El presidente de Estados Unidos regresa a Washington con una lista de pedidos mil millonarios que lo benefician tanto a él como a sus ‘amigos’ autoritarios. Disfruta de su compañía y está convencido de que nunca lo traicionarán
La conclusión más trágica de la gira de Donald Trump por Oriente Medio es que no vive en la historia, ni siente el peso de las razas y las religiones. Tampoco entiende lo determinante que puede ser el orgullo de los desposeídos.
Tiene razón en que casi todo el mundo tiene un precio y que el interés comercial prevalece, incluso, sobre agravios ancestrales. Es de agradecer que no camufle sus negocios detrás de los valores, que sea sincero al admitir que los derechos humanos son un freno al desarrollo económico.
Cuando el presidente de Estados Unidos anima a los autócratas de Oriente Medio a que hagan lo que quieran con su gente porque él no es nadie para pedirles que respeten a los demócratas, a los homosexuales, a las mujeres y a los inmigrantes esclavizados, está hablando como lo haría un capo de la mafia reunido con otros dones para repartirse el territorio de cada uno.
El pragmatismo comercial favorece la estabilidad, que, a su vez, justifica la represión
Este pragmatismo es bueno para los poderosos porque afianza el statu quo. Los de arriba, arriba y los de abajo, abajo. A los dictadores y a los monarcas absolutistas no les importa la igualdad de derechos y oportunidades, sino la estabilidad. Favorece tanto las inversiones que reprimir la disidencia está más que justificado.

Trump, iluminado, parece que no ve bien las sombras, como las que había ayer en una sinagoga de Abu Dabi
Trump está muy cómodo en los palacios suntuosos, en el mármol y el oro, en los sables y las dagas, en el intercambio de cumplidos y regalos, como el Jumbo de 400 millones de dólares que le ha dado Qatar.
A Washington regresa con promesas de inversiones mil millonarias en productos estadounidenses, sobre todo armas y semiconductores, así como en los servicios inmobiliarios y financieros de la familia Trump: Una torre en Yida y otra en Dubái, un campo de golf en Qatar y una inversión de 2.000 millones de dólares en World Liberty, la empresa que los Trump crearon el año pasado para comerciar con criptomonedas.
MGX, un fondo de Abu Dabi, adquirirá de World Liberty 2.000 millones de USD1, la criptomoneda de los Trump, y los invertirá en Binance, el Wall Street de las cripto, un mercado que blanquea capitales y cuyo director general, después de pasar cuatro meses entre rejas, espera el perdón del presidente.
Este acuerdo lo anunciaron hace dos semanas en el mismo Abu Dabi Eric Trump, tercer hijo de Trump, y Zack Witkoff, hijo de Steve Witkoff, el más amigo de los amigos del presidente, un magnate inmobiliario de Nueva York que actúa como si fuera el secretario de Estado. Su peso en la diplomacia estadounidense es muy superior al de Marco Rubio. Reconoce que no sabe nada de relaciones internacionales, pero se fía de su instinto. Si ha reunido una fortuna valorada en 2.000 millones de dólares es porque al otro lado de la mesa ha tenido a negociadores más pragmáticos que maquiavélicos.
Netanyahu se convierte en un estorbo para los negocios de Trump en la región
Con este realismo, Witkoff ha logrado que Hamas libere a un rehén estadounidense, negociación que ha llevado de espaldas a Netanyahu.
El primer ministro israelí, que ha sacado de quicio a todos los presidentes estadounidenses desde Bill Clinton, parece que ahora es un estorbo para los negocios de Trump en Oriente Medio. Y es que su capacidad de manipulación cae en picado cuando la Casa Blanca no tiene más prioridad que el interés personal del presidente.
Es muy revelador que Donald júnior, el hijo mayor de Trump, participe la semana próxima en el Foro Económico de Qatar con una charla sobre cómo monetizar MAGA, el movimiento nacionalpopulista de su padre.
A los negocios de Trump le iría muy bien que Arabia Saudí reconociera a Israel. Para ello, Netanyahu debería dejar las armas y abrir una vía hacia la autodeterminación de Palestina. Sin embargo, como su intención es seguir en guerra, Trump critica que no permita la entrada de alimentos en Gaza.
Witkoff está convencido de que la lógica capitalista del beneficio permitirá cerrar el acuerdo nuclear con Irán, estabilizar Siria y asegurar la libre navegación en el mar Rojo. La tregua con los hutíes también se ha gestado de espaldas a Israel, que tampoco tiene ningún papel en las negociaciones con Irán.
Netanyahu prefiere bombardear y lo mismo quiere Putin. Trump parece no entender que la guerra los mantiene en el poder. Si les dice que las guerras son muy caras, ellos le contestan que las derrotas son impagables.
Trump desea reunirse con Putin y espera que Erdogan le eche una mano para convencerlo de un armisticio en Ucrania. Sería bueno para la industria del gas y del petróleo. Cree que así parecen haberlo entendido los iraníes.
Turquía y Rusia, sin embargo, igual que Irán y los países árabes, saben muy bien que Estados Unidos los ha debilitado durante décadas.
Si Trump sintiera el peso de la historia, entendería que la relación estratégica y la dependencia económica que estos países tenían de Estados Unidos no los hacía libres ni iguales. Pero, como parece flotar en el éter de la inocencia, les asegura que sus crímenes no le importan, que es como ellos y que está de su parte, a favor del autoritarismo y las buenas costumbres.
La lógica es simple y siniestra: Los hombres fuertes ganan cuando hay respeto mutuo y territorial. Trump cree en este pacto de honor y ellos, maquiavelos en el mundo opaco de los faroles y las traiciones, le regalan un avión y le dicen a todo que sí.