
Hasta hace poco un bufón sin ninguna posibilidad de llegar al poder, Nigel Farage se comporta ahora como el próximo primer ministro del Reino Unido, o cuando menos como el líder de facto de la oposición (y eso que sólo tiene cinco diputados en la Cámara de los Comunes, y hacen falta 326 para una mayoría absoluta). Fue evidente en su discurso de ayer en el centro de Londres, hablando de lo que hará una vez en Downing Street, de su visión para el país, su programa de ingresos y gastos, con un tono de seriedad alejada de los gestos histriónicos y esa risa cómica que lo caracteriza.
Ultraconservador en cuestiones sociales y de ley y orden (inmigración, policía, justicia, patria…) hasta el punto de ser comúnmente identificado con el neofascismo, él define a su partido (Reforma UK) como de centro derecha y euroescéptico, y ahora se ha lanzado descaradamente a por el voto de la clase obrera (antigua izquierda) desencantada con el laborismo y la gestión de Starmer.
Su plan de reducción de impuestos y más gasto público costaría una fortuna que no dice de dónde saldría
En su intervención de ayer, prometió que una vez en el poder devolvería a todos los pensionistas la ayuda para pagar las facturas del gas y la electricidad en el invierno (que el actual Gobierno ha dejado sólo para los más necesitados), y eliminaría la restricción a que las familias con más de dos hijos puedan obtener subsidios adicionales del Estado, una política de los conservadores que ha mantenido Starmer y ha llevado a medio millón de niños a la pobreza.
Con ello pretende crear problemas al Labour, que tras la debacle en las elecciones municipales está revisando esos planteamientos y contemplando una posible marcha atrás que no sabe cómo llevar a cabo, con el Tesoro tirando en la dirección de la austeridad y los ministros con carteras sociales en la contraria, después de haber proclamado en su día que los recortes a pensionistas, discapacitados, parados y familias pobres, por duros que resultasen, eran “imprescindibles” en vista de la situación económica, y no cabía otra. De repente, sin embargo, parece que ha encontrado por arte de magia los 7.000 millones de euros que esa “gestión responsable” habría ahorrado, lo cual da pie a críticas de electoralismo, y de que todas sus decisiones van dirigidas a conservar el poder, y no al bien común o a una visión de país. Es lo que Farage pretende fomentar.
El líder populista prometió al mismo tiempo fomentar la natalidad reduciendo la carga fiscal a las parejas casadas y a quienes tengan hijos, y que no paguen impuesto sobre la renta quienes ingresen menos de 25.000 euros al año, una política que según el Instituto de Estudios Fiscales (organismo independiente) costaría al erario público entre 70.000 y 100.000 millones de euros, cuando la deuda nacional es ya de casi dos billones y el 100% del PIB.
Según Farage, el dinero saldría de la eliminación de ministerios y el despido masivo de funcionarios al estilo Trump-Musk, el entierro de las políticas de diversidad e inclusión, la extracción de más petróleo en el mar del Norte y el olvido del objetivo de impulsar la energía verde para eliminar la huella de carbono para el año 2050. También, posiblemente, de reducir el incremento anual de las pensiones (que en la actualidad es un 2,5% o el nivel de la inflación, lo que sea más alto), aunque dijo eso no se lo ha pensado todavía.
Lo que sí tiene claro es que eliminaría la inmigración por completo (habría el mismo número de entradas que de salidas al año), y haría más difícil abortar. Puro trumpismo a la inglesa.