Gracias, míster Trump

No se lo crean por un segundo, Trump no es un personaje histriónico cuyo único plan es convencer a sus votantes con actuaciones hiperbólicas. Quienes le apoyan tienen un plan para EE.UU. y para el mundo. Un plan que consiste en revertir lo que hay. Lo que hicieron deliberadamente sus predecesores. Revertir la globalización que ha convertido a China en una superpotencia. Revertir la pérdida masiva de empleos de la working class en EE.UU., consecuencia de los acuerdos del tratado de Libre Comercio (TLC) que dejaron a EE.UU. sin industrias. Revertir la financiación presupuestaria sustituyendo impuestos por aranceles. Revertir que América importe cosas y que regresen los capitales para reconstruir sus fábricas. Revertir el peso en la defensa de Europa, para concentrarse en el Pacífico, desde donde China le disputa el liderazgo mundial. Revertir que el dólar siga apreciándose y exportar más. Forzar a que Europa invierta en defensa en mucho mayor nivel a costa de los beneficios sociales. Revertir la inmigración y que los puestos de trabajo sean primero para los que pueden votar. Revertir el riesgo de que los países que tienen potencial para disputarle el liderazgo –China– lo consigan.

Para hacer todo eso, EE.UU. tiene al menos tres armas potentísimas: el dólar, moneda universal que no puede atacarse ni devaluarse porque cuanto peor vayan las cosas, más se desea y revaloriza; su mercado, tan grande que nadie puede prescindir de él, y el ejército más poderoso con once portaaviones que dominan los océanos y sus rutas comerciales.

Aprecio perdido

EE.UU. perderá el ‘soft power’: una delicada mezcla de respeto y temor; la idea de la tierra prometida para millones de personas

Pero hay un gran pero a los planes de Trump. Las cosas a nivel mundial no permanecerán estáticas como estaban antes del terremoto; los otros se moverán, cambiarán los escenarios. Habrá reacciones que producirán resultados negativos también para quien las han provocado. Algunas medidas podrían ser reversibles, pero no alguno de sus peores efectos. Algo es ya seguro. EE.UU. perderá eso que se ha llamado el soft power : una delicada mezcla de respeto y temor; simpatía por lo grande y bueno y cierta tolerancia crítica por lo malo; de percepción democrática formal; de confianza en su mítico equilibrio de poderes; de ser el paraguas de muchas cosas y la tierra prometida para millones. De confianza, en definitiva; el socio fiable, el amigo americano. El aprecio perdido por la marca USA será ya irreparable. Inversamente, la consecuencia de esta crisis para los europeos puede ser la contraria: que por primera vez de verdad nos sintamos europeos, un sentimiento emocional, no solo formal. No era posible conseguirlo solo con leyes, y hago una propuesta: que las pensiones las cobremos directamente con un cheque firmado por Von der Leyen. En esa seguridad, más que simbólica, radicaría una visualización efectiva de Europa. Una relación emocional entre bandera y bolsillo. Que la afección europea sea nuestra gran garantía de futuro. Por tanto, y por empujarnos a ello, muchas gracias señor Trump.

ldefonso García -Serena Publicitario y escritor. Académico de la Real Academia Europea de Doctores. Diplomado en Comunidades Europeas

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