Jemeres rojos, 50 años del terror

Los jemeres rojos estaban entrando en la capital y lo anunciaban con disparos. Regresaba la paz. De todas las casas surgían gritos de alegría y en nuestra calle oí con claridad ovaciones: ¡Vivan los soldados revolucionarios!”, recuerda Denis Affonço, una camboyana de clase acomodada, de aquel lunes 17 de abril de 1975 en el que los jemeres rojos entraron triunfales en los bulevares afrancesados de Phnom Penh, la capital de Camboya, un país idílico al que la geografía se la tenía jurada.

Nunca antes, en la historia de Asia, tantas personas jalearon a sus verdugos con tanta candidez. Tres años después, en 1978, sólo dos tercios de los camboyanos habían sobrevivido al más radical, grotesco y mortífero experimento marxista perpetrado en Asia y acaso en el planeta: la creación de un “hombre nuevo”. Y en dos días…

El marido de Affonço, autora del testimonial El infierno de los jemeres rojos , era uno de los confiados aquel 17 de abril. “Repetía infatigablemente que los comunistas no eran salvajes, que tenían leyes y confiaba en ellos. Cuando pienso en la suerte que le tocó…”. La misma de entre 1,8 y dos millones de camboyanos: ejecutados –no siempre dignamente– o muertos literalmente de hambre.

¿Cómo una ex colonia francesa, tierra fértil en la que reinaba un monarca occidentalizado, Norodom Sihanuk, sufrió un genocidio contra camboyanos cometido por los más nacionalistas de entre ellos (los jemeres rojos)?

La respuesta es el vecino Vietnam. “Tenemos que conseguir que nuestro poder tenga credibilidad y Vietnam es el lugar para conseguirlo”, afirmó Kennedy para justificar a principios de los 60 la escalada militar. Aquella que succionaría a Camboya…

El Vietcong utilizaba impunemente Camboya para trasladar tropas y material para atacar Vietnam del Sur. Asesor de Seguridad Nacional, Henry Kissinger convence en 1969 a un recién llegado Nixon de bombardear secretamente Camboya para acabar con los santuarios. Caen sobre Camboya cuatro veces más toneladas de bombas que sobre Japón en toda la Segunda Guerra Mundial.

Primitivos y fanáticos, los jemeres rojos de Pol Pot trataron de crear un “hombre nuevo” con métodos brutales

China y Mao Zedong entran en escena para contrarrestar la fuerza de EE.UU. en Indochina. Sostienen a discreción a los jemeres, una guerrilla marxista y ultranacionalista residual que opera en áreas rurales y aspira a convertir Camboya en comunista. Se nutren de jóvenes, muy jóvenes, de las aldeas a pesar de que sus líderes, como Pol Pot o Ieng Sery, se habían educado en el Liceo francés de Phnom Penh y ampliado estudios en París, donde gestaron su ardor revolucionario.

Insatisfecho con la tolerancia al tránsito norvietnamita, Estados Unidos fuerza el derrocamiento de Sihanuk en 1970 y coloca al general Lon Nol al frente de Camboya. Un títere que provocó el enrolamiento voluntario de muchos jóvenes en las filas de los jemeres y una alianza contra natura entre ellos y el neutral Sihanuk (todo bajo dirección de Pekín).

La guerra doméstica entre el ejército de Lon Nol y los guerrilleros provocó un éxodo rural hacia Phnom Penh (de 600.000 a 2 millones de habitantes). La capital se convierte en Babilonia: corrupción, dólares, asesores estadounidenses y desmoralización ante el avance y los ataques de los jemeres rojos. De ahí que en la mañana del 17 de abril de 1975 vieran la entrada de los jemeres con alivio..

“Los jemeres rojos nos dieron unas horas para abandonar la casa. Si no, nos matarían”

En cuestión de horas, descubrieron la que se les venía encima. El pomposo Año cero . “Los jemeres rojos dieron a nuestra familia sólo unas horas para abandonar la casa. Si no salíamos decían que nos matarían”, señala una superviviente en La tragedia de Kampuchea Democrática . (el nombre que adoptó Camboya). “Veinticuatro horas después de su llegada todo el mundo estaba desencantado y la euforia se había esfumado”, recuerda Denis Affonço.

La joven camboyana Bophana, ejecutada por los Jemeres Rojos acusada de hablar idiomas y escribir cartas de amor

La joven camboyana Bophana, ejecutada por los Jemeres Rojos acusada de hablar idiomas y escribir cartas de amor

Tuol Sleng Genocide Museum

Los dos millones de residentes fueron forzados a dejarlo todo en horas con la excusa de protegerles de ataques de EE.UU. En realidad, los jemeres rojos odiaban a la gente urbana: difíciles de reeducar, debían ganarse el derecho a vivir en la nueva Angkor trabajando duro y con sus manos en el campo.

El éxodo es trágico. No hay nada preparado para albergar a tanta gente. La familia está considerada un obstáculo y los hijos son separados de los padres y los hombres de las esposas. Los médicos son ejecutados: la medicina occidental era contrarrevolucionaria . Cualquier atisbo de civilización antigua –llevar gafas, poseer libros, hablar francés– fue perseguido con saña. Todo desde el secretismo. A diferencia del culto a Mao o Kim Il Sung en Corea del Norte, Polt Pot siempre permaneció en la sombra, diabólica. Y el mundo, harto de noticias de Indochina, se desentendió del genocidio en un país pequeño y hermético. Finalmente, Vietnam invadió Camboya en 1978, harto del hostigamiento jemer. Un 42% de los niños habían perdido a su padre.

Camboya en 1979 era la nada.

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