
Una carrera profesional puede durar ya entre 40 y 45 años. Con incorporaciones cada vez más tempranas al mercado laboral y edades de jubilación cercanas a los 67, no hablamos de una etapa vital, sino de un trayecto prolongado en el tiempo, con sus distintas estaciones. Y, como ocurre en cualquier largo viaje, el gran reto no es la velocidad ni el medio de transporte, sino el ánimo: la ilusión por el viaje. La ilusión es una variable fundamental en la gestión de la carrera profesional. Sin ilusión, el trabajo se convierte en carga, y la carrera, en resistencia. “Esperando a jubilarme”, escucho decir a veces, no sin cierta lástima por la persona a quien se lo escucho.
A lo largo de cuatro décadas y media, ningún profesional escapa a los momentos de desgaste. Cambios tecnológicos, reorganizaciones, fusiones, traslados, nuevos sistemas… Cada cambio puede ser fuente de crecimiento o, por el contrario, de desmotivación. Mi generación ha vivido tres disrupciones mayores: la llegada del ordenador personal, luego internet, y ahora la inteligencia artificial. Cada una de ellas supuso reaprender, adaptar la mirada y ajustar prioridades. Y no siempre con la misma energía. A veces se instala en uno una sensación de “vuelta a empezar”; de que lo aprendido con tanto esfuerzo se vuelve obsoleto. Aquí es donde la ilusión juega un papel determinante. La ilusión es lo que te hace volver a empezar tras una decepción o cambio. Lo que da sentido a un nuevo proyecto, a un cambio de rumbo, a una reinvención necesaria. Uno no puede esperar a que la ilusión venga dada. Hay que cultivarla. Hay que provocar situaciones que la mantengan viva. A veces se logra aceptando un nuevo reto. Otras, dedicando tiempo a enseñar a otros. En ocasiones, basta con cambiar de entorno, de industria o de función. El objetivo no es huir. Es no marchitarse. “No mata la edad”, decía Compay Segundo, “mata el hastío”. La ilusión es también una forma de madurez. De entender que el desarrollo profesional no es una línea recta, sino un proceso en espiral. Que, más allá de las metas, hay que mimar el combustible que nos lleva a ellas.
Soy un grandísimo admirador de Joan Maragall. Ya en esta columna lo he mencionado en alguna otra ocasión. En su maravilloso poema Excelsior , lo expresó de forma rotunda y poética: no te refugies en las playas y los puertos buscando la seguridad, ¡navega mar adentro! Tu viaje, canta el poeta, no se acabará nunca. Y ese es el espíritu que toda carrera larga exige. Mantener viva la ilusión profesional no es una cuestión de estado de ánimo. Es una decisión estratégica que forma parte de la gestión de la carrera profesional. Y a gestionar ilusiones no nos enseñan en las facultades; hay que ejercitarlo y creer en ello como motor de vida. Y es el mejor posible testimonio y ejemplo para nuestros hijos. Las para generaciones venideras, tal y como va el asunto, ¡tendrán carreras profesionales de cincuenta años!