
Tras los sustos del verano, el impacto de la inmigración se ha dejado sentir en las perspectivas electorales catalanas. Frente al maremoto de una ultraderecha creciente, la respuesta típica es la de echar la culpa al uso espurio de la inseguridad ciudadana, el no haberla excluido del debate político o su mejor utilización de las redes sociales; a ella se añade la de aquellos que sitúan la entrada inmigratoria, y sus consecuencias, en el sesgo productivo hacia servicios personales. Ambas visiones comparten que la actuación política de las últimas décadas, de derecha o de izquierda, no tendría que ver con su ascenso, algo ciertamente sorprendente dada la generalidad del fenómeno en Occidente, de Corea a Francia o EE.UU.
Les propongo una visión distinta del auge ultraderechista, intentando comprender sus razones menos evidentes: los efectos en el largo plazo del hundimiento de la natalidad en los 70/80 del pasado siglo, un sistema educativo inadecuado para las necesidades productivas y legítimos deseos de aumentar el PIB y la renta. Sumándolas comprenderán porqué, ya desde finales de los 90, la demanda de empleo de las empresas no podía cubrirse con una mano de obra nativa menguante e incorrectamente formada. Un exceso de demanda que, inevitablemente, comenzó a filtrarse al exterior: desde entonces, en los últimos 25 años, el proceso no ha hecho más que reforzarse.
Más desigualdad y servicios públicos insuficientes, tras el auge de la extrema derecha
Un solo dato lo resume: en Catalunya, el peso de los residentes de 25 a 44 años nacidos fuera de España alcanza el 42% de esas cohortes, una aportación que se acerca al 60% en el Barcelonès y al 50% en algunas comarcas de Girona o Lleida. Imaginen ahora que retiran esa población: ¿qué sucedería con la actividad? Y, sin su contribución, ¿cuál habría sido el crecimiento?
Cierto que en el avance de la extrema derecha la inseguridad es relevante, pero no únicamente la que pueda percibirse como ciudadana. Porque, por encima de una creciente irritación por una insoportable desigualdad, las incertidumbres son muchas y muy amplias: aprensión por un futuro económico incierto, miedo a la inestabilidad laboral, temor a la marginación del mercado inmobiliario o espanto sobre el futuro de las pensiones, por no hablar de las que generan el cambio climático o la irrupción de la IA.
El aumento de la desigualdad y una provisión escasa de servicios públicos están tras el auge universal de la extrema derecha. Sin mejores garantías acerca del futuro y, simultáneamente, sin reducción de los costes individuales que el choque inmigratorio plantea (en sanidad, educación y vivienda), la extrema derecha tiene el camino expedito. Y ahí sí tienen responsabilidad los partidos que han gobernado las últimas décadas. Cierto es que no hay que llorar por la leche derramada, pero para mejorar el futuro hay que conocer los errores del pasado: en el pecado va la penitencia.