Gafas y anteojos

La comparecencia de Pedro Sánchez en el Senado podía haber sido su tumba. Esa era la expectativa creada. Así amaneció Madrid el pasado jueves. La dirección del Partido Popular había decidido que la sesión tuviese lugar un día después de los funerales de Estado por las víctimas de la dana de Valencia, para cortar en seco la rememoración de la tragedia y sacar del foco al presidente regional Carlos Mazón, cuyo comportamiento es juzgado impresentable por una gran mayoría de los españoles.

Un tema fuerte (las sospechas de corrupción en la cúpula del PSOE) debía tapar a otro tema fuerte: la manifiesta irresponsabilidad del presidente de la Generalitat valenciana, al que Alberto Núñez Feijóo no ha querido cuestionar durante un año, por miedo a una fuerte crisis en el PP valenciano. En vez de encararse con él, lo ha protegido, quizás con la creencia de que el paso del tiempo diluiría el malestar social por la gestión de la catástrofe del 29 de octubre del 2024. No ha sido así. El malestar no se ha diluido, se ha acrecentado.

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Hay días en los que el PP se parece a la vieja CEDA: la Confederación Española de Derechas Autónomas que presidía José Maria Gil-Robles. Todos van a su bola. Valencia es tema complicado para Núñez Feijóo. En junio del 2023, Mazón pactó por su cuenta con Vox, sin informar previamente a Génova, y complicó la campaña de las elecciones generales anticipadas, esas elecciones que Sánchez ganó sin quedar primero, y Feijóo perdió sin quedar segundo. Valencia visualizó la alianza PP-Vox en el momento en que Génova la quería difuminar. Después pasó lo que pasó el 29 de octubre del 2024 y al cabo de un año Mazón se ha convertido en un serio problema para el presidente del Partido Popular. Su autoridad está en cuestión. Con gafas o sin gafas, en España no se ganan unas elecciones generales sin transmitir autoridad. Y en Valencia el líder del PP, el hombre que según diversas  encuestas podría dirigir el próximo gobierno -con el necesario apoyo de Vox-, deberá demostrar autoridad. Esas mismas encuestas también dicen que Alberto Núñez Feijóo hoy sólo es apoyado de manera entusiasta por el 38% de los posibles votantes del Partido Popular.

El jueves amaneció con augurios de desplome sanchista y concluyó con una divertida discusión en la prensa de Madrid sobre las gafas que utilizó el presidente del Gobierno durante la comparecencia. Unas gafas para leer de cerca. Un ardid. Una treta de sus asesores de comunicación. Un evidente recurso escénico: Sánchez intentaba atraer la atención sobre su persona, imaginando, acertadamente, que la sesión iba a ser un guirigay. Un circo, según sus propias palabras. Así fue.

Los españoles quieren orden y eso significa también una política de más calidad. El PP se equivocó el jueves en el Senado

El truco funcionó porque el portavoz escogido por el Partido Popular, el senador Alejo Miranda de Larra, antiguo colaborador de Isabel Díaz Ayuso, fracasó en su cometido. Las comisiones de investigación parlamentaria algunas veces  acaban siendo peligrosas para los partidos que las impulsan. Se disparan las expectativas y los presidentes y ex presidentes de Gobierno suelen ser huesos duros de roer. 

Recuerdo la comparecencia de José María Aznar en la comisión parlamentaria que debía investigar los atentados 11 de marzo del 2004 en Madrid. Convertido en una figura doliente por el giro imprevisto de la historia, grave como un personaje de El Greco en El entierro del conde de Orgaz, Aznar no se dejó arrollar por los diputados que integraban esa comisión. Aguantó el tipo y se impuso escénicamente a sus interrogadores. No ganó un concurso de simpatía, pero no se amilanó.

