
El 6 de noviembre de 1975, pronto hará cincuenta años, se iniciaba la Marcha Verde. No fue una manifestación ecologista, fue una iniciativa del rey Hassan II de Marruecos para apoderarse del Sáhara Occidental, colonia española. Hassan supo leer el momento. El general Franco estaba gravemente enfermo y el príncipe Juan Carlos de Borbón había asumido interinamente la jefatura del Estado. España se hallaba sumida en una grave crisis económica, derivada del encarecimiento del petróleo, y el futuro social y político del país era totalmente incierto. Hassan II movió pieza con pleno apoyo del secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger. El ejército español se halló ante una dramática disyuntiva: dejar pasar aquella ríada humana, más de trescientas mil personas, o ametrallarla. La dejaron pasar.
Para Estados Unidos el apoyo a Marruecos siempre será prioritario. Es pieza clave en el norte de África, es el gran antagonista de Argelia, entonces en la órbita de la Unión Soviética, ahora todavía con fuertes lazos con Rusia, y puede proyectar fuerza hacia el Sahel y las repúblicas litorales surgidas de la descolonización del África más occidental (Mauritania, Senegal, Gambia, Guinea-Bisau…) España se fue del Sáhara, Marruecos lo ocupó fácticamente sin apoyo de la ONU, y la mayoría de la población saharaui fiel al Frente Polisario, el frente de liberación que reclama la independencia de la antigua colonia española desde 1973, se agrupó en unos campamentos situados en Tinduf, en el suroeste de Argelia, bajo la protección del gobierno de ese país.
En España se generó entonces una doble corriente de simpatía hacia la causa saharaui, una simpatía de derechas y otra de izquierdas. Entre el público conservador dolía que el ejército español se hubiese tenido que retirar de aquella manera. La izquierda, especialmente el Partido Comunista de España y organizaciones afines, hicieron suya la causa del Frente Polisario y miles de personas empezaron a acoger en sus casas a niños saharauis durante las vacaciones escolares. En las islas Canarias esa corriente de solidaridad ha sido muy intensa. Así han pasado cincuenta años.

Donald Trump ha acentuado la querencia de Estados Unidos por Marruecos. El lobby marroquí en Washington se ha movido bien. Al concluir su primer mandato en 2020, una de las últimas decisiones de Trump consistió en reconocer de manera unilateral la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental a cambio del pleno restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Marruecos e Israel en el marco de los Acuerdos de Abraham, el proyecto de reconciliación de Israel con los países árabes sunitas, auspiciado por el yerno de Trump, Jared Kushner. El objetivo último de esa operación sería una alianza de oro entre Israel y Arabia Saudí: la tecnología israelí y los ingentes fondos acumulados por los saudíes gracias a la venta de petróleo. De esa alianza podría surgir un consorcio capaz de modificar la relación de fuerzas en todo Oriente Medio, con el apoyo de Estados Unidos. El reciente acuerdo de alto el fuego en Gaza apunta en esa dirección. Los Trump sueñan con tutelar un emporio en Oriente Medio.
Rabat también forma parte de ese engarce, puesto que la comunidad judía siempre fue muy influyente y respetada en Marruecos, y el 11% de la población israelí, alrededor de un millón de personas, está formada por judíos nacidos en Marruecos o con ancestros en Marruecos. Joe Biden atemperó el programa marroquí de Trump, pero no lo borró. La presidencia Biden estaba dispuesta a aceptar la transformación del Sáhara Occidental en una región autónoma de Marruecos, siempre que esa propuesta obtuviese el apoyo de la ONU. A esa fórmula se adhirió el Gobierno de España en la primavera del 2022 después de una grave crisis diplomática con Marruecos, que todos recordamos. Francia la apoya sin reservas. Alemania y el Reino Unido, también.
Pues bien, Trump ya ha entrado en acción. Estados Unidos ha presentado ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas una propuesta de resolución para reconocer la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental bajo una fórmula de región autónoma. Esta resolución está previsto que se vote el próximo 30 de octubre. El misterio está en la posición que finalmente adopte Rusia. ¿La vetará Rusia? Paralelamente, Steve Witkof y el citado Jared Kushner han revelado en los últimos días que están efectuando gestiones para pacificar las relaciones entre Argelia y Marruecos, países que rompieron relaciones diplomáticas hace cuatro años. La frontera entre Marruecos y Argelia es en estos momentos la más hermética del mundo después de la frontera entre las dos Coreas. Trump lo quiere ‘pacificar’ todo.
