IA: la nueva disrupción

Comienzan a vislumbrarse las primeras señales sobre nuestras vidas del inevitable impacto de la inteligencia artificial (IA). Todavía tentativas, cierto, pero con fuerza suficiente como para terminar alterando substancialmente economía, trabajo, sociedad y política.

Respecto de la primera, los mercados confían en fuertes crecimientos de productividad, caída de costes y aumento de beneficios: los máximos de Wall Street así lo sugieren. Y aunque es posible que esa burbuja estalle, la IA continuará expandiéndose al amparo de la reducción de costes.

Respecto del empleo, comienzan a generalizarse los recortes, efectivos o previstos, de miles de puestos de trabajo en empresas tecnológicas (Microsoft, Intel, British Telecom, Amazon…), inevitables dado que ya el 25%-30% de la programación de Microsoft o Alphabet, por ejemplo, se realiza con IA. Más allá de las tecnológicas, emerge la misma tendencia de disminución de la ocupación, de momento en ciertas profesiones (abogados, analistas financieros, administrativos…). Unas pérdidas que conviven con elevados aumentos de beneficios: Sam Altman, el diseñador de ChatGPT, prevé que más pronto que tarde veremos una empresa de un trabajador generando 1.000 millones de dólares.

Un choque de consecuencias más severas que el de la globalización

En lo social, impactos sobre un amplio colectivo de profesionales y cuadros medios, que habían salido relativamente indemnes de los embates de la globalización: hoy, a diferencia de ayer, las habilidades físicas parecen más resistentes. Ello implica que el choque de la IA afectaría más severamente a grandes urbes y menos a áreas rurales o ámbitos fabriles. Porque, aunque la tecnología mejore nuestras vidas en el largo plazo, de ello no se deduce que deba ser así para los que sufran su introducción: en plena revolución industrial, Friedrich Engels ( La situación de la clase obrera en Gran Bretaña ) detallaba las espantosas condiciones de los trabajadores; tan severas sobre su salud que Prusia se vio obligada a reducir en 10 cm la estatura mínima de sus soldados. En esta situación no extraña que los afectados, los luditas, se enfrentaran al progreso destruyendo las máquinas, como sucedió en Barcelona en la fábrica Bonaplata.

Finalmente, traduzcan esta transformación a la política y tendrán un argumento más para comprender el impulso de la extrema derecha: la pérdida de nivel de vida de amplios colectivos supondrá un torpedo adicional a la línea de la flotación de unas sociedades que basan su precaria estabilidad en unas menguantes clases medias.

Economía, trabajo, sociedad y política comienzan a estar, y más lo estarán los próximos años, afectados por la disruptiva IA. Otro choque de consecuencias más severas que el de la globalización de las últimas décadas. ¿Podemos hacer algo para absorberlo? Quizás. Pero primero hay que acertar en el diagnóstico de sus impactos. Y aquí, hay demasiado optimismo todavía.

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