La derecha avanza en Latinoamérica

El cómodo triunfo de José Antonio Kast en las elecciones chilenas certifica una tendencia: la del avance de la derecha en América Latina.

Este mismo año, además de Chile, otros tres países de la región se han decantado por opciones conservadoras en sus comicios presidenciales. En Bolivia, el centroderechista Rodrigo Paz puso fin el pasado noviembre a dos décadas de hegemonía izquierdista del MAS, el partido fundado por Evo Morales. En Ecuador, Daniel Noboa, un defensor de la mano dura en cuestiones como la lucha contra el crimen organizado, reeditó mandato en abril tras derrotar en las urnas por un amplio margen a la correísta Luisa González. Y en Honduras, a falta del escrutinio definitivo tras la votación celebrada el 7 de diciembre, todo apunta a que el empresario Nasry Asfura, apoyado públicamente por Donald Trump, se convertirá en el sucesor de la progresista Xiomara Castro, que ha visto cómo su candidata fracasaba de manera estrepitosa.

Todas estas victorias, sumadas a las protagonizadas en años anteriores por otros dirigentes de signo derechista como Nayib Bukele en El Salvador, Javier Milei en Argentina o Santiago Peña en Paraguay, parecen consolidar un giro reaccionario en la región.

“Por el sur y por el norte vienen los vientos de la muerte”, advertía ayer en tono tremendista el presidente de Colombia, Gustavo Petro, en un mensaje en X. De hecho, su país podría ser el próximo en sucumbir a este auge de la derecha: el próximo marzo tendrán lugar las elecciones generales, y aunque hoy los sondeos dan como favorito al izquierdista Iván Cepeda, no se descarta que al final pueda producirse una victoria del bloque conservador si este pone fin a sus divisiones internas.

Perú, gobernado actualmente de forma interina por José Enrique Jerí, también irá a las urnas en el 2026, y ahí el candidato mejor posicionado pertenece a la derecha más radical: Rafael López Aliaga, exalcalde de Lima. Así pues, la marea todavía tienen margen para crecer.

Eso sí, el fenómeno no es novedoso: Latinoamérica es una región habituada a los movimientos pendulares. Si en el 2008 la izquierda era mayoritaria –eran los tiempos de la llamada marea rosa –, una década después lo era la derecha, y luego vuelta a empezar.

Estos virajes periódicos evidencian que, más que a una cuestión puramente ideológica, la actual ola derechista responde en gran parte al enfado de una ciudadanía que ve cómo el presidente de turno no satisface sus expectativas.

Así lo cree Lisa Zanotti, investigadora del Instituto de la Democracia de la Universidad Central Europea, con sede en Budapest: “La mayoría de este voto es de rechazo, de castigo al gobernante”, dice en conversación con La Vanguardia esta analista, quien destaca además la heterogeneidad de la actual marea reaccionaria. “Hay que diferenciar entre los proyectos de la derecha conservadora mainstream y la derecha de orientación ultra”, explica. Porque no es lo mismo un dirigente de carácter centrista como Rodrigo Paz, que ha llegado al poder haciendo bandera de un “capitalismo para todos”, que un radical como Javier Milei, que defiende la demolición del Estado.

La influencia de EE.UU.

Decidido a moldear el continente a su antojo, Trump ha sido un facilitador de este auge derechista

El politólogo Sergio Morresi, del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina, añade otro elemento: “En muchos casos, estas victorias de la derecha son de partidos nuevos, creados poco tiempo antes de una elección, sin experiencias previas en la presidencia”. Es decir, formaciones que pueden jugar la carta de la regeneración. Música para los oídos de los desencantados con la política tradicional, que son legión en Latinoamérica.

Además, como está sucediendo en Europa, estos nuevos partidos a menudo han contribuido a desplazar el marco del debate político a posiciones más extremistas. “Ahora ganan derechas que son más radicalizadas con respecto a las experiencias anteriores”, dice Morresi. “Y parte de la sociedad que venía acompañando las opciones conservadoras está acompañando ese corrimiento. Cosas que no se podían decir antes, como la cuestión de la tenencia de armas, ahora se dicen. El discurso es bastante más fuerte”, desgrana el analista.

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Jose Antonio Kast, Chile's president-elect, speaks during an election night rally in Santiago, Chile, on Sunday, Dec. 14, 2025. Ultra-conservativeJosé AntonioKastwon Chile#{emoji}146;s presidency by a landslide Sunday, harnessing voter anger over crime and migration to drive the country into its most dramatic rightward shift in decades. Photographer: Tamara Merino/Bloomberg

Asimismo, entre los distintos líderes conservadores de la región se produce un continuo juego de espejos: por ejemplo, el modelo de mano dura que Bukele ha aplicado en El Salvador es reivindicado por otros políticos que han hecho de la seguridad un pilar de su programa, como Noboa o Kast. “Las derechas latinoamericanas son muy solidarias entre ellas, y se imitan constantemente”, explica Morresi.

Y otro factor a tener en cuenta es la figura de Donald Trump, que en su regreso a la Casa Blanca ha dejado clara su intención de hacer y deshacer a su antojo en el patio trasero de EE.UU. El republicano no solo está forzando por la vía militar un cambio de régimen en Venezuela, sino que ha irrumpido en los procesos electorales de Argentina y Honduras, condicionado la ayuda de Washington a estos países a una victoria de la derecha. 

“Su papel es decisivo”, dice Morresi, que augura unos años complejos para la izquierda latinoamericana: “Se está buscando a sí misma, debatiéndose entre apostar por posiciones más fuertes o por un camino más moderado, que pase por tejer un arco de alianzas amplio. Esa es la cuestión ahora mismo”, concluye.

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