Lo llaman ‘acuerdo’ pero en realidad se ha tratado de una rendición en toda regla. El compromiso alcanzado en Escocia el domingo 27 de julio en materia comercial por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, no puede leerse sino como el definitivo sometimiento de la UE a los dictados de Washington, ya puesto de manifiesto con el acatamiento a la orden de elevar al 5% del PIB el gasto de defensa en la cumbre de la OTAN del pasado mes de junio. Frente al chantaje del más fuerte, Europa ha optado por hincar la rodilla y doblar el espinazo. Su credibilidad como superpotencia en ciernes ha quedado muy maltrecha.
Planteada desde el principio como una extorsión de tipo mafioso, la negociación no podía tener otro desenlace desde el momento en que Europa renunció a plantear batalla. Mientras Trump, tras su regreso a la Casa Blanca el pasado mes de enero, iba aprobando unilateralmente nuevos aranceles sobre las exportaciones europeas a EE.UU. -acero y aluminio, automóviles, tasas generales de base para todo el mundo-, Bruselas respondía con amenazas nunca concretadas. La Comisión Europea llegó a preparar represalias comerciales por valor de casi 100.000 millones de euros, para irlas suspendiendo una vez tras otra en aras del diálogo. Para Trump, el mensaje de debilidad era diáfano. Y Trump solo respeta a los fuertes, como se ha visto con China.
El presidente norteamericano estaba exultante cuando anunció el acuerdo, fraguado literalmente en su propio terreno (la negociación se cerró en su campo de golf escocés de Turnberry). No era para menos. Recapitulemos: el compromiso implica la imposición, desde ayer, de aranceles del 15% sobre la mayoría de las exportaciones europeas a EE.UU., mientras que la UE deja en el 0% las tasas a las importaciones norteamericanas. Asimismo, Europa se compromete a comprar a EE.UU. productos energéticos fósiles (petróleo, gas y carbón) por valor de 750.000 millones dólares en los próximos tres años (lo cual implicará triplicar las importaciones actuales y depender en un 70% de los suministros norteamericanos) y a invertir al otro lado del Atlántico por valor de otros 600.000 millones de dólares en un plazo no definido.
Ambas partes dan interpretaciones dispares a lo acordado
No hay nada escrito al respecto, sin embargo. Ningún documento, ni siquiera la declaración conjunta que ambas partes llevan días y días negociando. Todavía subsisten numerosas incógnitas sobre no pocos productos y las posibles exenciones (desde el acero y el aluminio, sometidos hasta ahora un arancel del 50%, hasta los medicamentos y otros), y ya se han producido las primeras interpretaciones dispares entre ambas partes. Mientras tanto, subsisten los desacuerdos de fondo sobre la fiscalidad europea y las regulaciones digitales.
Von der Leyen ha defendido, con la boca pequeña, el compromiso como “el mejor acuerdo posible”. Puede ser, visto lo que le está sucediendo a otros países (como Suiza, Canadá, India o Brasil) y habida cuenta de la amenaza de Trump de situar los aranceles en un 30% si no había acuerdo. Pero eso no quita que Europa ha cedido al chantaje y que ni siquiera ha sido capaz de arrancar a Washington el mismo trato (10%) que el obtenido por el Reino Unido. El premier británico, Keir Starmer, que fue el primero en llegar a un acuerdo, debe sonreírse ahora recordando las críticas y los comentarios sarcásticos que recibió de sus exsocios europeos.
Visto el magro resultado, resulta hiriente la alegre foto de familia de la presidenta de la Comisión y la delegación negociadora europea con Trump y su equipo, casi todos ellos levantando el pulgar hacia arriba en señal de entusiástica aquiescencia. “Hasta la foto, la estúpida foto, es un innecesario y vergonzoso tributo a la estética del energúmeno. Patético”, comentó en las redes sociales el ex europarlamentario Ignasi Guardans, haciéndose eco del sonrojo general.

Cajas de whiskey irlandés, preparadas para su envío a Estados Unidos
Sería injusto, sin embargo, cargar las tintas contra Von der Leyen. Si Europa ha optado por la mansedumbre y el apaciguamiento no se debe solamente a Bruselas, sino que ha sido en gran medida el resultado de la presión ejercida por los principales países europeos exportadores a Estados Unidos: Alemania (por valor de 161.000 millones de euros al año), Irlanda (72.000 millones) e Italia (65.000 millones). El canciller Friedrich Merz ha sido el que más empujó, urgiendo a la Comisión a cerrar un acuerdo lo más rápidamente posible, frente a las reticencias del presidente francés, Emmanuel Macron, partidario de plantear un pulso. “No era posible obtener más”, ha dicho Merz, quien -aun admitiendo que el acuerdo será dañino para la economía alemana y europea- lo considera menos negativo que una guerra comercial abierta con Washington.
