La UE ante su última oportunidad

El proceso de construcción europea descarriló a partir de los años noventa por varios motivos, principalmente tres: incorporar demasiados miembros, realizar una unión monetaria sin integración fiscal y presupuestaria, y no acometer la reforma de sus principales instituciones: Consejo, Comisión y Parlamento.

FILED - 03 June 2024, Berlin: An European Union flag flies in the wind. Photo: Sebastian Gollnow/dpa

Bandera de la UE 

Sebastian Gollnow/dpa / Europa Press

Una vez conseguido el objetivo inicial de la UE, asegurar la paz entre sus miembros y delegar en sus instituciones competencias limitadas (la principal, la celebración de acuerdos comerciales con terceros), se debería haber reflexionado sobre el camino a seguir. En vez de ello, la UE aceleró siguiendo lo que en pasillos de Bruselas se conoce como la teoría de la bicicleta. Pedalear y pedalear, sin parar, para que la bicicleta (la UE) no caiga al suelo. Había que avanzar hacia donde fuera. Esto es lo que ha hecho los últimos veinte años. Integrar a nuevos miembros, ampliar competencias y lanzar una orgía desenfrenada de nueva legislación a golpe de actualidad y sin ninguna estrategia clara de futuro. Las dos últimas comisiones son un ejemplo paradigmático de ello. Se ha pasado de una única obsesión, la descarbonización, a otra, la seguridad en sus múltiples vertientes (militar, económica, comercial). Con Rusia, se pasó de despreciarla a principios de siglo a temerla como un enemigo a punto de invadirnos. China pasó de inversor preferente en infraestructuras críticas, como el puerto de El Pireo, a amenaza sistémica. Todo ello en el lapso de meses o pocos años.

No se debería ampliar a nuevos miembros del Cáucaso y del Este de Europa

La guerra arancelaria de Trump y el conflicto en Ucrania son una oportunidad única para intentar enderezar el rumbo de la UE. Para ello, es imprescindible empezar por reconocer los errores cometidos y no repetirlos para posteriormente trazar una estrategia clara de futuro. No se debería ampliar a nuevos miembros del Cáucaso y del Este de Europa, se debe avanzar en la integración fiscal y presupuestaria y, sobre todo, es urgente una reforma en profundidad de sus instituciones.

No puede ser que el principal motor de la construcción europea sigan siendo las prioridades, obsesiones y actuaciones del cuerpo de funcionarios de la Comisión Europea, quienes, cual bola de nieve, empujan al Parlamento y, sobre todo, al Consejo, a actuar a su ritmo y concierto. Este último debe recuperar el rol que tenía hasta este siglo: ejercer como institución y no como una simple suma de representantes de los estados miembros y asumir una mayor interlocución directa con el Parlamento.

El derecho, el medio que permitió alcanzar con éxito los objetivos iniciales de la Unión a falta de capacidad coercitiva judicial o policial, debe recuperar su papel central. También en la esfera internacional. La UE debe enarbolar la bandera del derecho humanitario y económico ante la guerra arancelaria americana y la barbarie en Gaza.

Ante la pinza rusa y americana, a la UE no le queda otra opción que reforzar su mercado interior y fortalecer las relaciones comerciales con Asia y África basadas en un respeto escrupuloso del derecho interno europeo y el internacional, también en el ámbito del comercio internacional, el mejor camino que conocemos todavía hoy para fomentar la paz global.

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