
En apenas treinta kilómetros, todo puede transformarse: el paisaje, la gente, las identidades. Roma tiene su mar, pero tal vez no.
Ostia –un tiempo el puerto fluvial del imperio y hoy la playa de la urbe– forma parte del término municipal de la capital italiana: es de hecho uno de sus barrios. Pero la realidad administrativa no se corresponde con lo que se vive en la calle. “¿Romanos? Somos de Ostia, con eso basta”.
Quien ha nacido aquí conserva algo. Daniele De Rossi, gran centrocampista de la selección italiana, capitán y luego entrenador de el Roma, vive entre Piazza Navona y el Vaticano, pero es ostiense (o lidense) y lo reivindica: “Cuando llego al último tramo de la avenida y en el horizonte veo el mar, me transformo”, contó a France Football . De Rossi lo ha puesto en práctica: compró el Ostiamare, el equipo de cuarta división en el que creció y que estaba en apuros, con un proyecto vinculado al territorio.
Incluso las señales de tráfico se confunden en la Via Ostiense, que parte cerca de la pirámide Cestia: Roma parece terminar para luego reaparecer. De un lado está Ostia, del otro Roma. Se mezclan el domingo y, después, cada uno sigue por su lado.
Es una tierra de contradicciones, como ya entendió Pasolini, asesinado cerca de la última orilla del Tíber
El particularismo, tan difundido en Italia, esta vez no tiene que ver. La ciudad, fundada según la tradición por Anco Marcio, el cuarto rey de Roma, en el siglo VII a.C., sigue sintiéndose dos milenios después como una colonia que reivindica su autonomía, si no política, al menos identitaria.
Tiene 87.000 habitantes, muchos de los cuales viven con cierta incomodidad esta condición de periferia, y algunos vuelven a pensar en un referéndum de independencia, como los intentados (y perdidos) en 1989 y el 2013. También para huir de la frustración de vivir en un lugar lleno de recursos, a menudo desaprovechados.
Entre sus vías de nombres imaginativos –como la avenida de las Balleneras, la calle del Submarino o la calle de las Sirenas–, Ostia lucha por quitarse de encima la imagen de una ciudad en manos del crimen, percibida como un prejuicio, alimentado por noticias objetivamente inquietantes: clanes, autóctonos o no, dispuestos a repartirse el territorio de forma no siempre pacífica.
“Claro que hay problemas, pero esa narrativa distorsionada corre el riesgo de borrar un territorio maravilloso”, cuenta Aldo Marinelli, profesor de secundaria que en su tiempo libre gestiona un blog muy popular aquí, La mia Ostia . “Yo me concentro en mostrar lo bello. Tenemos un mar estupendo, con los delfines, uno de los pinares más importantes del mundo, una zona arqueológica única y paisajes con mucho encanto. Cuando voy a Roma, me falta el aire”, afirma mientras pasea por el borghetto dei pescatori , el primer núcleo de la Ostia moderna, donde la pesca de las telline (una especie de almeja) es fundamental para la supervivencia de un rito romano: los espaguetis con marisco.
Los propios romanos, que en los fines de semana veraniegos abarrotan las playas de Ostia, atraviesan estas avenidas sin mirar a su alrededor, aparcan donde pueden en el paseo marítimo (si lo logran) y luego regresan corriendo a casa por la gran avenida, impulsada por Benito Mussolini y dedicada a Cristóbal Colón.
La ciudad se desarrolla entre el gran pinar de Castelfusano, uno de los principales de Italia, y la desembocadura del río Tíber, un área estratégica para los antiguos romanos. Detrás está Ostia Antica, uno de los yacimientos arqueológicos más extensos de la época clásica.
Y luego está Ostia Lido, la ciudad moderna que nació en el siglo XX, ligada al turismo de playa y a la pesca, con sus chalets modernistas y la hilera de balnearios donde la mafia se ha infiltrado más de una vez. El alcalde de Roma, Roberto Gualtieri, acudió hace pocos días para presenciar el desmantelamiento de Anema e Core, un almacén náutico que con los años se había transformado en un balneario de moda, con cabinas, restaurante y una elegante veranda roja. Todo ilegal y confiscado por la justicia. “Se convertirá en una playa pública”, anunció Gualtieri.
“Ostia es una contradicción en sí misma”, dice Lorenzo Nicolini, periodista ostiense del medio Roma Today , uno de los principales expertos en la criminalidad romana. Contradicción: una buena definición para describir un lugar donde conviven historia y criminalidad, cultura y drogas, aire limpio y vertederos, naturaleza y degradación, festivales y marginación. Vida y muerte, en fin, como ya había intuido Pier Paolo Pasolini, que encontró aquí ambas cosas. En el idroscalo , cerca de la desembocadura del Tíber, hay hoy un pequeño monumento que recuerda el sitio donde uno de los más grandes intelectuales italianos del siglo XX fue asesinado, en circunstancias nunca del todo esclarecidas, en 1975, en uno de sus lugares favoritos.
Hace un año, antes de un concierto inolvidable en el teatro romano de Ostia Antica, Patti Smith se recogió en este sitio. “Le debo todo a Pasolini, gracias a él entendí que Jesús fue un revolucionario”, afirmó. A menos de cinco minutos de este lugar místico se llega a la avenida de las Azores, donde a finales de junio estalló una bomba frente a un gimnasio. Lo que los investigadores consideran un aviso, en una guerra entre clanes que podría estallar en cualquier momento.
¿Qué es entonces Ostia?
“No lo sé, pero te digo lo que no somos: la playa de los romanos, una periferia de la metrópoli, un dormitorio para los trabajadores del aeropuerto. Somos ostienses”, reafirma Marinelli.