El instinto tribal y el rechazo al foráneo, al diferente, forma parte de la historia de la humanidad desde sus orígenes y ha venido justificando a lo largo de los siglos desde invasiones y situaciones de dominio entre pueblos hasta destierros y exterminios de grupos sociales con el aval de diferentes religiones. Sin embargo, la articulación del racismo y la xenofobia como elementos ideológicos es fundamentalmente un fenómeno contemporáneo, fruto de los fenómenos migratorios.
Aunque sus primeras manifestaciones se remonten a la Ilustración y a la búsqueda de explicaciones científicas sobre las diferencias entre razas humanas al calor de la expansión colonial europea y a demostrar la superioridad del hombre blanco sobre el resto de etnias, justificando la esclavitud, el auge del racismo ya en el siglo XX sólo se explica por el conflicto social en la que la minoría foránea se convierte en una amenaza, real o impostada.
A ambas orillas del Atlántico, el miedo y el rechazo al negro, el judío, el gitano o el moro ha venido configurando movimientos sociales y políticos fundamentados en el conflicto racial o cultural con argumentos peregrinos e información sesgada o directamente falsa. Es un fenómeno contemporáneo que sienta sus bases en idearios que se han demostrado capaces de movilizar a numerosos ciudadanos de sociedades aparentemente formadas e informadas.
El paradigma de estos idearios lo constituye el primer libro que escribió Adolf Hitler, Mi lucha, cuando cumplía pena de prisión por el Putsch de Múnich de 1923, un fallido golpe de Estado protagonizado por el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán que él mismo lideraba desde 1921 con el argumento de acabar con las condiciones del Tratado de Versalles de 1919 firmado por los ganadores de la Gran Guerra e imponía duras cargas a Alemania. La obra se dividió en dos volúmenes, que se publicaron en 1925 –hace junto un siglo de la aparición del primer volumen– y 1926.
En tono autobiográfico, Hitler va esbozando el programa del Partido Nacionalsocialista desde su propia conversión en convencido y carismático líder nacionalista, con el agravio internacional hacia Alemania como bandera y el malestar por la desunión de la sociedad germana, principalmente atribuida a la deriva ideológica y la pérdida de un sentimiento identitario debido a la pérdida de su racialidad. En este punto aflora el papel del judío como elemento distorsionador y provocador de buena parte de los males que afectan al país.
Más allá de párrafos referidos a esta materia que tanto ahora como en su día resultaban delirantes, la concepción del Estado como garante de la raza constituye un manifiesto sobre la organización política que la Alemania nazi trató de llevar a cabo desde la fuerza policial y militar. Reproducimos un amplio fragmento.
Pese a que el libro completo se había difundido profusamente por Europa cuando Hitler llegó al poder y empezó a aplicar las políticas que apuntaba en el texto, la comunidad internacional apostó por el apaciguamiento atendiendo a las reivindicaciones de Berlín frente a las injusticias impuestas por el Tratado de Versalles. Sin tener en cuenta que el espacio vital y el Estado racial de Hitler iban en el mismo saco.
El manifiesto
“El gran principio que nunca deberemos perder de vista es que el Estado es un medio y no un fin. Ésta es la base sobre la que debe reposar una más elevada cultura humana, pero no es la causa de la misma. Esa cultura depende de la existencia de una raza superior, de su capacidad civilizadora. Podrían existir centenas de estados modelos en el mundo y eso no impediría que, con la desaparición de los arios, forjadores de la cultura, desapareciese la civilización en el nivel en que se encuentra actualmente en las naciones más adelantadas.
”Podemos avanzar un poco más y proclamar que el hecho de que los individuos estén organizados en Estados de ningún modo excluye la posibilidad de la desaparición de la especie humana, si la capacidad intelectual superior y el gran poder de adaptación se perdiesen por falta de una raza para conservarlas.
”Si, por ejemplo, la superficie de la Tierra fuese inundada por un diluvio y, de entre las olas del océano, surgiese un nuevo Himalaya, en esa terrible catástrofe desaparecería la cultura humana. Ningún estado persistiría, serían destruidos los testimonios de las creaciones de millares de años y quedaría de todo apenas un vasto cementerio cubierto de agua y barro. Pero, si de ese horrible caos, se conservasen algunos hombres pertenecientes a una cierta raza de capacidad creadora, de nuevo, aunque ello durase milenios, en el mundo reaparecerían las señales de la existencia del poder creador de la humanidad.
