Hermanos en la desventura

Emmanuel Macron sólo tiene 47 años y Keir Starmer 62, pero su encuentro ayer en Londres recordó al de dos jubilados con muchas canas en el pelo en el bar de un pueblo cualquiera, para recordar, llenos de morriña, tiempos pasados en los que no les dolía la espalda ni tenían artritis, las mozas coqueteaban con ellos y no desayunaban media docena de pastillas todas las mañanas para ir tirando.

¡Toma esa, Donald Trump!, puede decir para sus adentros el presidente francés, que se ha adelantado en dos meses al estadounidense en su visita de Estado al Reino Unido, la primera de un líder europeo desde el Brexit, la primera desde la coronación de Carlos III, y la primera de un titular del Elíseo en 17 años, cuando la reina Isabel recibió a Sarkozy.

Macron y Starmer están bien de salud, pero sus Gobiernos y sus países no tanto, y no les faltaron motivos para lamerse las heridas en su encuentro en Downing Street: las amenazas de Putin, el aguijoneo de Trump, la resistencia (ya sea en la calle o en el Parlamento) a sus intentos de reformar el Estado de bienestar, la anemia de las respectivas economías, la explosión de la inmigración, la resistencia a la energía verde, el impacto de las guerras de Ucrania y el Oriente Medio, los problemas para sacar adelante los presupuestos, la hinchazón del sector público, la necesidad de aumentar el gasto de defensa, el acecho de la ultraderecha (Le Pen y Farage), la falta de una mayoría parlamentaria en el caso del francés, el espíritu rebelde de sus propios diputados en el caso del británico. Su enfermedad es parte de una pandemia global que mina los cimentos de la democracia.

¿A ti te duele esto? Pues a mí lo otro… Porque en el trasfondo está el declive de dos potencias nucleares, dos ex imperios, dos de las mayores economías del mundo (más o menos del mismo tamaño) y dos países con asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, que desde la debacle de Suez no pintan como antes, forzadas a pelotear a Trump y reírle sus gracias (con más descaro en el caso de Starmer), que han respondido de manera distinta a su decadencia: Francia con el eurocentrismo, la integración europea y la obsesión de neutralizar el poderío económico de Alemania, y Gran Bretaña con el atlantismo, haciendo del Sancho Panza de Washington a cambio de la “relación especial”. Para lo que le sirve…

Starmer y Macron quieren cooperar y pasar página al Brexit, pero las cicatrices son muy profundas

Decía De Gaulle que Francia tenía que actuar como una gran potencia precisamente porque ya no lo era, y eso es lo que transpira de la visita de Macron a Londres, que culminará mañana con la 37 edición de la cumbre anglofrancesa, coincidiendo con el 120 aniversario de la entente cordiale . ¡Ah, dónde han quedado los tiempos de la grandeur de los unos y el espléndido aislamiento de los otros, cuando tenían colonias por doquier (al Reino Unido ya no le quedan ni las islas Chagos) e imponían un respeto reverencial.

Macron y su esposa Brigitte fueron recibidos en la base de Northolt por los príncipes de Gales, Guillermo y Catalina, con una alfombra roja (y sin que esta vez hubiera ninguna bofetada, ni en broma ni en serio). Con el palacio de Buckingham en obras, el oropel se trasladó al pueblo de Windsor, cuya calle mayor recorrieron el rey Carlos y el presidente francés en una carroza como si fueran Luis XIV y el cardenal Richelieu, seguidos en otra por la reina Camila y la primera dama, aclamados por un millar de curiosos que entonaban la Marsellesa y gritaban ¡Vive la France! “Nos divertimos, nos admiramos y nos intimidamos mutuamente”, dijo el líder galo tras pasar revista a la Guardia Real, en una frase que resumen muy bien la relación histórica de amor odio, guerras y alianzas. Los ingleses detestan a los taxistas de París y a los camareros de Saint-Germain que les sirven unas ostras o un trozo de pâté como si les hicieran un favor, pero envidian el champán, el perfume, la elegancia en el vestir de sus vecinos, las más de mil variedades de queso y las playas soleadas del Mediterráneo.

“A los franceses nos encanta la monarquía, sobre todo cuando es de otros”, dijo Macron en la introducción a su discurso en el Parlamento de Westminster, antes de entrar en materia: “tenemos que afrontar la inmigración ilegal con firmeza, humanidad y solidaridad”, “tenemos que ir de la mano en el apoyo a Ucrania, la exigencia de un alto el fuego inmediato en Gaza y el reconocimiento del estado palestino”, “tenemos que colaborar en seguridad y cambio climático”, “no puede haber fronteras entre nosotros porque no hay fortaleza que nos defienda de las amenazas que nos rodean”. La idea era pasar página al Brexit, pero las cicatrices perduran.

Tras una visita a la abadía de Westminster y una corona de flores en la tumba del soldado desconocido, y antes de la cena de gala en Windsor con un menú anglofrancés, Starmer y Macron entraron en materia en Downing Street. Londres presiona a Francia para que haga más para impedir la salida de pateras de sus aguas con indocumentados (los gendarmes pincharon hace unos días por primera vez las lanchas hinchables), y propone la aceptación de un solicitante de asilo con derecho a la reunificación familiar por cada ilegal que París reciba de regreso. También hablaron de dinero, porque el comercio bilateral es de 120.000 millones de euros, y Londres importa 30 millones de botellas champán al año.

Francia apuesta por una mayor y mejor integración europea, mientras Londres lo hace por el atlantismo

A Macron y Starmer se les puede calificar de débiles, impotentes o irrelevantes, o concederles el beneficio de la duda y decir que hacen lo que pueden. En cualquier caso no son Churchill y De Gaulle, Thatcher y Blair, Wilson y Chirac, sino los líderes disminuidos de dos potencias disminuidas, que añoran los tiempos en que la reina Victoria y Napoleón III se repartían el mundo con una cesta de picnic como la que el líder francés le regaló ayer a Carlos III.

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