La infinita soledad del centroizquierda

Mientras la maleza de la ultraderecha se apodera más y más de la jungla política en el ocaso del 2024, el primer ministro británico, Keir Starmer se siente muy solo en medio de la tundra, con la cabaña socialdemócrata más cercana (la España de Pedro Sánchez) a miles de kilómetros de distancia y también asediada por los enemigos. La soledad es muy hermosa, decía Gustavo Adolfo Bécquer, cuando se tiene a alguien a quién decírselo.

Starmer, ahora mismo, necesita gritar muy fuerte para que alguien le escuche, con elecciones a la vuelta de la esquina en Alemania que probablemente tumbarán a Olaf Scholz y confirmarán el auge de la AfD, la consolidación de Meloni y su extrema derecha de guante blanco en Italia, y el cerco de Marine Le Pen a un Macron en crisis permanente en Francia. Mientras tanto, en el Reino Unido manda el Labour (que podría definirse como centroizquierda) con una mayoría absoluta en la Cámara de los Comunes que le da vía libre para aprobar cualquier ley o iniciativa que quiera.

Starmer tiene cinco años por delante para seducir a un electorado cada vez más nihilista y ajeno al ‘establishment’

El gobierno Starmer presenta el país como un modelo de moderación centrista en una Europa cada vez más escorada a la derecha (hasta la UE contempla con interés la externalización de la inmigración) y que además puede ejercer de puente entre los Estados Unidos de Trump y el Viejo Continente. Sobre todo de cara a los inversores que buscan estabilidad para su dinero y que ahora mismo no la encuentran en las dos potencias que tradicionalmente han sido la locomotora europea, Francia y Alemania.

Pero es un Edén no tan paradisíaco como la postal caribeña con playas idílicas y palmeras que pinta Starmer, con problemas subyacentes muy importantes. Primero, que la economía no acaba de despegar y lleva dos trimestres consecutivos de crecimiento cero, a un paso de la recesión técnica. Segundo, que el Gobierno (a pesar de su aplastante victoria de julio en las urnas) es extremadamente impopular, sobre todo tras haber subido los impuestos, y en los primeros seis meses ha cometido errores de bulto y dado muestras de un considerable amateurismo. Y tercero, que la extrema derecha (Reforma UK de Nigel Farage) se siente cada vez más fuerte, amenaza con fagocitar al Partido Conservador y cuenta con el apoyo político y económico de Donald Trump y Elon Musk.

Starmer (a quien sólo votó uno de cada cinco británicos, un mínimo histórico, y se benefició de un sistema electoral mayoritario) ha pulsado ya dos veces la tecla de reset , pero el ordenador no responde y la pantalla permanece en negro. Le quedan casi cinco años en Downing Street, tiempo de sobra para que cambien las cosas, pero un comentarista de la prensa de derechas ha dicho que “es como ver la caída del imperio romano en pantalla gigante y con wifi”. El primer ministro habla de “cimientos”, “misiones”, “primeros pasos”, “objetivos” y “cimas”, con más metas volantes que en una carrera ciclista. Todo ello para pedir tiempo a un electorado cada vez más nihilista e impaciente, que se rebela contra el establishment , cree que los políticos son unos corruptos y unos inútiles, y cae en brazos de los populistas de extrema derecha como alternativa última. El Brexit ya fue eso mismo.

El primer reset consistió en cortar la cabeza de Sue Gray, la funcionaria de carrera que era la jefa de gabinete, y reemplazarla por Morgan McSweeney, un irlandés con más olfato político. El segundo, abandonar la promesa de “tener el mayor crecimiento económico de los países del G7” (objetivo muy optimista y de significado macroeconómico, sin repercusión en el bolsillo de los votantes), y no comprometerse a ninguna cifra de reducción de la inmigración, ni legal ni ilegal, pero con un lenguaje duro, muy parecido al de Farage, sobre que “el país está lleno y no hay sitio para más gente”.

Starmer ha redefinido su estrategia y ahora habla de “seis misiones cuantificables” sobre las que los votantes lo podrán juzgar: la creación de un millón y medio de viviendas asequibles, la presencia de más policías en las calles, el aumento del dinero disponible en los hogares, la mejora de la educación en la infancia, la reducción de las listas de espera para operaciones en la sanidad pública y la implantación de la energía verde.

El Labour, desde su plataforma titubeante de centroizquierda, ofrece pragmatismo, compromiso, alianzas, la unión de sindicatos y empresas en una causa común, más derechos para los trabajadores, la seguridad energética, una reducción de la burocracia, una carga fiscal mejor repartida, la reforma del sistema migratorio, la seguridad de las fronteras. Y rechaza el dogma, la fantasía, el tribalismo, el populismo, el simbolismo y las políticas identitarias, calificando a sus rivales políticos de crueles. ¿Suena familiar? Es más o menos la misma agenda con la que Kamala Harris fue aplastada por Donald Trump, y con mucho más crecimiento económico.

Desde su cabaña en medio de la nieve, con la bandera socialdemócrata en el porche, Starmer tiene al oeste una Irlanda de centro, y al este Francia, Alemania y Holanda, donde la extrema derecha avanza con paso firme. España, tampoco libre de las fuerzas del caos, le pilla un poco lejos. Sólo salgo para renovar la necesidad de estar solo, decía Lord Byron.

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