mayor integración que, como es habitual, cayeron en saco roto. Y no es por incompetencia: demasiados intereses nacionales enfrentados. Por ello nada de fondo se ha modificado desde aquel lejano 2017: los 27 continúan sin un gobierno central, sin finanzas públicas ni un ejército comunes, ni nada que se le parezca.
Estos días, ante la avalancha trumpista, se extiende la opinión de que hay que dar un puñetazo en la mesa y corregir radicalmente el rumbo de la Unión. ¿Avanzaremos finalmente hacia los estados unidos de Europa? No lo creo: la historia, nuestra historia, pesa en demasía. Como siempre.