«Nadie dijo una palabra en contra de la política de rearme y aumento drástico de la inversión en armamento”, ha asegurado alguien muy bien informado sobre lo que ocurrió en la última reunión de ministros de finanzas de la UE, el Ecofin, el pasado martes. Incluido el ministro español de Economía, Carlos Cuerpo, representante de uno de los gobiernos, el de Pedro Sánchez, más reacio a sumarse a esta nueva carrera. La unanimidad en torno al Rearme de Europa se refuerza a sí misma. Ya se verá si para dar un paso adelante en la integración europea o para su descenso definitivo a los infiernos.
La amenaza de EE.UU. de retirar su protectorado militar sobre Europa es una constante desde el primer día de su creación, cuando las fuerzas aliadas tomaron una Berlín asolada , al fin de la Segunda Guerra Mundial. En la inmediata guerra fría, uno de los primeros diferendos entre EE.UU. y Alemania fue el pago de los gastos militares de las tropas del primero estacionadas en el segundo. Hasta cinco presidentes de EE.UU. se vieron involucrados. Y dos cancilleres alemanes, ambos conservadores, Konrad Adenauer y Ludwig Erhard.
Pero la disputa no fue por consideraciones geopolíticas, ambos bandos veían a la Unión Soviética como la principal amenaza, si no monetarias y financieras. La hegemonía económica mundial de EE.UU., tenía (y tiene) dos grandes columnas de apoyo: la supremacía militar y el dólar, interrelacionadas ambas.
Los norteamericanos mantenían un fuerte contingente militar en Alemania y otras zonas de Europa. Y estas no querían perder esa protección. Pero el despliegue de tropas y armamento tenía un coste elevadísimo. En esos años, 1958-1960, por primera vez en su historia, EE.UU. comenzó a tener balanzas comerciales deficitarias.

Un soldado de EE.UU en la capital, Washington
La respuesta de Washington fue exigir a Europa más liberalización comercial y mayor gasto militar. La amenaza, la retirada de sus fuerzas y el cierre del paraguas nuclear. Para EE.UU,, la disyuntiva estaba entre evitar la pérdida de confianza en el dólar, o la erosión de su liderazgo militar en Occidente. Mantener el sistema europeo de seguridad y el orden monetario en torno al dólar era cada vez más difícil. Imprescindibles los dos.
¿Tendrá Europa la fortaleza para no comprar armas a EE.UU. y sacudirse del sistema dólar?
La solución intermedia fue que Alemania, junto con otros países europeos, elevaran su participación en los presupuestos de la OTAN, más inversiones en EE.UU. y contenido clave, comprarle a estos muchas más armas. Tan grandes fueron los compromisos de adquisición, que los alemanes pagaron pedidos que ni tan siquiera llegaron a realizar. El canciller Helmut Schmidt, calificó años después esos gastos como “un camuflaje para los costes de ocupación, que sin duda estaban amortizados desde hace mucho tiempo”. Las compras alemanas llegaron a suponer un tercio de todas las exportaciones americanas de armamento. Acuerdos similares se firmaron con Francia e Italia. Se redujeron los déficits comerciales y el dinero afluyó a EE.UU. en forma de inversiones directas y compras de activos. La cosa aguantó con dificultades y al final el sistema monetario, Bretton Woods, saltó por los aires. Fue el legado de Richard Nixon.
Una peripecia que recuerda mucho al momento presente. Una vez más, el objetivo de EE.UU. con Joe Biden de forma más sutil y con Donald Trump, con maneras de villano de serie B, es afrontar sus problemas económicos y financieros –déficit comercial, endeudamiento, cuentas públicas anegadas de rojo, desindustrialización, gastos armamentísticos descontrolados– removiendo sus relaciones con Europa. Y de nuevo el gasto militar se presenta como la palanca ideal. El intento de forzar a los europeos de la OTAN a incrementar exponencialmente su gasto militar con el objetivo de quedarse con la parte del león, en forma de pedidos a su industria, está en el núcleo central de las actuales discusiones.
Aparentemente Europa ha dicho basta. En parte por estupefacción. EE.UU. y su empeño de llevar la OTAN a las barbas del imperio Rusia quebró el equilibrio europeo y cebó en gran medida la agresión rusa a Ucrania. Y ahora, una vez creado el problema –con la sospechosa voladura del Nord Stream incluida– se desentiende aduciendo que el problema es europeo.
Pero en otra buena parte porque cree entrever una salida a su estancamiento económico y productivo –encogimiento industrial crítico en Alemania, crecimiento ridículo en la UE, escaso desarrollo tecnológico– y su disgregación política. El Viejo Continente se apunta al keynesianismo militar que EE.UU. practica a gran escala desde la época de Ronald Reagan. Esta es la metamorfosis que Ursula Von der Leyen ha aplicado al plan de Mario Draghi, presentado hace unos meses por el expresidente del BCE.
Solo desde esta perspectiva se entienden las afirmaciones de algunos líderes europeos, el más entusiasta Pedro Sánchez, asegurando que se puede disparar el gasto en armamento y mantener las partidas sociales de los Estados. Para ello se debe multiplicar la deuda pública en Europa. Es lo que va a hacer Alemania, que es la que más margen tiene.
Europa y Alemania se arman en parte por el desafío de Trump; también porque buscan estimular la economía
Una nueva forma de estímulo fiscal público, esta vez para las armas. Pero claro, para que ese esquema se sostenga, estas deben fabricarse en Europa y además, venderse a terceros. Si no se da este último requisito, todo el gasto será improductivo, las armas lo son por definición y acabará agotando muy rápidamente el estímulo inicial.
Pero, ¿tendrá Europa la fortaleza política para cerrar el bolsillo a los fabricantes de EE.UU. y no gastarse el dinero en comprarle las armas y dispondrá a la vez de la capacidad tecnológica para competir con ellos en el mercado mundial? Pues el nuevo esquema europeo solo es posible sacudiéndose el sistema monetario que orbita en torno al dólar. ¿Es tal cosa posible?