Las ruinas de Colón, donde el canal de Panamá encuentra el Atlántico

Pese a la confusión sembrada por Donald Trump, una visita a Colón, la destartalada ciudad donde el canal de Panamá encuentra el Atlántico, tiene un mensaje muy claro: ni los 80 años de control estadounidense del canal ni los 25 posteriores de control panameño han beneficiado mucho a la población autóctona.

Bordeando la zona franca con sus logos multinacionales y el puerto de contenedores Cristóbal —foco de polémica porque lo gestiona una empresa de Hong Kong—, se entra en una ciudad de ruinas. “Fíjate que varias películas de Hollywood se han rodado en Colón; sirve como un buen campo de guerra”, dice Saúl Méndez, nacido en Colón, ahora secretario general del poderoso sindicato SUNTRACS. “El pueblo va a defender la soberanía del canal, pero sabemos también que solo ha servido para enriquecer a la oligarquía panameña”, agrega.

El Estado panameño ingresa unos 5.000 millones de dólares anuales gracias a los peajes del canal. El crecimiento se ha disparado en las últimas dos décadas y media. Han aparecido multimillonarios como Stanley Motta, dueño de la compañía aérea Copa y accionista de uno de los puertos del canal. Las finanzas han crecido como la espuma. Pero, según el Banco Mundial, ocho de cada diez panameños vivían en la pobreza en el 2022. Panamá es el país más desigual de América Latina, y el sexto más desigual del mundo. “Queremos saber qué se hace con la plata del canal; al igual que con las áreas revertidas que empezaron a venderse, y eso no ha impactado de forma social al pueblo”, dice Méndez.

En lugares como Colón, el regreso de los soldados estadounidenses no es un plato apetecible

La injusticia social ha sacado a miles de panameños a la calle en los últimos meses, para protestar contra los precios de bienes esenciales, para defender el sistema de pensiones y rechazar una mina de oro. Ahora esto se junta con la reivindicación de la soberanía del canal. Esta semana se celebrará la primera gran movilización desde la reunión la semana pasada entre el presidente del país, José Raúl Mulino, y el secretario de Defensa de EE.UU., Pete Hegseth, que parece haber dado luz verde al envío de más tropas estadounidenses a la zona. “Con el canal no se juega”, dice una conductora de Uber. “Estamos muy movilizados”.

Daisy, negra como la mayoría de los vecinos en estos barrios de Colón, está esperando el autobús para volver a casa después de la jornada de trabajo en un almacén de joyería de la zona libre de impuestos. La zona franca, con fábricas de multinacionales varias, desde Sony a Electrolux, Pfizer a New Balance, es muy parecida a otras zonas libres de impuestos. Pero se ha convertido en otro foco de alarma en EE.UU. Una fábrica de Huawei se percibe en Washington como un caballo de Troya para el ejercito rojo. Un viejo plan para construir un puerto roll-on roll-off de la empresa china Landbridge en la isla Margarita se considera un preparativo para una posible invasión con vehículos armados. Esto a pesar de que el proyecto fue abandonado sin ponerse en marcha. “No hay nada, ¿cómo pude ser una amenaza?”, dice un veterano diplomático panameño.

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Daisy tiene cosas mucho mas urgentes sobre las que preocuparse que el inexistente peligro chino. “¿Qué tal se vive en Colón en estos momentos?”, preguntamos. “Más o menos. Los precios han subido bastante. Y ahorita mismo no sé qué pasa entre bandas rivales” dice en referencia a grupos de narco trafico. ¿Hay trabajo? “Bueno, hay personas que no consiguen y personas que sí”. ¿Hay algo interesante para hacer en Colón? “Ahorita mismo está Colón 2000 Duty Free. Para comprar cosas”.

Incluso los hoteles en Colón están abandonados. Rodeado de chalés desvencijados, el viejo Meliá no abre desde la pandemia. Tal vez se debe a los fantasmas. Antes de ser hotel, era la infame Escuela de las Américas, donde los estadounidenses entrenaban a los escuadrones de la muerte de Centroamérica y a los torturadores militares del Cono Sur. Bajo el acuerdo firmado entre Omar Torrijos y Jimmy Carter en 1977 para entregar el control del canal a Panamá, la escuela cerró y desapareció junto con las doce bases militares estadounidenses que entonces había en Panamá.

Panamá ingresa unos 5.000 millones al año gracias al canal, pero es el país más desigual de América Latina

Ahora, sin embargo, puede que vuelvan. Un memorando de entendimiento publicado por Hegseth incluye un mapa con áreas asignadas para entrenamiento militar en Fort Sherman, la base naval Rodman y la base aérea Howard, todas en la vieja área estadounidense del canal. “Habrá una presencia militar en el canal bajo el control conjunto de EE. UU. y Panamá; estamos recuperando el control”, dijo Hegseth en una conferencia con Trump tras volver de Panamá. La referencia a la “soberanía panameña” en el documento en español no aparece en la versión estadounidense.

Aunque Mulino insiste en que las áreas militares no serán bases y que el acuerdo es “temporal”, muchos creen que el nuevo plan viola el acuerdo de 1977. “Las bases militares extranjeras están prohibidas por el Tratado de Neutralidad”, dice a La Vanguardia el expresidente Arístides Royo.

En Colón, la vuelta de los soldados gringos no es un plato muy apetecible. “Colón era un puerto en el que los marines bajaban”, dice Mendez . “El área donde yo crecí, tenía seis prostíbulos. Era la recreación para los gringos”. Los estadounidenses no ofrecieron mucho más a Colón que negocio para los burdeles. Pero cuando se marcharon, “todo se fue descomponiendo ; la mayoría de las casas estaban condenadas, la tubería sanitaria rota, y las aguas negras corrían por la calle”.

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