El matrimonio acabó en el 2016 en medio de gritos y exabruptos, de la peor de las maneras. Los papeles para formalizar el divorcio y decidir la custodia de los hijos se firmaron en el 2020. Fue una ruptura que casi nadie esperaba, ni amigos ni familiares. El Reino Unido llevaba tiempo diciendo (con razón o sin ella) que se sentía ninguneado, ignorado, un mero apéndice en la relación. Que añoraba la libertad de cuando era soltero (la dorada época imperial), quería probar cosas nuevas, romper las ataduras, picotear aquí y allá (los Estados Unidos, China, la Commonwealth…).

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el primer ministro británico, Keir Starmer, el pasado viernes en Tirana
La Unión Europea, más convencional, no quería una pareja abierta, y así acabó la cosa. Pero ha pasado el tiempo (casi nueve años desde el referéndum, cinco y pico desde que el Brexit se hizo oficial), y Londres –con un nuevo gobierno laborista en vez de conservador– se ha dado cuenta de que la vida en solitario es muy dura. Y más aún en un mundo cambiante, con Trump en la Casa Blanca y Putin en el Kremlin, una China que se siente fuerte, unos Estados Unidos que amenazan con desentenderse del compromiso de defender a Europa, un atlantismo descafeinado, el eterno polvorín del Oriente Medio, la barbaridad de Gaza, escaramuzas entre India y Pakistán…
Nueva alianza
Se ha suscrito un acuerdo en materia de defensa y seguridad que ya estuvo sobre la mesa en las negociaciones del Brexit
En ese marco, Londres ha buscado un acercamiento a la Unión Europea. Recomponer la pareja era imposible –ese tren ya ha pasado–, pero ahora ambas partes pueden hablar sin inquina y resentimiento, ser amigos. No tanto como para irse juntos de vacaciones, pero sí como para darse un beso tímido en la mejilla, con un poco de miedo, sin rozarse demasiado.
Que hoy iba a haber algún de acuerdo estaba claro, en caso contrario no habría habido cumbre y no se habría montado una escenografía para la reconciliación propia de una producción de El lago de los cisnes en el Covent Garden. Pero la fumata blanca salió de la chimenea de Downing Street de buena mañana, después de una noche de negociaciones entre los “sherpas” (funcionarios) centradas en la prolongación de las cuotas pesqueras de la UE en aguas británicas, y por cuánto tiempo.

La cumbre entre la UE y el Reino Unido se celebra este lunes en Lancaster House, Londres
Los detalles se anunciarán más adelante, en una conferencia conjunta del primer ministro Keir Starmer y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen. Y en algunos capítulos incluso tardarán meses en concretarse, se trata de un proceso más que de una fiesta con fuegos artificiales. Utilizando el lenguaje de Londres, se ha hecho un reset.
El Reino Unido y la UE han alcanzado un acuerdo en materia de defensa y seguridad que ya estuvo sobre la mesa en las negociaciones del Brexit pero Boris Johnson no quiso suscribir. En el nuevo clima geopolítico, con una Casa Blanca desentendida, Europa necesita a la única potencia nuclear que hay en el continente aparte de Francia, y Londres ha dejado claro su compromiso. A cambio, había pedido ser parte del programa de rearme que Bruselas ha puesto en marcha con un fondo inicial de 150.000 millones de euros, acceder a los préstamos vinculados a él, y que sus empresas aeronáuticas puedan competir por los contratos. Quid pro quo.
Una declaración conjunta analiza los peligros de la situación en el mundo y reitera el apoyo a Ucrania frente a la agresión rusa, y ambas partes dan pasos para mejorar la relación comercial y paliar algunas de las barreras a las importaciones y exportaciones creadas por el Brexit. De una manera superficial, porque Starmer se ha impuesto a sí mismo las líneas rojas de no entrar en la unión aduanera ni el mercado único, y de no reestablecer la libertad de movimiento.
Pacto limitado
Londres se ha impuesto las líneas rojas de no entrar en la unión aduanera ni el mercado único
La aceptación por Londres de un “alineamiento dinámico” (asumir las reglas de la UE en materia veterinaria) va a facilitar el comercio de productos agrícolas y alimentos (una demanda de los pequeños empresarios), y Londres ha dado en principio el visto bueno a un programa que abrirá las puertas del Reino Unido (y viceversa) para estudiar o trabajar, por un cierto tiempo, a un número limitado de jóvenes europeos. Faltan los detalles.
Bruselas aspira también a una asimilación normativa que integre los respectivos mercados energéticos, y está satisfecha con el acuerdo para el acceso de sus flotas pesqueras a aguas británicas por doce años (mucho más de lo que se esperaba). El Reino Unido confina en que la nueva relación permita que sus ciudadanos puedan utilizar las puertas electrónicas en los aeropuertos sin hacer cola como ahora y permanecer más de noventa días sin visados especiales, que la UE le abra la base datos de la zona Schengen sobre terroristas y delincuentes, que le deje devolver a los indocumentados que llegan en pateras a los países de los que han salido (principalmente Francia), que haya un reconocimiento mutuo de los títulos profesionales y sus músicos puedan hacer giras por Europa como antes del divorcio.
El Reino Unido ha suavizado el nacionalismo que dio lugar al Brexit, la obsesión por una soberanía absoluta y el deseo de ir solo por el mundo. Starmer cree en la cooperación internacional y la importancia de las instituciones. Hay cosas que no puede o no quiere cambiar, porque la timidez y la prudencia (para algunos excesiva) son rasgos de su carácter. Demasiado tarde para recomponer el matrimonio, pero no para ser buenos amigos, repartir los discos y los libros, recuperar algunos muebles y que los niños vayan a casa del otro sin atenerse estrictamente a lo que dispuso el juez. Juntos pero no revueltos.