Mali, al borde del colapso

Cuatro kilómetros de caos ilustran la peor amenaza en décadas para Mali y el Sahel. La estación Petro Golf del barrio de Koulikoro en Bamako, amaneció ayer con una hilera de cientos de vehículos que desde hace días esperan, en fila y desesperados, para poder llenar de combustible sus depósitos. La imagen, que se repite en decenas de puntos de la capital, es el resultado de un desafío fundamentalista que jamás había llegado tan lejos: el 3 de septiembre, el grupo yihadista Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM por sus siglas en árabe y ligado a Al Qaeda), impuso un bloqueo de combustible que paralizó primero las principales carreteras y ciudades del país, algunas de ellas sin electricidad desde hace semanas, y llegó esta semana a la capital sin que el ejército haya sido capaz de contener a los fundamentalistas ni evitar que hayan quemado decenas de camiones cisterna y secuestrado a sus conductores.

En muchas localidades, la banda ha restringido los desplazamientos y ha impuesto un código estricto de vestimenta –el hiyab para las mujeres- y ha implantado una versión radical de la sharia. Con la economía paralizada y la capacidad de respuesta militar diezmada ante la falta de carburante, el riesgo de que la capital de Bamako caiga en manos fundamentalistas asoma en un horizonte no inminente pero sí inquietante: si los yihadistas derrocan al gobierno militar de Assimi Goïta, en el poder desde el golpe de estado del 2021, Mali se convertiría, como ha ocurrido antes en Afganistán o Siria, en el primer país africano en ser gobernado por una milicia islamista.

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El nerviosismo sobrevuela cada rincón de Bamako. Las embajadas de varios países, entre ellos España, Estados Unidos, Alemania, Italia o el Reino Unido, han emitido avisos esta semana para que sus ciudadanos abandonen lo antes posible el país (aunque en el caso de España no se prevé una evacuación) y el ministro de educación maliense, Amadou Sy Savane, anunció la suspensión de todas las clases durante al menos dos semanas ante la dificultad para desplazarse de profesores y alumnos. Además, decenas de vuelos han sido suspendidos y muchos negocios han cerrado sus persianas por los cortes de luz y la falta de suministros. Abdoulaye Sidibé, vecino de Bamako, explicó a este diario la sensación de angustia en la capital. “La situación es difícil. La escasez de combustible ha causado muchos daños, como la suspensión de clases, la ralentización de las actividades, por no decir que ha habido una parálisis total, que también afecta a los precios del mercado”. En la última semana, el precio de la gasolina se ha duplicado.

Las recientes ofensivas marcan un cambio estratégico del grupo yihadista, que ha abierto un doble frente, militar y económico, para golpear al gobierno maliense. El JNIM, que cuenta con 6.000 soldados, se ha expandido en el último año del norte y centro hacia el sur del país, una región clave para la economía nacional por la producción de algodón y oro, y busca ahogar al gobierno maliense.

El régimen militar, que expulsó a Francia y se acercó a Rusia, ha sido incapaz de contener a los fundamentalistas

Según Daniel Eizenga, del Centro Africano de Estudios Estratégicos, “al atacar las principales vías de transporte, los camiones cisterna de combustible y los centros poblados del oeste de Malí, la coalición JNIM está atacando las vulnerabilidades económicas, de seguridad y políticas de la junta militar en Bamako”.

En la raíz del colapso de Mali también está una violencia yihadista enquistada durante más de dos décadas y la debilidad de un régimen militar más preocupado por la represión de las voces críticas que de la seguridad nacional y que, aislado internacionalmente, ha sido incapaz de contener la violencia fundamentalista. Aunque a su llegada al poder tras los golpes de 2020 y 2021, el coronel Goïta prometió llevar la seguridad a Mali, la violencia se ha disparado desde entonces después de que expulsara a las tropas francesas del país y de su acercamiento a Rusia, a través de los mercenarios de Wagner, ahora Africa Corps. Varias organizaciones humanitarias han denunciado masacres perpetradas por el ejército o sus aliados rusos; un descontento que ha sido utilizado por los grupos yihadistas para ganar adeptos a su causa.

La fragilidad interna de Mali se ha visto exacerbada también por su alejamiento de socios regionales. Además de pedir la retirada de la Misión de las Naciones Unidas en Mali (Munisma), Bamako se retiró de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO/ECOWAS) y creó, junto a los regímenes golpistas de Níger y Burkina Faso, una Alianza de los Estados del Sahel (AES), que ha resultado ineficaz.

En el terreno militar, el régimen de Bamako ha sido incapaz de contrarrestar el inicio de una nueva fase tecnológica del conflicto: el uso masivo de drones de ataque. Según un informe del think tank marroquí Centro Político por el Nuevo Sur, desde 2023 se han registrado 30 ataques con drones, de los cuales el 82% ocurrieron entre marzo y junio de este año, pero mientras en los primeros casos los aparatos voladores se usaban para vigilancia y reconocimiento, ahora se usan para ataques directos con explosivos. Según los autores del informe, se trata de un punto de inflexión de la amenaza yihadista en el Sahel. “(El JNIM) es el único grupo armado conocido en África —y uno de los pocos a nivel mundial— que lleva a cabo operaciones sostenidas con drones en tres países (Mali, Burkina Faso y Togo). Este alcance transfronterizo y sus capacidades de combate lo distinguen no solo por la frecuencia de sus ataques, sino también por su ambición geográfica”. El estudio alerta de que los yihadistas de la franquicia de Al Qaeda utilizan drones comerciales modificados con Inteligencia Artificial para realizar operaciones cada vez más letales y las realizan en una zona cada vez más amplia. “Sin una intervención coordinada, es probable que la amenaza evolucione más rápido de lo que los sistemas actuales pueden rastrear o contrarrestar. Dado que el Sahel se considera ahora el epicentro mundial del terrorismo, es imperativo actuar de inmediato, y cerrar estas brechas requiere tanto de creatividad y coordinación como de tecnología”.

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La inquietud se cierne sobre quienes lleva años con la mirada puesta en la región. Esta semana, el director adjunto del think tank Grupo de Crisis Internacional del Sahel, Ibrahim Yahya Ibrahim, mostraba su preocupación por el Sahel. “Nunca había estado tan preocupado por el futuro de la región. Si uno de estos estados cae, el resto estará en problemas”. La expansión tanto de JNIM como de su rival, el Estado Islámico del Gran Sahara, amenazan ahora también las fronteras de Costa de Marfil, Ghana, Togo y Benín.

Aunque en Europa preocupa la posible creación de un estado yihadista a tiro de piedra del Viejo Continente, varios expertos consideran que la intención de JNIM es forzar las negociaciones, derrocar al gobierno y lograr un acuerdo para compartir el poder con un ejecutivo más amigable, que implante una visión radical del Islam, pero sobre todo que permita mantener las lucrativas redes de comercio clandestino de drogas, armas, personas y ganado del Sahel africano.

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