La más elevada cultura depende de la existencia de una raza superior, de su capacidad civilizadora
”Sólo la desaparición de las últimas razas capaces transformaría la Tierra en un inmenso desierto. Hoy mismo tenemos el ejemplo de estados que, por no poseer en sus orígenes raciales la genialidad indispensable, no pudieron evitar su ruina. Lo que sucedió con ciertas especies animales de los tiempos prehistóricos, que cedieron su lugar a otras y, por fin, desaparecieron completamente, sucede con los pueblos cuando les falta la fuerza espiritual, única arma capaz de asegurar su propia conservación.
”No es el Estado en sí el que crea un cierto grado cultural; el Estado puede únicamente cuidar de la conservación de la raza de la cual depende esa cultura. En otra hipótesis, el Estado podrá durar centenares de años, pero si no evita la mezcla de razas, la capacidad cultural y todas las manifestaciones de la vida a ella condicionadas sufrirán profundas modificaciones.
”El Estado de hoy, por ejemplo, puede todavía por mucho tiempo aparentar vida, como un mecanismo, pero el envenenamiento de la raza creará fatalmente un rebajamiento cultural, que ya se nota en proporciones alarmantes. En consecuencia, es la raza y no el Estado lo que constituye la condición previa de la existencia de una sociedad humana superior.
El envenenamiento de la raza creará fatalmente un rebajamiento cultural, que ya se nota en proporciones alarmantes
”Las naciones o, mejor dicho, las razas que poseen valores culturales y talento creador, llevan latentes en sí mismas esas cualidades, aún cuando temporalmente circunstancias desfavorables no permitan su desarrollo. De esto se infiere también que es una temeraria injusticia presentar a los germanos de la época anterior al cristianismo como hombres ‘sin cultura’, es decir, bárbaros, cuando jamás lo fueron, pues el haberse visto obligados a vivir bajo condiciones que obstaculizaron el desenvolvimiento de sus energías creadoras, se debió a la inclemencia de su suelo nórdico.
”De no haber existido el mundo clásico, si los germanos hubieran llegado a las regiones meridionales de Europa, más propicias a la vida, y si, además, hubiesen contado con los primeros medios técnicos auxiliares, sirviéndose de pueblos de raza inferior, la capacidad creadora de cultura, latente en ellos, hubiera podido alcanzar un brillante florecimiento, como es el caso de los helenos, por ejemplo.
”Pero la innata fuerza creadora de la cultura que poseía el germano no puede atribuirse únicamente a su origen nórdico. Llevados a tierras del sur, ni el lapón ni el esquimal podrían desarrollar una elevada cultura. Fue precisamente el ario a quien la Providencia dotó de la bella facultad de crear y organizar, sea porque él lleva latentes en sí mismo esas cualidades y las imprima a la vida que nace, según las circunstancias propicias o desfavorables del medio geográfico que le rodea.
Fue precisamente el ario a quien la Providencia dotó de la bella facultad de crear y organizar
”De ahí resultan los siguientes principios:
”El Estado es un medio para un fin. Su finalidad consiste en la conservación y en el progreso de una colectividad bajo el punto de vista físico y espiritual. Esta conservación abarca en primer lugar todo lo que se refiere a la defensa de la raza, permitiendo, por ese medio, la expansión de todas las fuerzas latentes de la misma. A través de la utilización de esas fuerzas, debe promover la defensa de la vida física y, por otro lado, el desarrollo intelectual. En realidad, los dos están siempre en función uno del otro. Estados que no tiendan a ese objetivo son creaciones artificiales, simples inutilidades. El hecho de existir un estado semejante no altera en nada esa verdad, de la misma manera que una asociación de piratas no justifica el saqueo.
”Nosotros, los nacionalsocialistas, como defensores de una nueva concepción del mundo, no debemos nunca situarnos bajo el punto de vista falso de las llamadas ‘realidades’. Si así sucediese no seríamos los autores de una gran idea, sino los esclavos de las mentiras en boga. Tenemos que establecer una diferencia rigurosa entre el Estado, como recipiente, y la raza como su contenido. El recipiente tiene su razón de ser sólo cuando es capaz de recibir y proteger el contenido; de lo contrario carece de valor.
”Según esto, el fin supremo de un estado racista consiste en velar por la conservación de aquellos elementos raciales de origen que, como factores de cultura, fueron capaces de crear lo bello y lo digno inherente a una sociedad humana superior. Nosotros entendemos el Estado como el organismo viviente de un pueblo que no sólo garantiza la conservación de éste, sino que lo conduce al goce de una máxima libertad, impulsando el desarrollo de sus facultades morales e intelectuales.
El fin supremo de un estado consiste en velar por la conservación de aquellos elementos raciales de origen
”Aquello que hoy se nos trata de imponer como estado no es más que el monstruoso producto de un hondo desvarío humano que tiene por consecuencia una indecible calamidad.
