No es lo mismo, ni de lejos. Cualquier parecido de esta toma de posesión en un pabellón deportivo en lugar del Mall, ese paseo tan espectacular que conecta Capitolio y Casa Blanca, entre lagos reflectantes y monumentos, solo es pura fantasía, una fantasía ártica, eso sí.
“ Let’s go trumpers!” , corea la multitud, que avanza en zigzag por las vallas como si el espíritu deportivo del recinto al que se dirigen les contagie de energía para resistir la baja temperatura. Miles y miles de personas haciendo cola, la que se puede bautizar como la cola del baile. Todos se mueven con pasos danzarines para tratar de combatir el frío ambiental.
“En el Mall es mucho más espectacular, pero tampoco importa, este es un día grande, celebramos al mejor presidente de la historia”, comenta Arnold, de Ohio, vestido con una especie de pijama y una gorra coronada con un muñeco de su líder.

Una seguidora de Trump, en éxtasis este lunes en el interior del Capitol One
Glamour, esa cosa aparente de la que tanto alardea Trump, más bien poco. Lo más glamuroso es la puerta del barrio chino, donde los trumpistas chinos posan para las fotos. La fachada de un establecimiento dedicado al “cuidado facial” es el elegido por varios de los asistentes para desaguar, que ya llevan unas cuantas horas de espera y la biología no sabe de educación.
Samuel, madre mexicana y padre puertorriqueño, viene de California y se ha encontrado con su hermana y esposo, residentes en Chicago, 20 horas en coche. En ningún momento utiliza el español, pese a que se ve que lo domina, y asegura que a sus hijos les habla en inglés. “Es la única manera de que se sientan americanos”, aclara. “Adoro a Trump porque es uno de los nuestros, lucha por nosotros y se expresa como nosotros”, recalca. “Trump defiende los valores religiosos que me enseñó mi madre”, insiste Samuel.
En la confluencia de la calle 7 con la H, fuera de perímetro de las vallas, unos queman una bandera trumpista. “Somos las resistencia al fascismo”, gritan. “Esto no es libertad de expresión, en cualquier país del mundo te meterían en la cárcel”, replica una mujer. Y surge la respuesta coral: “U–S–A”.

Miles de personas se quedan fuera del recinto, pero no impide que festejen a su líder salvador
La ruta va lenta. John, Stephanie y su hija adolescente son trumpistas pata negra. Tenían vuelo desde Florida, pero se canceló. Carretera y manta, 14 horas. “Llevo cuatro años quejándome a diario del Gobierno”, afirma Stephanie, ilusionada con su primera inauguración. Su hija la mira como suspirando, “Mamá, eres una pesada”. John matiza que no era un pro Trump radical, “al menos no como mi mujer”, pero “cualquier cosa antes que Biden”. Sostiene que “JD Vance ha hecho madurar al presidente. A Estados Unidos le hace falta un líder porque nos hundíamos”.
Dustin, llegado de Kansas, 20 horas al volante, recuerda que “este es el presidente que limpiará la casa y acabará con las cloacas del Estado”.
Este es un comentario bastante repetido. “Tenemos mucha esperanza en el nuevo gobierno, nos espera un futuro brillante, se acaba la corrupción y estos pésimos últimos años. La economía ha sido terrible, los hombres y las mujeres jugarán sus deportes cada uno con su sexo, esto es horrible y necesitamos un cambio en las escuelas”, remarca Eyleen, que voló desde Florida.
Chi, de origen nigeriano, es una de las pocas personas no blancas ahí congregadas. Por mucho que hablen de diversidad, el blanco es el color básico. “Estoy aquí porque soy ciudadano americano y esto ha sido una pesadilla”, responde, la única persona de todas las entrevistada que reside cerca.
No da tiempo a entrar antes de la toma de posesión. Lo ven por una pantalla gigante y estalla la euforia cuando Trump jura. “Que bonito día, hemos salvado Estados Unidos”, proclama uno de los presentes.
Todo esto se produce con los gritos y proclama de numerosos predicadores. Uno luce una pancarta: “Pregúntame por qué te quemarás en el infierno”. Al hacerle la pregunta, replica: Todos iremos al infierno…”
–¿Trump también?
–No, él es un mesías.

Celebración trumpista, este lunes en Miami