Aznar había perdido el poder de manera dramática y esa circunstancia le daba fuerza en aquel momento. Sánchez lo tiene casi todo en contra. Quiere liquidarlo una evidente alianza de poderes económicos y mediáticos, tiene a su mujer y a su hermano a punto de ir a juicio, dos ex secretarios de organización del PSOE se hallan bajo investigación judicial (uno de ellos en prisión preventiva), las cuentas de su partido van a ser investigadas por la Audiencia Nacional, lo han dado por muerto en varias ocasiones, se ha convertido en centro de una permanente campaña de odio en las redes sociales, Donald Trump quiere retorcerle el gaznate por negarse a aceptar en público un 5% de gasto militar, y toda esa suma de adversidades le ayuda en este momento, ya veremos mañana. “¡Cómo aguanta el tipo!”, comenta mucha gente. El senador Miranda de Larra debía saberlo. Lo ignoró y descarriló. Su intervención fue una calamidad.

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La mayoría de la gente no desea ese estilo político. El país está polarizado, pero no hasta esos extremos. La mayoría desea una política con un mínimo de calidad y se irrita cuando constata que ese producto escasea. La demanda de una política de calidad forma parte de la demanda de orden. El orden no solo lo garantiza la policía patrullando las calles. El orden es un hospital público que funciona. El orden es un presidente autonómico que dimite si falla de manera escandalosa ante una grave catástrofe. El orden es un político que pide perdón si de día pide la abolición de la prostitución y de noche frecuenta las señoritas de Aviñón. El orden es una justicia independiente. El orden es no confundir dureza con agresividad. La mayoría de la gente en España pide orden: más competencia y dedicación, servicios públicos que funcionen y menos griterío.

El PP va a borrar de su memoria la mala sesión del jueves. Sánchez salió vivo del Senado y al día siguiente el Tribunal Supremo pedía una investigación específica de las cuentas del PSOE. Se encargará de ello la Audiencia Nacional.

La historia de una muerte anunciada se convirtió en una discusión sobre las gafas del presidente. Es curioso, en Italia, la primera ministra también ha difundido hace poco unas imágenes suyas con gafas. Con gafas, Giorgia Meloni parece más profesional, más concentrada, más experimentada, más preocupada por los problemas de fondo que su contrincante de la izquierda, la voluntariosa Elly Schlein, a la que le falta rodaje.

¿Serán las gafas el nuevo signo distintivo del político europeo en tiempos de alta tribulación?

Guardemos ahora las gafas para ver de cerca y pongámonos los anteojos que dan claridad a las imágenes lejanas. Ayer fue un día muy significativo en las relaciones internacionales que afectan a España.

Empieza el deshielo español con México y Marruecos acaba de dar un paso de gigante para la plena anexión del Sáhara Occidental

Empieza el deshielo español con México, y Marruecos acaba de dar un paso de gigante para la plena anexión del Sáhara Occidental. El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, reconoció ayer el “dolor y la injusticia” que la conquista española causó a las comunidades indígenas de México. No es la petición de perdón que pedía el ex presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador. La actual presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, lo valoró anoche (hora local española) como “un paso significativo”. España empieza a reconciliarse con México en pleno forcejeo con Trump.

Marruecos consigue que el Consejo de Seguridad de la ONU considere que la fórmula autonómica para el Sáhara Occidental es una buena solución, en lugar de la celebración de un referéndum de autodeterminación, la vieja demanda del Frente Polisario. “La auténtica autonomía bajo la soberanía marroquí constituye una solución sumamente factible”, se lee en el texto propuesto por Estados Unidos. La resolución salió adelante con once votos a favor y tres abstenciones. La República Popular China y Rusia no vetaron. Apuntábamos que eso podía suceder en el vídeo blog de la semana pasada. El próximo viernes, 7 de noviembre, se cumplirán cincuenta años de la Marcha Verde. Washington ha vuelto a ayudar a Marruecos. Trasfondo de esa resolucion: las grandes potencias quieren estabilidad en el Sahel, esa extensa franja desértica del continente africano, muy rica en minerales, que diversos grupos yihadistas intentan controlar.

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