Detrás de esta urgencia estaba la poderosa industria del automóvil alemana, que se estaba ya desangrando con los aranceles especiales del 27,5% que Trump impuso a los coches europeos en el mes de abril. Sometida a una fuerte crisis, derivada de la transición al vehículo eléctrico y la contracción del mercado chino, las tarifas estadunidenses eran la puntilla. Según el Instituto Federal de Estadística, las exportaciones de coches alemanes a EE.UU. cayeron un 23,5% en abril y mayo, mientras los beneficios sufrían lo propio: un 33% menos para Volkswagen en el primer semestre de este año, un 69% y 91% respectivamente para Mercedes Benz y Porsche en el segundo trimestre respecto al mismo periodo del año anterior… Así que un 15% no es para tirar cohetes, pero es mucho mejor que el 27,5% que había hasta este momento.
La resignación alemana no es compartida en Francia, donde el primer ministro, François Bayrou, no ha ocultado su amargura: “Es un día oscuro cuando una alianza de pueblos libres, reunidos para afirmar sus valores y defender sus intereses, decide someterse”, declaró. El excomisario Thierry Breton, muy crítico también con el acuerdo, llamó a su vez la atención sobre el hecho de que la debilidad del dólar respecto al euro (ha caído un 12,7% desde el mes de enero) encarecerá todavía más las exportaciones.
Hay quien interpreta, sin embargo, que en la práctica el resultado no es tan malo como podría parecer. Para quienes defienden esta tesis, como el economista norteamericano y premio Nobel Paul Krugman -que habla incluso de “triunfo personal” de Von der Leyen-, era impensable que Europa lograra unos aranceles más bajos, mientras que sus compromisos en materia de inversiones y compras son puro humo. Ambos capítulos, ciertamente, escapan a las competencias de Bruselas y dependerán en última instancia de las decisiones soberanas de las empresas. Por si acaso, de todos modos, Trump ya ha amenazado con aranceles suplementarios si no se cumple este compromiso.
Otro argumento a favor del acuerdo es extracomercial. Al someterse a la voluntad de Trump -se esgrime-, Europa ha salvado el vínculo trasatlántico en un momento en que el compromiso de EE.UU. con la seguridad europea frente a la amenaza de Rusia es más necesario que nunca. Sin embargo, si nada garantiza a partir de ahora la estabilidad de las relaciones comerciales con Washington -con Trump en la Casa Blanca la imprevisibilidad es marca de la casa-, menos aún asegura la defensa de Europa por parte norteamericana, creciendo como están al otro lado del Atlántico las voces que plantean una progresiva retirada militar estadounidense del continente. Europa ha mostrado peligrosamente ante el resto del mundo su enorme debilidad, sin lograr a cambio la seguridad que buscaba. Más bien todo lo contrario. Porque lo único que es seguro es que cuando se cede ante un chantaje, el siguiente no tardará en llegar.
· Duelo en Polonia. El ultranacionalista Karol Nawrocki, vinculado al partido Ley y Justicia (PiS), actualmente en la oposición, asumió esta semana el cargo de presidente de Polonia, tras haber ganado por escaso margen -menos de un punto- las elecciones presidenciales del pasado mes de mayo. Nawrocki prometió trabajar por los intereses de Polonia por encima de los intereses partidistas, pero ya avanzó su determinación de plantar cara al Gobierno dirigido por el primer ministro Donald Tusk, liberal y europeísta, a quien acusó de violar la Constitución. La coalición de Tusk confiaba en arrebatar la presidencia del país al PiS para superar el bloqueo del jefe del Estado a algunas de sus reformas, pero fracasó.
· Correctivo a Italia. El Gobierno italiano dirigido por la primera ministra Giorgia Meloni, líder del posfascista Hermanos de Italia, no podrá seguir aplicando su discutida política migratoria al margen de los tribunales. El Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) ha dictaminado que los gobiernos nacionales de la UE pueden señalar qué países consideran seguros para externalizar los centros de retención de inmigrantes mientras se tramita su petición de asilo o expulsión, pero que esta decisión debe quedar sometida en todo caso al control de la Justicia. El fallo fue recibido como un varapalo por el Gobierno de Meloni, que ha construido dos centros de este tipo en Albania que permanecen prácticamente vacíos debido a la intervención de la justicia italiana.
· Ultras y cambio climático. El grupo europarlamentario de extrema derecha Patriotas por Europa, que engloba a los partidos de Viktor Orbán, Marine Le Pen, Matteo Salvini o Santiago Abascal entre otros, ha tomado el control de las negociaciones en el Parlamento Europeo sobre el objetivo climático de reducción de emisiones, después de que el checo Ondrej Knotek fuera elegido ponente para dirigir una enmienda a la ley del Clima. Knotek ha dejado claro que tratará de tumbar el objetivo marcado por Bruselas de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 90% para el 2040, y alcanzar la neutralidad climática en el 2050. No es probable que lo consiga, pero demuestra la nueva fuerza que, de la mano del PP -decidido a aplicar una geometría variable en su política de pactos-, ha obtenido en la Cámara de Estrasburgo.