
De forma sorprendente y más a la vista de las facturas del supermercado, la inflación se mantuvo plana en julio en Estados Unidos, con un crecimiento anualizado del 2,7%. Es el mismo baremo que el mes previo, en pleno temor por el efecto de la guerra comercial desatada por el presidente Donald Trump, que cada vez da más indicios de su impacto en su propio país.
Todos los analistas daban por seguro que, con un mayor calado de los aranceles, los precios mostrarían un incremento al 2,8% en relación a hace un año. El incremento de junio a julio es del 0,2%, por debajo del 0,3% pronosticado.
Sin embargo, no todo es positivo para la Casa Blanca. La inflación subyacente, la que excluye los elementos más volátiles como los alimentos y la energía, se expandió un 0,3% en el último mes y se sitúa en el 3,1% anualizado, por encima de los augurios. En junio, cuando se hizo patente el efecto arancelario, se registró un 0,2% y un 2,9%. El nuevo registro significa el mayor incremento en cinco meses.
El dato de la inflación no hace más que reforzar un problema de credibilidad. El presidente Donald Trump echó hace unos días a a la comisionada de Estadísticas Laborales (BLS), Erika McEntarfer, como represalia por los malos resultados registrados en el mercado laboral, que mostraron un debilitamiento mayor del que se pensaba.
Trump anunció este lunes la nominación del economista E.J. Antoni, economista jefe de la ultraderechista Heritage Foundation.
Ahora son muchos los que en Wall Street se plantean si son fiables las estadísticas que saca el gobierno, ante la presión y el creciente temor de que los responsables de esas áreas reciban de inmediato el finiquito.
Un repunte mayor de la inflación podía complicar que la Reserva Federal (Fed) acuerde un recorte de los tipos de interés que tanto reclama Trump, en la reunión de septiembre. Ahora, con un encarecimiento casi plano y con el interrogante del mercado laboral, la posibilidad de un recorte cobra más fuerza. Pero no se ha de olvidar, en contra de la euforia del presidente, que los gobernadores de la Fed consideran una mejor lectura del panorama la que ofrece la inflación subyacente.
El mantenimiento de la inflación ofrece una clara señal, según los analistas, de que los negocios siguen absorbiendo en buena medida el impacto de los gravámenes en lugar de hacerlo recaer en los clientes tras un periodo en que los precios se mantuvieron en línea.
Si han podido “tragarse” los aranceles se debe a que desde enero, cuando tomó posesión Trump y ya fue evidente que desataría una guerra comercial, esos negocios desplegaron la estrategia de hacer acopio de stocks de productos. Otros siguen tratando de no encarecer demasiado los precios para no espantar a los clientes.
Pero el dato de julio muestra que más empresas están llegando al punto de inflexión y todo apunta que se encuentran en ese momento en el que no les va a quedar más remedio que subir precios. Y más si se tiene presente la aplicación de los masivos aranceles falsamente recíprocos que la administración Trump ordenó la semana pasada a más de un centenar de países, incluidos los 27 de la Unión Europea (UE)
Entre tanto, la Casa Blanca prolongó este lunes otros tres meses, hasta noviembre, la negociación con China, dejando vigente la pausa por la que Pekín abona el 30% por sus exportaciones a EE.UU., y a la inversa se sitúa en el 10%.
Una subida del 0,2% en la vivienda comandó el incremento de precios en julio, mientras que los alimentos se quedaron planos y la energía cayó un 1,1%, indicó el BLS. Los precios de los coches nuevos se mantuvieron, prueba de que los concesionarios parecen proteger a los clientes, pero los de segunda mano tuvieron un crecimiento del 0,5%, un indicador al que se le da bastante importancia.