Córcega ha vivido este domingo como un verdadero acontecimiento histórico la primera visita de un papa, más todavía porque Francisco decidió desplazarse a la isla y, en cambio, declinó la invitación para asistir a la reapertura de Notre Dame, en París, hace solo una semana. Jorge Mario Bergoglio demostró de nuevo que prefiere las periferias a los grandes centros de poder, el contacto directo con la gente a los encuentros diplomáticos de alto nivel.
Córcega sí, Notre Dame no
El Papa, que no quiso ir a París para reabrir Notre Dame, prefirió visitar la isla: antes son las periferias que los centros de poder
En su breve homilía durante la misa en Ajaccio , el Papa, visiblemente contento, se salió del guion para destacar que nunca había visto a tantos niños como en Córcega. “Es una gracia de Dios”, dijo. En efecto, mientras había recorrido antes las calles a bordo del papamóvil, le acercaron numerosos niños y bebés para que los tocara y bendijera. Sin leer el texto de la homilía, Francisco pareció improvisar. “¡Hermanos, haced hijos! –les exhortó–. Será vuestro gozo y vuestro consuelo para el futuro!” Antes había pedido no abandonar ni dejar solos a los ancianos. ¡Cuidad a los viejos, que son la sabiduría de un pueblo!”, les rogó.

El papa, en la misa celebrada ayer en la plaza de Austerlitz de Ajaccio
La razón oficial del viaje fue asistir a un congreso sobre la religiosidad popular en el Mediterráneo, un espacio geográfico y cultural que interesa especialmente al Papa, sobre todo por ser el epicentro de un flujo migratorio a menudo trágico.
En su discurso ante el simposio, Francisco instó a estar alerta “para que la piedad popular no sea utilizada o instrumentalizada por grupos que pretenden fortalecer su propia identidad de manera polémica, alimentando particularismos, antagonismos y posturas o actitudes excluyentes”.

Francisco, a su llegada a al aeropuerto de Ajaccio para saludar al presidente Macron
Como siempre, desde la Santa Sede, con una experiencia diplomática de siglos, se miden bien las palabras que pueden tener una interpretación política y se sabe administrar la ambigüedad. Córcega, muy celosa de su identidad y escenario durante decenios de un secesionismo violento, es un territorio cuyo encaje en la República Francesa resulta todavía problemático y está pendiente de un compromiso con París definitivo que nunca acaba de llegar.
El Papa abordó también el concepto de la laicidad, en el ADN de Francia. Citando a su predecesor, Benedicto XVI, Francisco abogó por “una laicidad sana”, que no sea estática ni rígida, sino evolutiva y dinámica.
¡Haced hijos, será vuestro gozo y consuelo para el futuro; y cuidad a los viejos, la sabiduría de un pueblo!”
El principal anfitrión de la visita fue el arzobispo de Ajaccio, el cardenal François-Xavier Bustillo, de origen navarro, de 56 años, un hombre carismático y muy mediático a quien se augura un futuro prometedor en la Iglesia, incluso en la curia romana.
El presidente Emmanuel Macron se limitó a volar a Ajaccio, por la tarde, para despedirse del Papa. Se entrevistaron en el mismo aeropuerto. A Francisco no le han gustado varias decisiones tomadas en Francia que, según él, la alejan de los principios cristianos, como la inclusión del derecho al aborto en la Constitución, el matrimonio gay o la próxima ley de la eutanasia.
De ahí que, pese a haber pisado ya tres veces territorio francés durante su pontificado (en Estrasburgo, Marsella y Córcega, siempre con brevedad), esté aún pendiente un viaje apostólico a Francia como país. Francisco no lo quiere.