La pinza a Feijóo

En la escena política española se perfila una hipótesis que, sin necesidad de excesivas elucubraciones, resulta verosímil: la confluencia de intereses entre el PSOE y Vox en torno a un objetivo común, el debilitamiento de Alberto Núñez Feijóo. El presidente del PP, consciente de esa extraña geometría, ha optado por denunciarla de manera explícita, presentándose como víctima de una estrategia que lo encierra en un círculo vicioso: el socialismo de Pedro Sánchez lo exhibe como un dirigente dubitativo e incapaz de construir una alternativa sólida, mientras la derecha extrema de Santiago Abascal lo acusa de tibieza y de traicionar las esencias conservadoras.

El problema para Feijóo es que su denuncia de esta “pinza” lo sitúa, precisamente, en la posición más incómoda para cualquier aspirante a gobernar: la del agraviado. La condición de víctima, tan eficaz en el discurso de quienes quieren movilizar emociones desde la periferia del poder, se vuelve un estigma cuando la encarna quien pretende ejercer la presidencia del gobierno. Un líder que lamenta la conjura de sus adversarios transmite debilidad, y la debilidad es, en política, el más corrosivo de los venenos.

El líder del PP se presenta como víctima coyuntural de Sánchez y de Abascal

A este mal se suma otro: la incapacidad del dirigente gallego para fijar un rumbo claro en cuestiones que, lejos de consolidar su autoridad, lo introducen en arenas movedizas. Así ocurre con el aborto, un asunto que galvaniza a los votantes progresistas y coloca a Feijóo en un terreno que el PSOE explota con habilidad. Y sucede lo mismo con la inmigración, donde sus mensajes vacilantes parecen escritos a medida de la retórica apocalíptica de Vox, que exige contundencia y rechaza cualquier amago de matiz.

El contexto, además, multiplica las paradojas. Feijóo sabe que, de alcanzar el poder, dependerá de los escaños de Vox, y gobierna ya comunidades autónomas –como la valenciana– gracias a la estabilidad que le proporciona esa misma fuerza a la que combate en la tribuna. Su discurso de rechazo a la “pinza” suena, pues, a una confesión de impotencia en medio de un equilibrio imposible: enfrentarse al socio imprescindible sin el cual no puede completar su proyecto.

Mientras tanto, en el propio PP la estrategia se fragmenta. Hay quienes reclaman escorar la nave hacia la derecha, en busca de un terreno compartido con Vox, y quienes insisten en recuperar la centralidad perdida, convencidos de que solo desde ahí se conquista la Moncloa. Caso aparte es Isabel Díaz Ayuso, que opera bajo coordenadas propias y cuya autonomía desconcierta tanto como seduce a un sector creciente del electorado conservador.

Con las elecciones de Castilla y León como laboratorio inmediato y Andalucía en el horizonte, Feijóo se ve obligado a maniobrar en un mar de contradicciones. Sus ataques cruzados a Sánchez y Abascal revelan más su condición de prisionero de la “pinza” que su capacidad de superarla. Y en esa incapacidad se juega, quizá, la verdadera medida de su liderazgo.

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