
Mientras Europa se debate sobre cómo reaccionar ante la guerra arancelaria desatada por Trump con los aranceles al 30% y tal vez reorientar sus exportaciones hacia otros países, haría bien en reflexionar sobre lo hecho hasta ahora. Un análisis elaborada esta semana por dos economistas del Banco Central Europeo (BCE), Claudia Marchini y Alexander Popov, ha puesto de relieve cómo la UE este siglo ha intensificado las relaciones comerciales con dictaduras o regímenes autoritarios. Business is business.
Los autores, que han elaborado para ello, un índice democrático (DWTI), reconocen que hay distintos grados de autoritarismo en los países, desde la libertad plena de Dinamarca hasta la represión de Etiopía. En base a un coeficiente, el peso de los regímenes dictatoriales en el comercio de Europa en los últimos 25 años se ha incrementado más de un tercio.
Mucho debe a la expansión del comercio con China, que ahora representa una quinta parte de todas las importaciones del continente y es un proveedor casi exclusivo de tierras raras. China ocupa el puesto 172 de 179 países en términos de estándares democráticos según el estudio del BCE.
El resultado refleja también la creciente dependencia, hasta 2022, de las importaciones de energía procedentes de Rusia (además de Arabia Saudí). La UE ha reducido drásticamente su suministro de gas y petróleo rusos desde la invasión de Ucrania , pero lo ha hecho principalmente cerrando acuerdos con otros países autoritarios como Qatar y Argelia.
¿Bruselas incumple sus propios estándares comerciales? Según la Trade and Sustainable Development (TSD) policy (última versión 2022) la política comercial de la UE tiene como objetivo garantizar que el desarrollo económico vaya de la mano del respeto de los derechos humanos, altos estándares laborales y la justicia social.
Sin embargo, el estudio demuestra que tanto algunos socios comerciales europeos se han vuelto menos democráticos en el curso de este siglo como la misma Europa ha optado por redirigir sus intercambios hacia países menos libres, especialmente si no puede conseguir determinados bienes en otro sitio.
El análisis de dos economistas del BCE cuestiona la ética europea a la hora de hacer negocios
“Hasta el 2008 el hecho de hacer negocio con una dictadura no era un problema. Porque se creía que íbamos hacia el fin de la historia y la democracia global. Y esto nos ha permitido acceder a productos más baratos en Europa. Ha sido sólo ahora, tras la covid y la guerra de Ucrania que se empieza a hablar de la necesidad de comercializar con países afines”, comenta Víctor Bruguete, investigador sénior del Cidob.
El pasado julio del 2021 el Defensor del Pueblo Europeo incluso preguntó la Comisión sobre cómo se garantiza el respeto de los derechos humanos en el contexto de los acuerdos comerciales de la UE. La respuesta fue evasiva.
Con los tarifas, Trump presiona Europa a elegir países afines pero la historia dice que se ha hecho lo opuesto
Para Bruguete, “la UE tiene dificultad para defender sus valores en un mundo cada vez menos democrático. Hay contradicciones entre lo que Europa quiere y puede hacer. Hoy en día hay que tener en cuenta la seguridad y las dificultades que tiene Europa para asumir el coste de su autonomía energética, estratégica y la defensa del estado de bienestar”.
Durante los años de la globalización había el mantra de que tener relaciones comerciales con un estado acabaría consolidando la paz, y, en última instancia, desarrollar un sistema abierto y democrático. Sin embargo, la evidencia demuestra que el comercio te hace más rico, pero no necesariamente más democrático. Y al revés, comercializar con estos países menos libres provoca otra externalidad, la de reforzar la máquina represiva de estos gobiernos, “al generar beneficios para regímenes que tienen una agenda expansionista y militarista, y esto puede suponer un desafío existencial para la Unión Europea” señala el estudio.
Las tecnologías actuales de bajas emisiones de carbono dependen de una variedad de materiales de tierras raras que, por lo general, se encuentran en países con regímenes autocráticos. Por ejemplo las baterías eléctricas, que son un pilar fundamental de la estrategia para abordar la crisis climática. Su producción implica cuatro metales principales: cobalto, cobre, litio y níquel, de los cuales la UE casi no posee reservas propias. Exceptuando el cobre, todos se comercializan en los mercados internacionales principalmente a través de países con gobiernos no democráticos, como China, Rusia y la República Democrática del Congo. Los abusos en la extracción de estas materias primas, en forma de trabajo forzado y trabajo infantil, están bien documentados. “El riesgo es que, al intentar abordar una externalidad (las emisiones de carbono), empeoremos inadvertidamente otra (los abusos de derechos humanos en otros países)”, señala el estudio publicado por el BCE.
Desde el punto de vista económico tampoco relacionarse con regímenes autoritarios, parece una buena estrategia. En efecto, una dictadura tampoco es garantía de seguridad jurídica y las cadenas de valor se pueden romper de forma repentina.
Ahora los aranceles anunciados por Trump vuelven a cambiar el tablero. ¿La UE reorientará sus flujos a países afines para complacer a EE.UU. y pagar menos tarifas? ¿O renunciará al mercado estadounidense para vender cada vez más a países de dudosa reputación?
El cambio climático recortará un 5% el PIB
“Ya no estamos ante una simple tragedia en el horizonte, como dijo una vez el actual primer ministro de Canadá, Mike Carney. Estamos ante un peligro inminente”. Así empieza el análisis de dos economistas del Banco Central Europeo (BCE), Sabine Mauderer y Livio Stracca, que se ha publicado esta semana. El resultado de su investigación sobre el impacto econñomico cambio climático señala que para el 2030, la riqueza de la eurozona podría verse abocada a una caída del 5%. Es como si tuviéramos otro crash de Lehman Brothers dentro de tan solo cinco años.