El Ejército Popular de Liberación realiza desde este martes unas amplias maniobras militares de advertencia alrededor de la isla de Taiwán. En una demostración de fuerza, la República Popular de China ha desplegado seis grupos de combate, dos más que las empleados en los ejercicios de octubre y mayo de 2024. Una de las escuadras está capitaneada por el portaaviones Shandong.
El objetivo último, en cualquier caso, no es militar sino político. Según el portavoz de la cancillería china, Guo Jiakun, de lo que se trata es de mandar “un serio aviso disuasorio a las fuerzas separatistas. ”Los separatistas están condenados al fracaso“, ha dicho el portavoz de Exteriores, en referencia al Partido Democrático Progresista (PDP), que hace un año quedó en minoría en el Parlamento de Taiwán, aun conservando la presidencia, con sus peores resultados en ocho años.
Este tipo de maniobras militares chinas de gran envergadura son la nueva normalidad, no solo en el estrecho de Taiwán, sino al este de la isla del mismo nombre. Sin embargo, su aparente regularidad, cada cinco o seis meses, no es aleatoria. Su ejecución se presenta como respuesta proporcional a las ”provocaciones separatistas“ del presidente William Lai.
En mayo, fue tras su discurso de toma de posesión. En octubre, tras su arenga del 10 de octubre, que la República de China considera su ”día nacional». Esta vez, se trata de la batería de medidas contra Pekín tomadas por el ejecutivo de Lai, que promete perseguir judicialmente a quien exprese simpatías hacia la China continental. Singularmente si visten uniforme. Las represalias taiwanesas pasarán a alcanzar también a los ciudadanos de Hong Kong y Macao.
La respuesta de Pekín es un cerco cada vez más estrecho de la isla de Taiwán, que de entrada la aísla de sus archipiélagos exteriores, más cercanos al continente, pero que en última instancia la aislaría del mundo. Se trata de ensayos en caso de una hipotética declaración de “independencia” de Taiwán. Algo que el Partido Comunista de China -vencedor de la guerra civil en 1949- ha dejado claro por activa y por pasiva que constituiría una nueva “declaración de guerra”.

La bandera de la República de China ondea en un barco de la Guardia Costera en Keelung, isla de Taiwán (antigua Formosa)
Esta hipotética guerra, en cualquier caso, constituiría, antes que una invasión, un cerco marítimo y aéreo infranqueable, que obligaría a la isla, sin apenas recursos naturales, a rendirse en cuestión de semanas o muy pocos meses. Ese es por lo menos el plan de Pekín. Un juego de alto riesgo en el que también entran los otros grandes cuellos de botella del mundo, más allá del propio estrecho de Taiwán. Es decir, el estrecho de Malaca -dominado por la Sexta Flota de EE.UU.- y los accesos al canal de Suez, por el mar Rojo, ahora hostigados selectivamente por el gobierno yemenita de Saná, en solidaridad con Palestina.
También el estrecho de Gibraltar y las nuevas rutas marítimas a través del Ártico que el calentamiento global está desbrozando. Pero singularmente el canal de Panamá, donde la hongkonesa Hutchison ya no firmará este miércoles la venta de sus dos puertos a la gestora de fondos estadounidense BlackRock, parte de un paquete de 43 muelles en 23 países que Hong Kong y Pekín pretenden revisar.
El tándem propuesto en las pasadas elecciones por el PDP, con William Lai para la presidencia y Bi-khim Louise Hsiao para la vicepresidencia, fue visto desde el principio por Pekín como una prueba de la beligerancia de Washington y Tokio, los dos grandes protectores de la República de China, vulgarmente conocida como Taiwán. En teoría, tanto EE.UU. como Japón suscriben desde finales de los setenta que hay una sola China, representada en las Naciones Unidas.
