Giorgia Meloni, la líder que convirtió la estabilidad de Italia en su revolución

Giorgia Meloni tiene una costumbre peculiar: contar uno a uno los días que lleva en el palacio Chigi. La primera ministra, que ganó las elecciones exactamente hace tres años, los sabe de memoria y ha marcado en su calendario la duración de los gobiernos de la historia republicana, con la intención de superarlos a todos. Ya ha alcanzado el podio: su Ejecutivo es el tercero más longevo de la República, solo superado por los dos gobiernos más largos de Silvio Berlusconi. Y cada vez que bate un récord, publica un mensaje en las redes sociales para sus electores. Según ella, detrás de esa estadística hay un dato político: “La estabilidad trae consigo muchas otras innovaciones -explica Meloni a La Vanguardia –. Permite una estrategia de desarrollo continuada, relaciones internacionales sólidas y decisiones valientes, porque demuestra que la estabilidad solo se consigue con verdaderas mayorías y no con pactos improvisados por intereses de partido”.

Tras tres años, el “modelo Meloni” va tomando forma como una constante búsqueda de equilibrio entre un conservadurismo moderado en política exterior y económica (que se ha mantenido prácticamente inalterado respecto al Ejecutivo de Mario Draghi) y una línea mucho más dura en el frente interno, con ataques a la oposición, mano firme en materia migratoria y mensajes identitarios dirigidos al electorado histórico de la derecha radical, aunque no ha impulsado reformas sustanciales.

En los tres primeros años, pocas reformas y las cuentas en orden, pero persiste la incógnita Trump

Las dificultades de las últimas semanas, con las calles llenas de manifestantes que acusaban al Gobierno de complicidad con los crímenes de Israel, parecen haberse desvanecido por el momento, gracias a la tregua internacional impuesta por Trump. En la sede del Gobierno, frente a la Columna de Trajano, observan el caos de otras capitales europeas con discreta satisfacción. Puede así centrarse en los presupuestos, con un crecimiento mínimo pero las cuentas en orden. Su mayoría discute sobre las medidas a aplicar –los impuestos a los pisos turísticos o a la banca–, pero la existencia del Ejecutivo nunca se pone realmente en duda. La oposición protesta y llena las plazas, pero no sube en los sondeos ni logra avances en las elecciones locales. De hecho, el centroizquierda está desconcertado: mientras la secretaria del Partido Democrático, Elly Schlein, denuncia una deriva autoritaria, el ex primer ministro Giuseppe Conte critica las decisiones “demasiado tímidas”. El histórico dirigente de la izquierda, Massimo D’Alema (primer ministro en 1999), asegura que el Gobierno “no se hace odiar, porque Meloni no hace nada. Es inmovilismo absoluto; a veces tiene exabruptos verbales, pero todo se queda ahí.” Según D’Alema, sería, en suma, una democristiana encubierta. “No es así –comenta Marco Follini, exdemocristiano y exviceprimer ministro con Berlusconi–, aunque demuestra cierta astucia para saber navegar: gestiona sus contradicciones, no se desprende de su mochila de extrema derecha, pero de momento logra minimizar sus efectos”.

La otra medalla que Meloni se cuelga es la del consenso, al menos el personal. Según la encuesta Dire/Tecné publicada el viernes pasado, el 46,3% tiene una opinión positiva de la primera ministra, mientras que los dos líderes de la oposición quedan muy atrás: Conte (31,1%) y Schlein (28,8%).

La receta de la primera ministra: conservadurismo moderado fuera y mano dura dentro

Distancias importantes, pero no exentas de incógnitas. La primera es el referéndum sobre la única verdadera reforma de esta legislatura: la separación entre los jueces instructores y los jueces que dictan sentencia. La segunda, la reforma de la ley electoral. Con el sistema actual –una fórmula mixta, proporcional con un componente mayoritario–, la coalición de derechas no tendría mayoría en ambas cámaras del Parlamento. Por eso, una modificación es una urgencia que no se anunciará en las redes sociales, pero que no puede evitarse.

Y luego está Trump. En los últimos días, el presidente de Estados Unidos compartió una publicación con un vídeo falso en el que se anunciaba que Meloni había negociado un acuerdo separado sobre los aranceles, rompiendo con la UE, y que Italia “está lista para reducir su compromiso con Ucrania”. El vídeo, obra de una anónima trumpiana, contiene frases que la primera ministra italiana nunca pronunció, y aun así Trump lo difundió. “Un cortocircuito”, replican con incomodidad desde el palacio Chigi. Pero el calendario avanza ahora con cierta inquietud.

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