”Nosotros, los nacionalsocialistas, sabemos que debido a este modo de pensar, estamos colocados en el mundo actual en un plano revolucionario y llevamos, por tanto, el sello de esta revolución. Mas, nuestro criterio y nuestra manera de actuar no deben depender en ningún caso del aplauso o de la crítica de nuestros contemporáneos, sino, simplemente, de la firme adhesión a la verdad de la cual estamos persuadidos. Sólo así podremos mantener el convencimiento de que los más preclaros visionarios de la posteridad no sólo comprenderán nuestro proceder de hoy, sino que también reconocerán que fue justo, y lo exaltarán.
”Por ese criterio es por el que debemos nosotros, los nacionalsocialistas, medir el valor de un estado. Ese valor será relativo en cuanto a un determinado pueblo y absoluto en lo que respecta a la humanidad en sí. En otras palabras: el valor de un estado no puede ser apreciado por su elevación cultural o por su poder en comparación con otros pueblos, sino, en último análisis, por la justicia de su orientación en relación con la posteridad.
”Un estado puede ser señalado como modelo no solamente cuando corresponde a las condiciones de vida del pueblo que representa, sino también cuando asegura la existencia material de ese pueblo, cualquiera que fuese la importancia cultural que sus instituciones alcancen en el resto del mundo. Un estado no es crear capacidades, sino hacer posible la expansión de las ya existentes.
Es evidente que un pueblo muy civilizado da de sí una impresión más elevada que un pueblo de negros
”Por otro lado, se puede apuntar como un estado mal organizado a aquel que, cualquiera que fuese la elevación de su cultura, consiente la ruina, desde el punto de vista racial, de los portadores de esa cultura. De esta forma se eliminaría prácticamente la condición indispensable para la continuidad de esa civilización que, por otra parte, no fue creada por él sino que es el fruto de un espíritu nacional creador, garantizado por una organización estatal conveniente. El Estado no es un contenido, sino un continente.
”La elevación de la cultura de un pueblo, cualquiera que ella sea, no da la medida por la que se pueda apreciar el valor de un estado.
”Es evidente que un pueblo muy civilizado da de sí una impresión más elevada que un pueblo de negros. A pesar de eso, la organización estatal del primero, observada en cuanto a la manera por la que se realiza su finalidad, puede ser peor que la de los negros. De la misma manera que la mejor forma de gobierno no puede producir, en un pueblo, capacidades que no existieran antes, de la misma forma un Estado mal organizado puede, promoviendo la ruina de los individuos de una determinada raza, hacer desaparecer las cualidades creadoras que poseían en el origen.
”De ahí se deduce que el juicio de buena o mala organización de un estado sólo podrá ser hecho por la relativa utilidad que ofrece a un determinado pueblo y nunca por la importancia que alcanza frente al mundo. Ese juicio relativo puede ser fácil y acertadamente hecho. El juicio, sin embargo, sobre el valor absoluto es muy difícil, pues no depende solamente de la organización estatal, sino principalmente de las cualidades de un determinado pueblo.
Desgraciadamente, nuestra nacionalidad ya no descansa sobre un núcleo racial homogéneo
”Cuando se habla de una más elevada misión del Estado, no se debe nunca olvidar que la mayor finalidad reside en el pueblo y que el deber del Gobierno es hacer posible, con su organización, la libre expansión de las fuerzas existentes. Si nos preguntásemos cómo debería estar constituido el estado que necesitamos, tendríamos que precisar, ante todo, la clase de hombres que ha de abarcar y cuál es el fin al que debe servir.
”Desgraciadamente, nuestra nacionalidad ya no descansa sobre un núcleo racial homogéneo. El proceso de la fusión de los diferentes componentes étnicos originarios no está tampoco tan avanzado como para poder hablar de una nueva raza resultante de él. Por el contrario, los sucesivos envenenamientos sanguíneos que sufrió el organismo nacional alemán, en particular a partir de la Guerra de los Treinta Años, vinieron a alterar la homogeneidad de nuestra sangre y también de nuestro carácter.
”Las fronteras abiertas de nuestra patria al contacto con pueblos vecinos no germanos, a lo largo de las zonas fronterizas y, ante todo, el infiltración directa de sangre extraña en el interior del Reich, no da lugar, debido a su continuidad, a la realización de una fusión completa.
”No se formará una nueva raza, pero las diferentes razas continuarán viviendo unas al lado de otras. La consecuencia de eso es que, en los momentos críticos, justamente cuando los rebaños acostumbran a unirse, los alemanes se dispersan en desbandada en todas las direcciones.