Es muy difícil que Marruecos y Argelia se reconcilien. Es muy difícil que Argelia acepte de un día para otro la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental. Es difícil, pero no imposible. Existe un punto de interés común entre los dos antagonistas: la estabilidad del Sahel. La estabilidad de la gran franja sahariana que separa el Magreb del África central. Evitar que el radicalismo islámico amplíe su influencia en una de las regiones más inhospitas del mundo. Ese interés común es compartido, por razones diversas, por Estados Unidos, la Unión Europea, la República Popular China e incluso Rusia.
Estados Unidos quiere tranquilidad en el norte de África y un mínimo estándar de estabilidad en los países que conforman la enorme franja sahariana que va del mar Rojo al océano Atlántico. Contención del yihadismo islámico y acceso a los valiosos recursos minerales de ese inmenso territorio. La Unión Europea desea lo mismo, con un añadido importante: controlar los flujos migratorios que atraviesan el Sahel para después intentar alcanzar las costas europeas. China, que ha acumulado importantes intereses en África, tampoco quiere países ingobernables. Rusia, cuyos mercenarios han ocupado el lugar de las tropas francesas en diversos países de la región (Malí, Níger, Burkina Faso, Chad, República Centroafricana…), no está en el Sahel para sembrar el socialismo, Rusia ofrece apoyo a las nuevas juntas militares de esos países frente a los yihadistas a cambio de concesiones mineras, que no quiere perder.

Tomemos nota de un dato. Uno de los principales productores de uranio del mundo es Níger. Hay una ofensiva en curso en favor de la energía nuclear en todo Occidente y China aspira a tener 150 nuevos reactores operativos en los próximos quince años. Y el uranio empieza a escasear. La Asociación Nuclear Mundial prevé una ‘brecha significativa’ entre la oferta y la demanda de ese mineral a menos que se encuentren fuentes nuevas. El control de Níger es importante, por consiguiente. Francia observa desolada ese panorama. Hasta hace cuatro días, los soldados franceses custodiaban ese país. Rusia ahora tiene tropas mercenarias en Níger y está estrechando lazos con la junta militar que encabeza el general Abdourahamane Tchian. Las juntas de Malí, Burkina Faso y Níger han formado una coalición llamada Alianza de los Estados del Sahel.
La estabilidad en el Sahel puede ser la clave final del Sáhara Occidental.
¿Qué puede ganar Argelia con ello? Argelia sigue la evolución del Sahel con inquietud. Es un país muy grande, 2,3 millones de kilómetros cuadrados (casi cinco veces España), con una frontera sur muy extensa, desértica y difícil de defender. En el sur de Argelia se hallan los yacimientos de gas que Argelia podría explotar en un futuro si dispusiera de la tecnología necesaria para ello. Argelia depende del gas y tiene un problema con el gas. La mitad de la producción se deriva al mercado interior con precios políticos para mantener la estabilidad social. Durante los últimos años, en plena crisis energética en muchos países europeos como consecuencia de la guerra de Ucrania, no ha podido aumentar sustantivamente sus exportaciones. Necesita tecnología. Y esa tecnología la podrían aportar los norteamericanos. Hace unos meses tuvieron lugar negociaciones entre las empresas norteamericanas Exxon y Chevron con Sonatrach, la empresa estatal argelina del gas, con vistas a la explotación de nuevos yacimientos y a la obtención de gas de esquisto mediante técnicas de fracking. (Gas de esquisto, gas que se halla atrapado en formaciones rocosas del subsuelo).
Orden. Orden que garantice la extracción. Las extracciones. Esa parece ser la coordenada principal.
(El Gobierno de España, desde hace tres años adherido a la fórmula del Sáhara autonómico, también se mueve. El pasado lunes, el ministerio del Interior, Fernando Grande-Marlaska, viajó a Argel para tratar de asuntos de seguridad con las autoridades argelinas. Era la primera vez que un ministro español viajaba a Argelia desde la crisis de la primavera del 2022, cuando España aceptó la fórmula marroquí sobre el futuro del Sáhara. A finales del mes de septiembre, José Manuel Albares, ministro español de Exteriores, se entrevistó por separado en Nueva York con sus homólogos de Marruecos y Argelia).