El presidente taiwanés, el soberanista William Lai, pronunció recientemente uno de sus discursos más duros contra China como mandatario, anunciando diecisiete medidas -entre ellas, la reinstauración de los tribunales militares o los interrogatorios a quienes reciban visitantes de la República Popular. Todo ello bajo el pretexto de contrarrestar la campaña de “infiltración” del Partido Comunista chino (PCCh) en territorio insular.
Taiwán se gobierna de forma autónoma desde 1949 bajo el nombre de República de China y cuenta con unas Fuerzas Armadas y un sistema político, económico y social diferente al de la República Popular China. Aunque fue una dictadura anticomunista durante décadas, hoy en día es una de las democracias más avanzadas de Asia. Sin embargo, la prosperidad de las grandes metrópolis continentales ya nada tiene que envidiar a Taipéi.
En realidad, la batería de medidas de William Lai pretende parar los pies al gran número de licenciados de la isla que se van en busca de oportunidades a la otra China, donde son recibidos como hijos pródigos. Ese camino no es nuevo y sus pioneros, hace décadas, fueron los empresarios cercanos al Kuomintang, cuyo interés económico y su nacionalismo chino colocan más cerca de Fujian que de California.

Un viejo Mirage 2000 francés de la fuerza aérea de Taiwán. Taipéi ha apostado en los últimos años de forma casi exclusiva por el armamento estadounidense. También ha alargado la duración del servicio militar.
Las autoridades taiwanesas desplegaron este martes sus barcos patrulleros frente a las “amenazas” de la Guardia Costera china, que previamente había anunciado la organización de simulacros de “inspección e interceptación” alrededor de Taiwán.
Los guardacostas taiwanes, por su parte, detectaron esta mañana varias embarcaciones chinas que navegaban por los alrededores de la isla Dongyin, en el archipiélago periférico de las Matsu.
El problema para Taiwán es que, al no ser reconocido como un estado por casi nadie, jurídicamente no dispone de aguas territoriales. De ahí que China se crea en su derecho al cruzar cualquier línea imaginaria en el agua, ya que se trata de aguas chinas. Las autoridades de Taiwán han definido una “zona de respuesta”, que sin embargo ayer fue traspasada hasta por un portaaaviones sin respuesta alguna.
Eso no significa que Pekín se cierre en banda a negociar. Pero el punto de partida es siempre “un país, dos sistemas”, como en el caso de Hong Kong y Macao. La línea roja para la China de Xi Jinping ya no es solo una declaración explícita de “independencia”, sino también “el agotamiento de todas las vías de diálogo”.
En este sentido, Shi Yi, un portavoz militar chino, ha descrito las maniobras de hoy como “legítimas y necesarias para salvaguardar la soberanía y la unidad nacional de China“. Uno de sus focos sería ”el bloque de zonas claves y de vías marítimas».
Taipei no permanece cruzada de brazos y ha puesto en alerta sus propios sistemas de misiles, navíos y aviones de guerra. Hace escasos días su ministro de Defensa se encontraba en Estados Unidos para el suministro de una nueva partida de aviones de combate, que los taiwaneses pagan a tocateja. Los congresistas y senadores de EE.UU., para regocijo de la industria armamentista nacional, legislaron la obligación de suministrar a la isla todas las armas que precise para su impedir su reabsorción por Pekín.
Este martes tienen enfrente a 19 buques del Ejército Popular de Liberación. La perspectiva de ser utilizados en una guerra entre superpotencias y luego abandonados es lo que está laminando el apoyo a los independentistas. “No queremos ser Ucrania”, fue uno de los eslóganes de la oposición en las pasadas elecciones, en las que lograron la mayoría de los escaños. La respuesta de la presidencia ha sido limar los poderes del Yuan Legislativo a fin de sustraerse a su supervisión, alegando “motivos de seguridad nacional”. Unos motivos a veces invocados a la ligera, tanto en Pekín como en Taipéi.