Al pueblo alemán le falta aquel firme instinto gregario que radica en la homogeneidad de la sangre
”No es sólo en sus respectivos territorios donde los elementos raciales se comportan diferentemente. Lo mismo acontece con los individuos de razas diferentes dentro de las mismas fronteras. Pónganse hombres del norte al lado de hombres del este; el lado de hombres del este, hombres del oeste, y el resultado será la mezcolanza.
”Al pueblo alemán le falta aquel firme instinto gregario que radica en la homogeneidad de la sangre y que en los trances de peligro inminente salvaguarda a las naciones de la ruina, cuando todas las pequeñas diferencias desaparecen y el pueblo, como un solo hombre, se enfrenta al enemigo común.
”En la existencia de elementos raciales diferentes, que no se fundieron, está el fundamento de lo que designamos por la palabra superindividualismo. En los tiempos de paz, ese superindividualismo podría ser útil, pero, bien miradas las cosas, fue lo que nos arrastró a ser dominados por el mundo.
”Si el pueblo alemán, en su evolución histórica, poseyese aquella inamovible unidad, que fue de tanta utilidad a otros pueblos, sería hoy el señor del globo terráqueo. La historia del mundo habría tomado otro curso. No veríamos a esos ciegos pacifistas mendigar la paz a través de quejas y lamentos, pues la paz del mundo no se mantiene con lágrimas de plañideras pacifistas, sino por la espada victoriosa de un pueblo dominador que pone al mundo al servicio de una elevada cultura.
Si el pueblo alemán poseyese aquella inamovible unidad de tanta utilidad a otros pueblos sería el señor del mundo
”El hecho de la inexistencia de una nacionalidad sanguíneamente homogénea nos ha ocasionado daños dolorosos. Dio ciudades residenciales a muchos pequeños potentados, pero al pueblo mismo le arrebató en su conjunto el derecho señorial. Todavía hoy nuestro pueblo sufre las consecuencias de esa desunión. Sin embargo, lo que, en el pasado y en el presente, causó nuestra desgracia, puede ser nuestra salvación en el futuro. Por más perjudicial que haya sido la falta de fusión de los diferentes elementos raciales, lo que impidió la formación de la perfecta unidad nacional, es incontestable que, por otro lado, consiguió que por lo menos una parte del pueblo, la de mejor sangre, se conservase en su pureza, evitando así la ruina de la raza.
”Ciertamente, una completa fusión de los primitivos elementos raciales originaría una unidad más perfecta, pero, como se verifica en todos los cruzamientos, la capacidad creadora sería menor que la poseída por los elementos primitivos superiores.
”Significa una bendición el que gracias a esa incompleta promiscuidad poseamos todavía en nuestro organismo nacional germano grandes reservas del elemento nórdico germano, de sangre no contaminada, las que podemos considerar como el tesoro más valioso de nuestro futuro.
”En los días sombríos de hoy, en que es completa la ignorancia sobre las leyes raciales, y en que todos los hombres son considerados iguales, no se tiene una idea clara de los diferentes valores de los elementos raciales primitivos. Sabemos hoy que una mezcla completa de los diversos componentes de nuestro organismo racial podría, como consecuencia de una mayor unificación, habernos proporcionado mayor poder exterior; pero el mayor objetivo de la humanidad no sería alcanzado, una vez que los individuos señalados por la Providencia para realizarlo habrían desaparecido en la mezcla general.
Es una bendición que aún poseamos grandes reservas del elemento nórdico germano, de sangre no contaminada
”Lo que la suerte evitó, lo deberíamos aprovechar y utilizar, a la luz de los conocimientos adquiridos desde entonces. Quien hable de una misión del pueblo alemán en este mundo, debe saber que esa misión sólo puede consistir en la formación de un Estado que ve, como su mayor finalidad, la conservación y el progreso de los elementos raciales que se mantuvieron puros en el seno de nuestro pueblo y en la humanidad entera.
”Con esa misión, el Estado, por primera vez, asume su verdadera finalidad. En lugar del palabreo irrisorio sobre la seguridad de la paz y del orden, por medios pacíficos, la misión de la conservación y del progreso de una raza superior es la que debe ser vista como la más elevada tarea. En lugar de una máquina que sólo se esfuerza por perdurar, debe crearse un organismo vivo con el objetivo único de servir a una nueva Idea.
”El Reich alemán, como estado, tiene que abarcar a todos los alemanes e imponerse la misión, no sólo de cohesionar y de conservar las reservas más preciadas de los elementos raciales originarios de este pueblo, sino también la de conducirlos lenta y firmemente a una posición predominante.”
Esta pieza forma parte de una serie de contenidos que recupera los manifiestos políticos, artísticos y sociales de la época contemporánea para contextualizarlos desde una perspectiva histórica y con ánimo divulgativo.




