Irán sigue enterrando a civiles

El altavoz anuncia la llegada de un nuevo “mártir” y pide a quienes se encuentran en la sección 42 del cementerio Behesht Zahra –habilitada para enterrar a quienes murieron en la guerra de los doce días– que acompañen a la familia. Rápidamente un caos se forma alrededor del hueco en el que uno de los empleados, desde el interior, recibe el cuerpo envuelto en una manta blanca de Farzaneh Aghaei, una enfermera que murió el 15 de junio, cuando Israel atacó el edificio en el que vivía en Teherán.

Muchos gritan, especialmente una mujer que está en uno de los extremos de la tumba. Otros tiran tierra al interior. “No la pudieron identificar y tuvieron que esperar a que su hermano regresara a Teherán para empezar el proceso a través del ADN, por eso la entierran hoy (11 de julio)”, cuenta Sara, también enfermera que, junto con otros colegas, la acompañaron en su despedida. “Era una mujer muy cariñosa. Había perdido a sus padres hace tiempo y no tenía hijos. No tenía relación con el mundo militar”, explica Sara que, como el resto, está bajo una gran carpa improvisada para evitar que el sol inclemente haga daño a quienes visitan esta nueva sección del cementerio destinada a los “mártires de la guerra con Israel”.

Una foto familiar entre los escombros de una casa de Teherán, destruida en uno de los ataques de Israel

Una foto familiar entre los escombros de una casa de Teherán, destruida en uno de los ataques de Israel

Majid Saeedi / Getty

A metros de distancia hay un cartel donde se ve un niño con su traje de taekwondo y a un hombre que, por su gesto, se reconoce que es su padre. Una mujer joven vestida de negro llora desconsoladamente mientras se aferra a la foto de su hijo de 12 años. “Esto ocurrió a las dos y media de la madrugada, cuando todos estaban descansando. Ni siquiera en el mundo animal se ataca así”, cuenta Seyed Hossein Mir Hashemi, el padre de la mujer. Sobrevivió al ataque al edificio de 14 pisos donde vivían –sesenta personas murieron en el impacto–, pero ahora es una mujer quebrada por el dolor. “Mataron a familias enteras. Muchos niños estaban dormidos. Niños que tenían esperanzas y sueños”, insiste el hombre, que repite que su yerno nunca cargó un arma. Trabajaba en una empresa de telecomunicaciones gubernamental.

Las fotos que adornan este sector dejan en evidencia la magnitud del impacto humano que dejó la guerra: algunos son militares, al menos la mitad. Muchos otros son hombres o mujeres civiles, como Farzaneh. Otros son niños, uno de ellos todavía de brazos. Según la Fundación para Asuntos de los Mártires y Veteranos, 1060 personas perdieron la vida en doce días. Según la oenegé Hnara que opera desde EE.UU., la mitad de los fallecidos son civiles, entre ellos 38 niños y 132 mujeres. Además, hubo 4.475 heridos.

Más allá de intentar destruir el programa nuclear y balístico de Irán, Israel apuntaba a un cambio de régimen, como fue quedando en evidencia con el transcurrir de la guerra. Muchos de los objetivos, que incluyeron las cúpulas militar, política y científica –nuclear–, se encontraban ubicados en sectores residenciales. Todo esto a pesar de que Beniamin Netanyahu dijo que los ataques no estaban destinado a la población civil.

La mitad de los 1.060 fallecidos son civiles, entre ellos 38 niños y 132 mujeres; además, hubo 4.475 heridos

Solo en Teherán, 8.200 viviendas quedaron afectadas, más de 400 totalmente destruidas. Entre ellas hay cientos de casas de vecinos que muchas veces desconocían quién vivía a su alrededor. O lo que sucedía en las edificaciones cercanas. “Los traumas que hemos visto están relacionados con la explosión y a la onda expansiva”, explica el doctor Kapoors, cirujano del hospital Imam Hussein que asegura que muchos de los pacientes presentaron traumas múltiples como fracturas, otros tienen quemaduras. “Tuvimos algunos pacientes que nunca pudieron llegar al hospital, porque fallecieron antes”, confiesa.

Pasaron tres días desde que había comenzado la guerra, cuando Israel avisó previamente que había que evacuar en sectores de la ciudad que planeaba atacar, pero este fue un proceder que estuvo lejos de ser sistemático. Generalmente se enteraban de que estaba siendo atacados cuando sucedía. Se suma la falta de preparación de las autoridades iraníes, que nunca activaron las alarmas y bajaron la velocidad de internet, lo que hizo que la gente no pudiera acceder a la información.

Pese a que millones de personas habían dejado la ciudad, muchas otros habían decidido quedarse. Es el caso de Mohamed, de 30 años, que el 15 de junio salió a trabajar. En su casa quedaron sus padres jubilados y su hermana. Por la tarde, una compañera le avisó de que su calle había sido atacada. “Que no sea nuestra casa. Que no sea nuestra casa”, cuenta Mohamed que repetía antes de llegar corriendo al lugar. Minutos antes había intentado llamarlos, pero nadie contestó. Lo primero que vio fue que el misil había impactado directamente en su edificio.

Para entonces los rescatistas empezaban a sacar cuerpos de entre los escombros. Uno de ellos era de una mujer; insistió en verla para descubrir que era Hadiseh, su hermana. “Ese día sentí una soledad profunda. Sentía que les había fallado. No pude salvar a mis padres, no tenía fuerzas para nada”, cuenta Mohamed, que a partir de entonces vivió un calvario mientras buscaba sus cuerpos.

A su madre la encontraron casi diez días después cuando, a petición suya, los bomberos regresaron a remover escombros. Sus restos los encontraron bajo un mueble, frente al televisor. Su padre tardó más; recurrieron al ADN de Mohamed hasta que dieron con su cuerpo. Dieciséis días después pudieron enterrar a los tres juntos en el mismo sector 42 de Behesht Zahra donde el viernes pasado un grupo de trabajadores seguía abriendo tumbas a pesar de los 40 grados de temperatura.

Mohamed ha tardado casi un mes en sepultar a sus padres y su hermana, muertos el 15 de junio en un bombardeo

“La guerra no se ha terminado, hay que estar preparados”, sentencia Mir Hashemi que, como la mayoría, teme que la guerra se reactive.

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