Si algo previsible hay en Donald Trump es su imprevisibilidad.
Un caso paradigmático es su gestión de la guerra de Ucrania. El presidente estadounidense dio este martes un giro inesperado en este asunto al decir que Kyiv debería recuperar “todo” el territorio arrebatado por Rusia, país al que definió como un “tigre de papel”.
“Con tiempo, paciencia y el apoyo financiero de Europa, y en particular de la OTAN, las fronteras originales desde donde comenzó esta guerra son una opción viable”, afirmó el mandatario en su red social tras reunirse con su homólogo ucraniano, Vlodímir Zelenski, en Nueva York, en el marco de la Asamblea General de la ONU.
“Putin y Rusia están en graves problemas económicos, y este es el momento de que Ucrania actúe”, agregó el republicano, quien también aseguró que la población rusa está padeciendo los efectos económicos de una guerra “sin rumbo”, la cual una “auténtica potencia militar debería haber ganado en menos de una semana”.
Hasta ahora, Trump siempre había dicho que Kyiv tendría que renunciar a parte de su territorio para conseguir la paz, que Moscú tenía las de ganar, así que estas declaraciones suponen toda una novedad –y una afrenta para el Kremlin, que este miércoles replicó a través de su portavoz que Rusia es “un oso” y tiene la guerra a su favor–. Sin embargo, la consistencia no ha definido precisamente la postura del magnate ante el conflicto de Ucrania. En los últimos meses, los volantazos –sobre todo retóricos– se han sucedido.
Trump regresó a la Casa Blanca el pasado enero con la promesa de acabar con la guerra en 24 horas, y desde el comienzo su estrategia fue la de complacer al presidente ruso, Vladímir Putin: a él fue a quien llamó primero para iniciar las negociaciones de paz, a las que el republicano intentó dar un impulso mediante una reunión diplomática de alto nivel en Arabia Saudita en la que Ucrania no estuvo presente.
El alineamiento del presidente estadounidense con el Kremlin se visualizó de la forma más cruda en la célebre bronca a Zelenski en el despacho oval, a finales de febrero. “No estás en una buena posición ahora mismo”, le dijo Trump al líder ucraniano, al que acusó de estar “jugando con la Tercera Guerra Mundial”. Tras aquella reprimenda, retransmitida en directo por las televisiones de todo el mundo, Washington suspendió la ayuda militar y de inteligencia a Kyiv durante unos días.
Aireadas sus diferencias con Zelenski, Trump siguió contemporizando con el Kremlin, ofreciéndole tratos comerciales a gran escala si decidía poner fin al conflicto. Pero, en mayo, el mayor ataque aéreo ruso sobre Ucrania desde el inicio de la invasión le obligó a endurecer el discurso: el republicano afirmó entonces que Putin se había vuelto “absolutamente loco” y que estaba “jugando con fuego”.
La frustración de Trump creció con el paso de los meses: era evidente que a Moscú no le interesaba detener su ofensiva; ni siquiera de manera temporal, como le proponían con insistencia EE.UU. y Ucrania. “Estoy muy decepcionado con el presidente Putin”, dijo el magnate en julio, cuando amenazó a Rusia con imponerle aranceles del 100% si no había un acuerdo de paz en 50 días. Ese cambio de posición elevó la tensión con Moscú hasta cotas inauditas: a inicios de agosto, unos comentarios provocadores del expresidente ruso Dimitri Medvedev sobre el ultimátum de la Casa Blanca llevaron a Trump a ordenar el despliegue de dos submarinos nucleares.
El fantasma de una nueva guerra fría se evaporó enseguida. Poco después de coquetear con la escalada atómica, Trump anunció que se reuniría con Putin en Alaska, en una base militar del ejército estadounidense. De nuevo, el republicano parecía plegarse a los deseos del Kremlin, para terror de Ucrania y sus aliados europeos. El encuentro fue diseñado para halagar al autócrata ruso: alfombra roja, aplausos y una rueda de prensa sin preguntas.
Tras la cumbre, Trump desechó la propuesta de alto el fuego que había defendido en los últimos meses: ahora apostaba por un acuerdo de paz general, en línea con los deseos de Rusia. El republicano incluso anunció la puesta en marcha de un grupo de trabajo con sus aliados europeos para diseñar las garantías de seguridad para Ucrania en el escenario postbélico, y dijo que esperaba celebrar pronto una nueva reunión con Putin a la que también estaría invitado Zelenski.

Putin y Trump, en la cumbre de Alaska del pasado 15 de agosto
De la prometida cumbre trilateral todavía no hay noticias: el Kremlin no deja de dar largas. Es más, ahora, además de los ataques masivos sobre Ucrania, Trump ve cómo se suceden las provocaciones rusas en el territorio de la OTAN, con incursiones de drones y cazas en los cielos de países como Polonia, Estonia y Rumanía. Así, no es extraño que, guiado por su frustración, el presidente estadounidense haya decidido alinearse con Ucrania. Aunque, para algunos analistas, este giro, más que a un enfado, puede obedecer a razones estratégicas: diciendo que Kyiv está en posición de recuperar su territorio, el republicano puede desentenderse del todo de la guerra, la cual siempre ha considerado un asunto estrictamente europeo.
El propio republicano explicitó esa idea en su mensaje del martes, al indicar que el único compromiso de EE.UU. con Ucrania sería seguir “suministrando armas a la OTAN para que la OTAN haga lo que quiera con ellas”. Un suministro que, claro está, supone un jugoso negocio para la industria militar estadounidense: por cada batería de misiles Patriot, por ejemplo, el Gobierno ucraniano y los socios de la Alianza Atlántica tienen que desembolsar alrededor de 1.000 millones de dólares.
Sea como sea, tratándose de Trump, si algo queda claro es que no pueden descartarse nuevos giros de guion en el horizonte cercano. De hecho, el secretario de Estado estadounidense, Marcos Rubio –que este miércoles se reunirá con el ministro de Exteriores ruso en la sede neoyorquina de la ONU– se apresuró a diluir el mensaje del presidente, al asegurar que la guerra “no puede terminar militarmente”.
Ante esta incertidumbre, Europa se resigna por su parte a asumir que ha llegado el momento de apostar por la autosuficiencia. “Podemos lograr mucho más”, ha dicho esta mañana el ministro de Exteriores alemán, Johann Wadephul, quien ha instado a sus aliados continentales a “madurar” e intensificar su apoyo a Ucrania.