Europa y el círculo diabólico

Por paradójico que pueda resultar, la razón última de las dificultades para elaborar un plan que pueda conducir a la paz en Ucrania reside en que, pese a sus constantes ganancias en el plano militar, Rusia ha perdido la guerra que lanzó el 24 de febrero del 2022. No se trata de hacer un retruécano ocurrente, sino de constatar que para ganar una guerra primero hay que definir en qué consiste la victoria, y la victoria de Rusia, según la definió Vladímir Putin al iniciar la invasión, consistía en tomar Kyiv, deponer por las armas a Zelenski e instaurar un gobierno títere, todo ello en tres días y disparando apenas salvas. Esa guerra la perdió Rusia exactamente a partir del cuarto día de que sus tropas cruzaran la frontera, cuando los ucranianos resistieron contra todo pronóstico, y la sigue perdiendo cada día en que Kyiv no se rinde.

La conclusión que cabe extraer de que Rusia haya perdido la guerra en curso no es que Ucrania la esté ganando, sino algo que pondría en el punto de mira a los europeos. En concreto, la consecuencia es que Rusia necesita redefinir la victoria que no pudo alcanzar a los tres días de iniciada la invasión, y, por tanto, le urge cuadrar un círculo diabólico: librar en Ucrania una guerra que, aun siendo la misma en la que está atrapada, con las mismos frentes y las mismas tropas a un lado y a otro, sea no obstante una guerra distinta. Solo así Putin estará en condiciones de definir la victoria en otros términos que los que utilizó al lanzar la “operación especial”, y en los que tres años después se cifra el continuado fracaso del que no puede compensarle ninguna ganancia territorial. La insistencia con la que reitera que es con Occidente con quien está en guerra no debería ser interpretada, según se ha venido haciendo en Europa, como un eslogan interno. En realidad, esa es la guerra que necesita Putin, la que le permitiría redefinir la victoria.

Putin busca redefinir su victoria en Ucrania, y Europa debe saber como plantarle cara

Su cálculo, por lo que parece, es convencer a los rusos de que ahí está el auténtico motivo del inesperado sacrificio que se han condenado a realizar en Ucrania. Tantas bajas propias solo tienen justificación porque, según sugiere Putin, la guerra de Ucrania no es ni ha sido nunca una guerra para colocar bajo soberanía rusa más o menos territorio. Esta última sería, si acaso, la guerra que Donald Trump pretende terminar a la manera de los agentes inmobiliarios, repartiendo solares entre las partes en conflicto. La suya es literalmente otra guerra, una guerra en la que la primera batalla ganada es la ruptura de “Occidente”, del concepto estratégico de Occidente. Desde que Trump llegó a la Casa Blanca, Estados Unidos ha debilitado el compromiso con sus aliados, no a partir de un análisis riguroso de sus intereses, sino de una descripción del mundo inspirada por un ruido y una furia que Shakespeare creyó patrimonio exclusivo de los imbéciles.

Con unos Estados Unidos como los de Trump, Putin mantiene un acuerdo de fondo que podría ir afianzándose a medida que avance la nueva política de la cañonera en América Latina, con la lucha contra el narcotráfico como coartada: el mundo debe organizarse en torno a zonas de influencia, no al principio de soberanía de los estados. En el momento en que Rusia y Estados Unidos puedan hacer expreso este acuerdo, algo que podría suceder si se incrementa la tensión militar en América Latina, Europa se convertiría en el teatro de la nueva definición de la victoria que permitiría a Putin salir de Ucrania, airoso o, al menos, no derrotado.

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El presidente ruso, Vladímir Putin, en el Kremlin la semana pasada 

Alexander Nemenov / Ap-LaPresse

Los recientes ataques con drones contra aeropuertos europeos quizá solo busquen medir las capacidades de la Alianza Atlántica, según se ha dicho. Pero puede que, además, obedezcan a un cálculo de Putin realizado a la luz de la nueva definición de la victoria que busca en Ucrania: Europa no responderá, piensa tal vez, porque Occidente ha quebrado y no puede contar con Estados Unidos. La responsabilidad que pesará entonces sobre Europa es inmensa, sobre todo porque no sería la primera vez en que el mal cálculo de un líder provoca la catástrofe de todos, cuadrando al fin el círculo diabólico.

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