De entrada, dejemos constancia de que el primero que habló de quita de la deuda autonómica en manos del Estado fue el Partido Popular, hace ya más de una década, por boca de la ahora nueva versión de “ese señor del que usted me habla” en que se ha convertido para su partido el exministro de Hacienda Cristóbal Montoro. Y por cierto, esa rebaja era de un volumen mayor que la anunciada estos días. Nadie se echó entonces las manos a la cabeza pese a que en aquel momento el problema de la deuda era casi exclusivamente catalán; el procés estaba en plena efervescencia. Y aunque formalmente ese plan pionero no salió adelante, no por ello dejaron de buscarse vías más discretas. Por ejemplo, la de que los nuevos créditos que Hacienda concediera fueran sin interés. Tampoco hubo voces contrarias.
Del mismo modo, conviene también recordar que los problemas de financiación de la Generalitat en los mercados de deuda no los generó el procés ; antes al contrario. Es más fiel a la historia la lectura inversa: el segundo fue consecuencia de los primeros (y del conjunto de consecuencias económicas derivados de la crisis del 2008). Cabe recordar que gobernando aún en Catalunya el segundo tripartito, el del president José Montilla, un par de años antes de que nadie hubiera oído hablar del procés , su entonces conseller de Economia, Antoni Castells, se inventó los bonos patrióticos, llamados así porque estaban diseñados para colocarlos a los particulares. Su emisión respondía a la imposibilidad de financiarse en los mercados a un coste razonable. Incluso antes de eso, Castells empezó a aplicar recortes en los presupuestos corrientes de la Administración catalana y restricciones del gasto farmacéutico y en el pago a proveedores.
Los problemas financieros de Catalunya preceden al ‘procés’; como en el resto de comunidades
Y aunque la crisis inmobiliaria abrió un auténtico boquete en las cuentas de la Administración catalana, tampoco sería acertado atribuir la crisis de sus finanzas a ese único motivo. Los diferentes gobiernos de la Generalitat llevaban años lamentándose de la falta de recursos para hacer frente a las crecientes demandas de la sanidad, la educación y los servicios sociales, partidas que suponían más de la mitad de su presupuesto y tronco del llamado Estado de bienestar . Una parte muy relevante del gasto en esas rúbricas se derivaba de decisiones del gobierno central, que este no consultaba con las administraciones autonómicas.
El ejemplo más palmario, la aprobación por el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero de la ley de dependencia, una medida de enorme y positivo alcance político y social, a todas luces necesaria, pero que implicaba que la mitad de su coste sería asumido por las comunidades autónomas, que sin embargo no iban a recibir financiación del Estado para ello. En Catalunya, la Generalitat, cumpliendo la ley, comenzó a brindar ese nuevo derecho a sus ciudadanos; la Comunidad de Madrid de Esperanza Aguirre se opuso y apenas la aplicó. Y cuando lo hizo, siempre con lentitud y restrictivamente. Tres caras divergentes de la lealtad institucional.

Reunión del Consejo de Política Fiscal y Financiera del pasado mes de julioDani Duch
Desde que existen las comunidades autónomas, todas las propuestas de reforma de la financiación autonómica han partido de la Generalitat catalana. Siempre recibidas de mala manera y con peores formas y acusaciones por el resto (como ahora con el vilipendiado pacto entre el PSC y ERC), para acabar luego todos ellos, como Fernando VII, marchando “francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”. La paradoja es que en cada cambio de modelo los conversos al nuevo han utilizado de partida el anterior como garrote contra las propuestas catalanas.
Ahora, con la anunciada quita, los de siempre se han vuelto a rasgar las vestiduras. Es posible que el reparto programado por el Gobierno de Pedro Sánchez sea imperfecto, incluso que pueda contener errores de bulto (a los especialistas les toca también analizarlo). Pero eso no explica que las reacciones iniciales vuelven a ver en peligro la unidad de la patria y la igualdad ciudadana. Siempre evocando grandes y abstractos principios, pero sin propuestas para hacer frente al brutal endeudamiento de las autonomías.
¿Cuál es la solución? ¿Una huida hacia adelante y seguir manteniendo la ficción de que esas deudas se devolverán? ¿Castigar a los deudores y convertir a la Hacienda española en una troika a la alemana persiguiendo griegos en apuros?. ¿Subir más los impuestos en Catalunya? ¿Podar la sanidad y los servicios sociales? Evitaremos el riesgo moral que tanto preocupa a algunos profetas y a cambio tendremos una nueva crisis social.
Pese a rasgarse las vestiduras ahora, la quita avanzará y lo lógico es que haya otras más
En esto último, Catalunya también aporta lecciones. Cuando Artur Mas llegó a la Generalitat, a finales del 2010, pensó que la receta de Angela Merkel, el BCE y el FMI, recortes, era la buena. Y con cierto revanchismo social se aplicó a recortar. Quebró políticamente en apenas unos meses que cambiaron el mundo… y de ahí, sin solución de continuidad, al procés . La historia es conocida.
La quita que ahora está sobre la mesa es ciertamente un parche resultado de la negociación política de urgencia para la investidura de Sánchez, como lo son la mayoría de pactos para esos fines. Por cierto, el más conspicuo de ellos es el del Majestic, entre José María Aznar y Jordi Pujol, allá por 1996. El de ahora es un remiendo porque nada será estable ni adecuado mientras no se resuelva el verdadero problema, el de un sistema justo y sostenible de financiación de las comunidades autónomas y se ajuste a las necesidades de todos el papel de Madrid; ese es el reto del actual Gobierno. Volveremos sobre el tema más a fondo. Pero eso no hace la quita mala en sí misma.
Convertir la quita en el epítome de la desigualdad entre los españoles es un grave desenfoque. Tarde o temprano, los presidentes autonómicos que ahora le hacen ascos acabarán buscando un acomodo. Más o menos explícito en función de las constantes vitales del actual Gobierno. La única ventaja de volcar tanta pasión política sobre esta quita es que ya todo el mundo lo acabará teniendo más claro cuando venga la segunda… y la tercera…