Los nietos del presidente de la República de China, Lai Ching-te (en la foto) también conocido como William Lai, ya son estadounidenses. Su vicepresidenta, nacida en Japón de madre estadounidense, habría renunciado al pasaporte de EE.UU. para optar al cargo.
China anunció esta mañana el comienzo de su nueva oleada de maniobras militares en las inmediaciones de Taiwán con unidades del Ejército, la Armada, la Fuerza Aérea y la de Cohetes, con un objetivo de «aproximación a la isla desde múltiples direcciones”.
Secretario de Defensa sobre China
Hegseth prometió el domingo en Japón que EE.UU. ejercería su poder de “disuasión”
Estos ejercicios tienen lugar dos semanas y media después de que el presidente taiwanés, William Lai, pronunciara uno de sus discursos más duros contra China como mandatario, catalogando por primera vez a Pekín como una “fuerza externa hostil”. La respuesta del Ejército Popular de Liberación (EPL) ha llegado no solo en forma de escuadrones navales, sino también de vídeos en sus redes, en los que se representa a Lai como un parásito que preside una isla en llamas.

Antes de pronunciarse el domingo sobre Taiwán en Japón (la antigua potencia ocupante), el secretario de Defensa de EE.UU. Pete Segeth visitó en Filipinas a Ferdinand Marcos II
La demostración de fuerza del EPL también marca el terreno de cara a un encuentro todavía no concretado entre los presidentes Xi Jinping y Donald Trump. Y llega, tampoco por casualidad, en la estela de la visita asiática del secretario de Defensa de EE.UU., Pete Hegseth. Este se reunió en Manila con el presidente Ferdinand Marcos II, pocos días después de que este mandara al tribunal de La Haya a su predecesor, Rodrigo Duterte, contemporizador con China. Pese a los recelos de Filipinas hacia Trump, Hegseth no solo habría asegurado la presencia de una baterías de proyectiles estadounidense presente en Luzón desde el año pasado -por primera vez fuera de EE.UU.- sino que habría prometido una segunda. Dentro de su alcance, de hasta 2.000 kilómetros, el estrecho de Taiwán y varias grandes ciudades del litoral chino.
Más allá de la carta blanca de Marcos a las iniciativas del Pentágono en el archipiélago, en Pekín preocupó la siguiente parada de Hegseth, en Japón, donde aseguró que EE.UU. seguirá siendo un elemento de “disuasión” de una reunificación china por la fuerza.
Exministra taiwanesa de Cultura
Lung Ying-ta: “El presidente Lai ha recuperado la retórica negra de la Guerra Fría”
Es sabido que las grandes luchas políticas del siglo XX partieron China en dos, como también sucedió con Vietnam, Alemania o Corea. Menos conocido es que las opiniones y las lealtades de los taiwaneses también están divididas, tal como denota su propio parlamento. De ahí la oportunidad de la publicación, este martes en The New York Times, de una columna de la intelectual taiwanesa y escritora china Lung Ying-ta, que fue la primera ministra de Cultura de Taiwán, entre 2012-2014. En ella, Lung recrimina al presidente taiwanés Lai Chiang-te que “en lugar de iniciar una discusión nacional sobre la dirección a tomar, apueste por el miedo y la confrontación y por desempolvar la retórica negra de la Guerra Fría”. Sin tacharlo explícitamente de maccarthista, la escritora critica a Lai por referirse a China como “una fuerza extranjera hostil”, así como su propósito de “examinar detenidamente los vínculos comerciales y culturales con China” de los taiwaneses. También le reprocha la recuperación anunciada de tribunales y procedimientos castrenses suprimidos desde 2013, con el fin de investigar “delitos contra la seguridad nacional” de militares en activo. Entre ellos, delitos de opinión. Finalmente, la exministra recuerda que hasta «el Kuomintang” -el partido que logró mantener en pie la República de China al refugiarse en la isla- “acusa a Lai de empujar a Taiwán hacia la guerra”.